[Desde algún lugar] Palabras en memoria de Mauricio Morales por el compa Gustavo Rodríguez

La paz es la desmemoria y el olvido
– A la memoria de Mauricio Morales Duarte

“El culto a los muertos no es más que un desprecio al verdadero dolor. […] Éste último también debe desaparecer, los individuos deben reaccionar con firmeza ante la fatalidad de la muerte. Debemos luchar contra el sufrimiento en lugar de exhibirlo, en lugar de pasearlo en procesiones grotescas y falsas conmemoraciones […] Hay que tirar abajo las pirámides, las sepulturas, las tumbas; hay que pasar el arado por los muros del cementerio para librar a la humanidad de lo que llamamos el respeto a los muertos, de lo que es el culto a la carroña”.
Albert Libertad

Este es el tercer texto que escribo en su memoria a lo largo de estos nueve años de ausencia; sin embargo, el dolor no desaparece. No ha podido desvanecerse a pesar del tiempo transcurrido, como tampoco he logrado disipar el dolor por la desaparición física de mi querido Urubú, de mi entrañable Rafa (Daniel Barret), de mi hermano Canek y, tantos otros que han partido pero viven en nuestra memoria negra. Y no es que quiera exhibir mi dolor ni recrearlo en conmemoraciones luctuosas: los anarquistas no rendimos culto a la carroña. Simplemente, estoy
incapacitado para superarlo. Y no he podido –ni quiero– vencer este sentimiento porque siempre lo he transformado en furia. No pretendo hacer el menor esfuerzo por olvidarlos porque la memoria, compañeras, compañeros, es nuestra arma más potente.

No todos los que he nombrado murieron en combate pero, tampoco hay nada que enaltecer en el hecho de caer en combate. Nosotros no tenemos mártires. No creemos en el sacrificio y la inmolación. Eso se lo dejamos a los cristianos, a los musulmanes, a los nacionalistas, a los bolches. A nosotros lo único que nos motiva es la libertad irrestricta y la pasión por la vida, por eso luchamos por la Liberación Total. Por eso nuestra guerra es contra la domesticación y la dominación. Contra todo Poder, contra toda Autoridad, contra todo lo existente.

Desde el instante en que nos asumimos anarquistas sin remordimientos, estamos admitiendo la ilegalidad implícita en nuestro accionar, estamos aceptando las consecuencias de la guerra anárquica. Sabemos, de antemano, qué nos depara la represión en todas sus facetas: deportación, cárcel, muerte. Esos son los riesgos que asumimos todas y todos los que hemos elegido la lucha contra toda Autoridad, consecuentes con nuestra praxis. Pero no lo hacemos en aras de un mundo mejor ni de una luminosa sociedad futura, ni en nombre de una clase o una causa, ni esperanzados en la concreción de la cada vez más inasible Revolución Social; tampoco lo hacemos por un precio a pagar sino por un lastre a tirar. Lo hacemos por el placer que nos produce dar rienda suelta a todas nuestras pasiones, por el goce de vivir intensamente confrontando día a día la muerte en vida que nos impone el sistema de dominación, por la satisfacción de ser anarquistas hasta las últimas consecuencias, por el deleite de impulsar los empeños de destrucción de la sedición anárquica.

La noche del 22 de mayo de 2009, nuestro querido Mauri no decidió inmolarse en nombre de ninguna causa ni concluyó que había llegado el momento de sacrificarse por un mañana mejor. Aquella fatídica noche, Mauri acomodó en su mochila la bomba artesanal con que asestaría un nuevo golpe al poder. Sería una nueva embestida –no la primera ni la última–, en esta ocasión contra la Escuela de Gendarmería de Santiago y, lo haría gozoso, con ese espíritu lúdico que le caracterizaba, asumiendo los peligros de la guerra anárquica como lo hacemos todos desde el
conflicto cotidiano. Pero quien ama la vida aborrece a su opresor, detesta con furor a quien produce la muerte y lo confronta en todas las latitudes.

Aquel 22 de mayo, Mauri salió a iluminar la noche de Santiago, a procurar darle vida a la Anarquía con esa pasión facciosa que guiaba sus pasos, propagando la energía negativa de la rabia anárquica, dueño absoluto de su vida en plena libertad. Aquella noche la muerte nos lo arrebató dejándonos las Furias atrapadas en nuestros corazones. Se lo llevó sin pedir permiso, como nos había robado veintidós días antes a la compañera Zoé Aveilla mientras instalaba una bomba al alba del Primero de Mayo, como nos podía haber acarreado a cualquiera de nosotros sin por ello renunciar a jugar el juego una vez más.

Hoy, las Furias continúan instándonos a no cesar en la lucha hasta que la rabia sea liberada, creando una potencia en el yo que es al mismo tiempo su propio sentido. Como en la mitología griega, las Furias nos exhortan al combate y a no olvidar a los caídos. Heráclito nos recuerda que “Si el mismo Sol intentara abandonar su curso, las Furias lo encontrarían.” Por eso el arkhé de la Anarquía –ayer, hoy, mañana y siempre– es la guerra contra toda Autoridad.

En nuestros días, no hay mayor homenaje ni mejor conmemoración para Mauri que recargar cientos de miles de extinguidores, que realizar incontables expropiaciones, que facilitar múltiples fugas, que confrontar con uñas y dientes esta muerte en vida que nos imponen. La paz es la desmemoria y el olvido: animemos la creatividad destructora, extendamos la guerra anárquica a todos los confines de la Tierra, procuremos darle vida a la Anarquía.

¡Por la Internacional Negra!

Gustavo Rodríguez,
Planeta Tierra, 20 de mayo 2018.

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