“Llegué a Grecia pensando que llegué a un sitio real. Pensaba que estaría identificado aquí, que tendría un sitio en el mundo. Me pregunto ahora, ¿hay de verdad un sitio para mí? Nadie parece conocer dónde ponerme. Estoy vivo. Soy un ser humano. Pero soy echado de todos los sitios, soy trasladado de un sitio a otro, no tengo el derecho a encontrarme en algunos sitios. Parece que tengo el derecho a encontrarme en ciertos sitios por un tiempo determinado. Soy como un zapato viejo que nadie quiere ponerse. Sólo tengo el derecho de ser invisible.
Cuando llegué a Grecia me encerraron por unos días en una cárcel en una isla. Después me trasladaron a otra cárcel al continente. Cuando me dejaron libre ya sentía el temor profundamente en mi aliento. Me preguntaba qué sucedería después. Me pregunté a donde ir y donde quedarme. En Atenas me fui a barrios donde podría encontrar a personas mías. Tuve suerte de encontrar a un amigo del pueblo, quien me ayudó por unos días, así que no durmiera en las calles. En el bolsillo tenía un papel blanco que limitaba mi presencia legal en Europa a los 30 días. Los días iban pasando y no tenía ningún derecho de encontrarme en ningún sitio en este mundo. Decidí dejar este país que no me quería. En Patrás intenté, durante varios meses, traspasar la frontera para ir a Italia. Vivía en trenes, en un lugar de montaje de trenes. Los trenes ya no se usaban. No había sitio para ellos igual que para mí.
Como no tenía éxito, me fui para Comunesia. Vivía en las montañas, al frío y la oscuridad. Mi único refugio era un cielo lleno de estrellas. Vivía en la misma ciudad con griegos pero mi mundo era otro y los dos mundos no se cruzaban en ningún sitio. Un día me detuvieron en el puerto. La policía me trasladó a una cárcel en el puerto. Estábamos 27 personas en una celda para 6. Unos días después fui trasportado a otra cárcel cerca de la frontera con Albania. Nos quedamos unos días allí. ¿Después? Otra vez fuimos trasportados. Me pareció que no sabían a dónde llevarnos, donde ponernos para que no molestáramos sus vidas. Un autobús nos llevó lejos, a un almacén que se llamaba cárcel. Las ventanas estaban muy arriba en el techo, nuestro único contacto con el mundo exterior. Por las noches en mis sueños hallaba mi propio lugar, un sitio al que pertenecer. El día me recordaba la realidad cruel. Me quedé un mes allí y después me soltaron. De repente estaba otra vez libre en el medio de la nada y parecía que tenía que buscar solo el camino de regreso a la civilización. ¿Pero qué civilización? ¿Qué sitio? Mi vida en Grecia es una vida real en sitios reales pero de otra categoría. Sitios donde soy ¨ilegal¨, sitios donde me escondo, sitios donde estoy limitado a un gueto sin papeles. Y si me pilla la policía, me meterán otra vez en la cárcel. Tengo un fuerte presentimiento de que quieren que me dé cuenta de que no va a existir un sitio para mí aquí. ¡Creo que me he dado cuenta!
El texto en inglés.