Yo no creo en el derecho. La vida, que es toda una manifestación de fuerzas incoherentes, desconocidas e irreconocibles, niega la artificiosidad humana del derecho. El derecho nace cuando se nos quitó; de hecho, en el orígen, la humanidad no tenía ningún derecho. Se vivía, eso es todo. Hoy, por el contrario, hay derechos a miles; se puede decir, sin caer en el error, que todo lo que nos falta se llama derecho.
Yo sé que vivo y que quiero vivir.
Es muy difícl poner este deseo en acción. Estamos rodeadxs de una humanidad que quiere lo que quieren los otros. Mi afirmación aislada es un delito de los más graves.
Ley y moral, en competición, me intimidan y persuaden.
El «rabino rubio [Jesucristo]» ha triunfado.
Se reza, se implora, se blasfemia, pero no se osa.
La cobardía, acariciada por el cristianismo, crea la moral y esta justifica la vileza y genera la renuncia.
Pero este deseo de vivir, esta voluntad, solo quiere realizarse. El cristiano mira alrededor bien, observa que nadie lo mira y, temblando, realiza el pecado. Así, la vida es pecado; el deseo, pecado; el amor, pecado. He aquí la inversión.
«Ramera, mujer de todos, no te avergüences del mundo. Tú eres franca y leal. Ofreces lo que es tuyo a quien lo compra, ni das ni quitas ilusiones.
La sociedad, por el contrario, honesta y de cara limpia, con el cuerpo horriblemente engangrenado, me provoca el vómito, el horror, me da asco, me mata…»
Yo envidio a los salvajes. Y podré gritarles con fuerza: «¡Salvaos! ¡Llega la civilización!»
Seguro: ¡nuestra querida civilización de la que estamos tan orgullosxs! Abandonamos la libre y feliz vida de las selvas por esta horrenda esclavitud moral y material. Y somos maniáticxs, neurótixs y suicidas.
¿Qué me importa a mí que la civilización le haya dado alas al ser humano para bombardear las ciudades, qué me importa a mí conocer las estrellas del cielo y los ríos de la tierra?
Ayer, no había reglas, es cierto y, por lo que parece, se hacía justicia sumaria.
¡Tiempos bárbaros! Hoy, por el contrario, se despacha a la gente con la silla eléctrica, a menos que la filantropía de Beccaria* no la torture toda la vida con una cadena perpetua.
Pero yo os dejo vuestra sabiduría y vuestro derecho canónico, os dejo los submarinos de guerra. Pero devolvedme la bella libertad, mi ignorancia, mi vigor. Ayer era bonito mirar el cielo; lo miraba con los ojos del inconsciente.
Hoy, la bóveda estrellada es un velo plomizo que, en vano, nos esforzamos por cruzar, hoy ya no se ignora, se duda.
Todos estos filósofos, estos cientíicos, ¿qué hacen?
¿Qué delitos meditan todavía contra la humanidad? A mí me da exactamente igual su progreso,¡yo quiero vivir y disfrutar!
«Mono de las selvas del Borneo, ¡Darwin te ha calumniado!»
Mientras tanto, todo mi ser me grita: «¡Quiero vivir!».
Me arranco de la frente las espinas de la renuncia cristiana y bebo el perfume de las rosas.
Estoy bien ahora. ¡Estoy contento de vivir!
Suenan las sirenas y la multitud beata va al matadero.
Y tú tambien, oh, rebelde, subes a tu calvario, ¡tú también estás podridx!
¡Cómo envidio al gran Bonnot!
«Il me faut vivre ma vie [Necesito vivir mi vida – Jules Bonnot]!»
Es inútil, estoy podrido. Me ha ganado la sociedad. Y odio. Odio con todas mis fuerzas esta bruta humanidad que me ha matado, que ha hecho de mí una corteza de ser humano.
Me gustaría poder convertirme en lobo para hundir dientes y garras, en una orgía de destrucción, en el vientre podrido de la sociedad.
[de Iconoclasta!, nº 4, 2 de julio de 1919]
*Aristócrata del siglo XVIII cuyas obras inspiraron la reforma del antiguo derecho penal europeo