[Estado Italiano] Sale el número 5 de la Hoja Anarquista Aperiódica «Dardi»

Traducción recibida el 16/01/2022:

EDITORIAL

Aquello que está pasando no se puede entender. Es más, cuanto más incomprensible se vuelve, mejor es. ¿La comprensión, muchas veces, no se acompañada a la justificación de algo? Comprender, en este sentido, se convierte en identificarse. A ningún ser humano que entienda lo que es el horror se le ocurriría vestir los paños de Hitler, Goebbles y Eichmann o, más democráticamente, de un director de prisión, de un juez o de un esbirro. Sus palabras y sus gestas no pueden ser asociadas a instantes de sensibilidad. Esto levanta a las personas, las salva para no sumergirlas.

Tenemos ante nosotros un hodierno mundo de muerte, explotación y opresión. Eso es indigno y aterrador, pero se inocula en nosotros, racionalmente. Esto se entiende, la mayoría de las veces, hasta el punto de casi aceptarlo. El odio de un nazi, de quien mato a Stefano Cucchi [1] o de quien bombardea poblaciones enteras no desflora a las personas sensibles. Este odio está fuera cualquier dignidad que pueda decirse humana, incluso más allá del propio horror. Si no podemos entender este mundo en su totalidad, podemos ver de dónde nace y actuar de consecuencia.

Si la comprensión está fuera de alcance (¿o fuera de tiempo máximo?), el conocimiento se vuelve ineludible. Aquello que sucede hoy es un eterno retorno de aquello que ya ha sucedido. Meditar sobre la forma diversa de un totalitarismo, como saborear la belleza de la poesía, está al alcance de cualquiera. Cualquiera puede reconocer que Hitler y Mussolini cuando hablaban públicamente (hoy los distintos poderosos y virólogos a cuestas lo harían en streaming) eran creídos, aplaudidos y venerados. Eran líderes carismáticos que poseían credibilidad no por las cosas que decían, sino por la sugestión que provocaba su estatus de poder, su elocuencia, su forma de vacunar y curar cualquier virus de revuelta que pudiera hacer temblar el orden y la disciplina, primero en las palabras y luego en los cuerpos. Sus opiniones eran brutales e inhumanas, y sin embargo, tenían millones de fieles dispuestos a morir para mantener en marcha su atroz máquina mitológica. Los que cumplían las órdenes, como los que hoy controlan cualquier certificación, no eran monstruos. Ayer como hoy, quien hacia ordinario el horror eran los seres ordinarios. La brutalidad de los que mandan existe también hoy. Esta aparece con poca frecuencia, surge poco en la superficie y, a menudo trama detrás de escena. Está claro que la llamada gente común es aún más peligrosa para cualquier anhelo de libertad. A veces estas se convierten en subordinados dispuestos a obedecer sin hacerse una pregunta, casi siempre se convierten en bien pensantes convencido de que toda decisión tomada desde arriba fortalece el cuidado de cualquier individuo. Quien con un simple gesto como comprobar un Código QR no consigue comprender cuánto control hay o quien, en un abrir y cerrar de ojos, acepta todo aquello que viene ordenado, hasta el próximo almuerzo frugal del ministerio de la Verdad. La servidumbre participativa siempre ha reflejado la monstruosidad de la dominación.

Es necesario, y existe la extrema necesidad, desconfiar de quien quiere convencer, sin reflexionar, para colarse en el pensamiento de los demás sólo porque es un líder carismático o un experto. Debemos ser cautelosos a delegar nuestra voluntad y nuestra forma de pensar. El problema no está en el creer si un oráculo sea verdadero o falso, sino que uno podría aferrar su propia singularidad desconfiando de todos los oráculos. Aunque si cualquier talismán embriague el vivir con la propia despiadada sencillez, aunque si esto es inyectado gratuitamente para sobrevivir en la sociedad de la libertad consumible como cualquier mercancía. Es mejor, entonces, entregarse al estudio, a la discusión, a la imaginación de otros mundos: para generarlos y tentar de crearlos.

Se vuelve completamente intuitivo que un totalitarismo con rostro tecno-científico está naciendo, dejando detrás de si secuelas de sufrimiento, de opresión y de servidumbre. Su nacimiento entra por una puerta hasta hace poco insospechada y se hace llamar con otros nombres. Refuerza el brutal espectáculo volviendo incomunicable un pensamiento otro. Esto también podría desencadenar una guerra civil tal como para demoler todos los refugios posibles imaginados. El Estado sobrevive en los medios digitales, oscilando entre una afirmación pacificadora sin precedentes y una feroz inquietud del vivir producida para hacer reconocible sólo la sobrevivencia, distrayendo hasta a los espíritus más indomables de la posibilidad de imaginar aquello que podría ser diferente.

¿Cómo hacer? ¿Escapar o tratar de romper ardientemente con el horror del cotidiano?

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Fuente:
//infernourbano.altervista.org/e-uscito-dardi-n5-foglio-anarchico-aperiodico/

Nota:
[1] asesinado a golpes por los esbirros en una comisaría.