Recibido el 15/03/2018:
En la época de la Antigua Roma, la infamia era la degradación del honor civil. El afectado por ella debía haber llevado a cabo un acto deshonroso o vil, para acto seguido ser desacreditado por un censor, que le otorgaba la categoría de infame. De esta manera, el afectado no podía acceder a cargos públicos ni votar en las elecciones, lo que limitaba sus facultades sociales y jurídicas.
El derecho romano reconocía dos tipos de infamia según sus causas.La infamia iurs, era una consecuencia de un fraude o de alguna acción dolosa. La infamia facti se decretaba cuando la persona desarrollaba un acto contrario al orden público, la moral o las buenas costumbres.
Es con este tipo de infamia con el que nos sentimos identificadas, aquella que reivindicamos con orgullo, pues ¿qué tarea, acción o estrategia netamente anarquista no cabe bajo de la definición de “un acto contrario al orden público, la moral o las buenas costumbres”?
Si su orden público se basa en el ejercicio de una violencia (tanto explícita como simbólica) para obligarnos a actuar en contra de nuestros intereses y a favor de los beneficios de asesinos y explotadores, nos rebelamos contra él y nos declaramos infames. Si su moral lo único que defiende es la propiedad privada (concepto bajo el cual se lleva a cabo el expolio de la gran mayoría de desposeidas y oprimidas a través del acaparemiento de los medios de vida en unas pocas manos privilegiadas), nos rebelamos contra ella y nos declaramos infames. Si sus buenas costumbres nos atan a la jerarquización social, convirtiéndonos en seres humanos de segunda clase, nos rebelamos contra ella y nos declaramos infames.
Por eso nace esta publicación. Para extender la llama de la infamia y la desobediencia. Para luchar por la anarquía.
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