Recibido el 24/11/2020
El aroma azufrado de la combustión del petróleo y sus derivados, provoca una inconfundible sensación olfativa que incita cierto estado transitorio de euforia y nos expide, de forma inconsciente, una sucesión de imágenes asociadas que producen infinito placer: un cuartel en llamas, una prisión reducida a cenizas, un conglomerado de antenas calcinadas, una patrulla incinerada o un bello centro comercial carbonizado. Ese devenir-fuego –que ilumina la noche– provoca una conmoción liberadora que no puede propiciar ningún otro medio, ninguna máquina de guerra. Innova un gesto que hace perceptible la anarquía a través de las flamas de la devastación.
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