Tristemente, durante los últimos años se ha visto que demasiada de la escritura del conflicto social se escribe con lenguaje rígido y agarrotado, un lenguaje cansado, muerto que parece contradecirse con la energía de las rebeliones de las que habla. Es el lenguaje de la militancia, no de la libertad, no de la individualidad que se crea contra toda posibilidad. Quizá sea, en parte, poque muchos de los conflicto del presente brotan de la dureza de los tiempos, son respuestas a la dureza de las actuales realidades sociales, políticas y económicas. Pero, ¿cómo una respuestatan similar puede contraponerse a estas realidades? ¿No debería ser justo el método de nuestra respuesta el que reflejara nuestro rechazo a estas realidades impuestas?
La militancia se confunde con la pasión y la intensidad cuando, de hecho, no es más que una camisa de fuerza blindada encerrando la propia desnudez, agarrotando y limitando los movimientos de cada unx. La seriedad se confunde con la resolución cuando, de hecho, es esclavitud de lo abstacto, del futuro, de la causa, del pasado, otro tipo de autoencarcelamiento. Y, ¿no es exactamente eso lo que necesitamos rechazar mientras luchamos para apropiarnos de nuestras vidas en cada momento?
Quizá el problema sea que muchxs de lxs involucradxs en el conflicto social no se vean como individuxs libres creando sus vidas, enfentándose a los obstáculos de este proceso autocreativo y luchando por destruirlo, sino más bien personas oprimidas resisitendo a la opresión.
No hace falta ignorar la realidad de la opresión para reconocer que, cuando un proyecto se convierte en resistencia a la opresión, terminamos centradxs en nuestros opresores. Perdemos nuestras vidas y, con ellas, la capacidad de destruir lo que se nos cruza en el camino. Como la resistencia se enfoca en los proyectos del enemigo, nos hace ponernos a la defensiva y garantiza nuestra derrota (incluso en la victoria) al robarnos nuestros proyectos.
Si, por un lado, empezamos con nuestro proyecto de autocreación, insistiendo en movernos por el mundo como seres libres y sin objetivos, nos encontraremos dirigentes, explotadores, polis, curas, jueces, etc., no justamente como opresores, sino como obstáculos en nuestro camino que hay que destruir, no resistir.
Solo en este contexto, la destrucción toma su significado insurgente, poético, revolucionario, como acto realmente gratuito que desafía la lógica del trabajo y se abre a lo maravilloso, a la sorpresa. Solo entonces, la destrucción se vuelve juguetona.
fuente: vagabond theorist (apio ludd)