Luego de la muerte de Eduardo y Rafael, la fecha comenzó a ser conmemorada por la familia y organizaciones sociales y políticas. De manera natural, sirvió de excusa para homenajear a los jóvenes militantes de organizaciones combativas o a quienes caían enfrentando al poder del Tirano. Cabe señalar además que fueron los jóvenes los que llevaron el peso de la lucha contra Pinochet desde que comenzaron las protestas masivas contra la dictadura, en 1983. Ese ingrediente generacional no puede ser obviado.
Sucedió en 1989. Tenía quince años. Participé días antes en reuniones de coordinación en la sede del Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo, Codepu, un organismo de defensa jurídica a presos políticos y víctimas de la represión, en sus oficinas de calle Bandera, en el centro de Santiago frente al ex Congreso Nacional. Asistieron varios representantes de organizaciones sociales, juventudes políticas, centros de estudiantes y de los Comités Democráticos, Codes —que era una coordinación de estudiantes de izquierda, ahí donde no habían centros de alumnos— y diversos representantes de la Federación de Estudiantes Secundarios de Santiago, Feses. Sin embargo, lo que más llamó mi atención fue la presencia de miembros de la juventud palestina en Chile (chilenos de ascendencia palestina), que años después sabría que correspondía al trabajo internacional del Frente Popular para la Liberación de Palestina (FPLP), una organización combatiente palestina, marxista-leninista, partidaria de la lucha armada contra la ocupación israelí y dirigida por el médico George Habash hasta su muerte en 2008. En ese momento los jóvenes palestinos se encontraban de lleno impulsando el apoyo internacional a la Primera Intifada que había comenzado un año antes, en 1988. Recuerdo que junto con participar de las actividades conmemorativas de la muerte de Eduardo y Rafael Vergara Toledo, difundían un acto de apoyo a la causa palestina que se llevaría a cabo en el entonces Cine Arte Tobalaba, en Los Leones con Providencia, donde actualmente se encuentra una sede de Integramédica. Se bromeaba con eso, por tratarse de una comuna adinerada y burguesa.
—Ustedes siempre con esos lugares, ¿no había algo más popular? -y todos reían.
—¿Y qué quieres? Si son los viejos los que ponen la plata y arriendan esos lugares.
Se referían a los viejos palestinos. Pero se lo tomaban con humor, conscientes de la fama de riqueza de la mayoría de las familias árabes en Chile, ligadas fundamentalmente al comercio y la industria textil.
Pero volvamos al tema. Entre las muchas actividades conmemorativas, se encontraba una marcha de estudiantes secundarios que se realizaría el 28 de marzo desde la clásica esquina de Cumming con Alameda, hasta donde se pudiera llegar. A esa marcha iría yo. Me evitaría problemas de permisos con mi madre, de manera que saldría de clases a la una y me iría corriendo las pocas cuadras que me separaban del lugar. Entonces, cursaba segundo medio. Teóricamente la marcha avanzaría hacia el oriente y podría llegar hasta La Moneda, pero casi siempre era disuelta mucho antes. Se trataba de una marcha tradicional de los estudiantes secundarios de la zona centro de Santiago, y que habitualmente convertía el centro de la ciudad en un lugar de enfrentamientos y disturbios con gases lacrimógenos. Hacía llorar a los oficinistas y transeúntes, provocaba el ulular de carros policiales, correrías de manifestantes y policías detrás, apaleos, vehículos lanza-aguas. Jóvenes con piedras, pañoletas y eventuales cócteles molotov se enfrentaban a la prepotencia y el poderío de la máquina de muerte que era la policía de Pinochet.
Llegué atrasado pese a la prisa y mi carrera después de clases. Era un día soleado y caluroso, y la marcha ya había comenzado. Una gran masa de personas avanzaba por la calzada sur de la Alameda a la altura del Metro Los Héroes. El número de personas me sorprendió: eran más de mil personas, y eso era mucho más de lo que esperaba. Además, muchos de los jóvenes marchaban con sus rostros cubiertos, algunos tomados de la mano (amor revolucionario), con pañoletas o capuchas rojinegras, los colores del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, MIR, el partido de los hermanos Vergara. Se sentía el ambiente tenso, pero también una juvenil, fresca y alegre disposición al enfrentamiento con las fuerzas del orden.
Pasados algunos segundos, jóvenes encapuchados comenzaron a rayar una gran casona amarilla en Manuel Rodríguez con Alameda, que hasta el día de hoy ocupa la Embajada de Brasil. Con una lata de spray rojo escribieron: “Hermanos Vergara: Presentes”, luego otro grupo saca unas cadenas que custodiaban los estacionamientos de la embajada y la atraviesan en la Alameda, tras el paso de la multitud. Consignas al aire, puños en alto, todo parece andar como en cámara lenta. La cadena agarrada a pilares, termina por interrumpir el avance de automóviles y microbuses. No pasó mucho tiempo hasta que, en San Ignacio con Alameda, un coche con civiles armados interrumpió desde la parte de atrás de la marcha, rompiendo el corte que había hecho la cadena. Un hombre sacó medio cuerpo por la ventana y abrió fuego con un fusil AK-47, que usaba como botín de guerra la CNI, armas que le fueron incautadas al MIR después del golpe militar de 1973. La CNI disparando contra escolares en plena Alameda, no lo podía creer mientras miraba la acción desde atrás y me agachaba instintivamente para protegerme. Por increíble que parezca, los disparos de fusil fueron enfrentados por estudiantes con pañoletas en sus rostros, quienes les lanzaron piedras rompiendo los vidrios del vehículo.
Los estudiantes, en desigual confrontación, no comprendían que los siniestros agentes del Estado habían llegado para restablecer el orden de la dominación que, ya en esa época, contaba con el patrocinio del Vaticano y el alto auspicio de Estados Unidos, junto a la inapreciable colaboración de la moderada oposición a la dictadura, que ya habían acordado canalizar la rebeldía y controlar la pulsación insurreccional a través de un cambio de régimen, pero no de sistema, y que éste transcurriera por las vías legales e institucionales que había diseñado la dictadura y su ideólogo Jaime Guzmán Errázuriz. Estas vías se encontraban establecidas en la Constitución de 1980 que, dicho sea de paso, rige -salvo maquillajes- hasta el día de hoy. Así, el dictador se quedaría vigilando desde la Comandancia en Jefe del Ejército mientras los “políticos demócratas” se comprometían a realizar cambios dentro de lo razonable, a la “justicia en la medida de lo posible” como después diría el propio presidente Aylwin y, sobre todo, a no tocar los pilares del sistema neoliberal que habían establecido desde los 70′ los seguidores de la Escuela de Chicago y su gurú Milton Friedman.
Entre tanto, la clase política realizaría uno de los mayores fraudes: convencer a la masa ciudadana que la dictadura había sido derrotada por medio de los votos. Para quienes no creyeran en estas patrañas, existirían las balas, las mismas que la CNI disparaba en plena Alameda y que Anselmo Córdova, fotógrafo del diario de oposición Fortín Mapocho, captó y sería portada al día siguiente. Esa foto recorrería el mundo.
Cuando recuerdo ese hecho, me cuestiono sobre lo mucho y lo poco a la vez que ha cambiado este país. También, con cierta nostalgia, pienso en la insurrección que se nos escapó de entre las manos, aunque, por cierto, con quince años, ni esos estudiantes que enfrentaban con piedras las balas no tenían la mayor responsabilidad. La insurrección que soñábamos en esos días olía a Nicaragua y guerrilla salvadoreña; soñábamos una revolución fresca, alegre, bailada… nada de gerontocracia en un desfile soviético, aunque existieran muchos partidos que reivindicaran un paradigma marxista-leninista que hoy suena extremadamente anquilosado, ortodoxo y fuera de foco con su formación de cuadros y la toma del poder como el camino de la revolución.
También recuerdo el sectarismo que, lamentablemente, hoy veo reactualizado en gente más joven que no debería repetir esos pesados vicios, junto al sobreideologismo e, incluso, fanatismo. Es increíble cómo hemos perdido la creatividad. Hasta en dictadura, donde habían concepciones leninistas y de vanguardia, había más creatividad e imaginación: un lienzo volando por el centro, colgado de un edificio, globos de papel con un mensaje…
Pero por otro lado, nada cambió en cuanto al sistema económico-social. Nada cambió en la clase dirigiente y los grupos económicos que detentan el Poder y la riqueza. Nada cambió en cuanto a la represión focalizadora que se comenzó a aplicar con los que no se querían someter a la transición y al itinerario de la constitución de Pinochet, a los que se oponían a la dominación capitalista. En ese sentido, aquellos disparos fueron un negro presagio de lo que vendría.
Cuánta sangre joven faltaba aún que se derramara en éste último año de dictadura y en los que vendríande democracia policial de la Conscertación, hoy Nueva Mayoría. Raúl Pellegrin, Cecilia Magni, Ariel Antonioletti, Aldo Norambuena, Norma Vergara, Andrés Soto Pantoja y tantxs más en la intención del nuevo orden democrático de aplastar a los que insistían en el camino de la rebelión. Luego, cuando otra generación tomara esas banderas y ellas se tiñeran de la influencia de las ideas de horizontalidad, autonomía y la influencia del anarquismo y la rebelión mapuche, que dotaron a la nueva subversión de sus características multifomres y de nueva práctica política antagonista, caerían asesinados por las balas de las policías Daniel Menco, Claudia López Benaiges, Jonny Cariqueo, Álex Lemún, Matías Catrileo, Jaime Mendoza Collío, el obrero forestal Rodrigo Cisternas, el estudiante Manuel Gutiérrez en 2011, meses antes de que yo cayera en prisión.
En democracia se paga con sangre la osadía de cuestionar el sistema de dominación capitalista, el país de los ricos y poderosos que tiene a Chile como uno de los más desiguales del mundo, y que los desastres naturales se encargan de enrostrárselos una y otra vez, hasta que los poderosos vuelven a reconstruir viviendas y a restablecer su orden para seguir como si no pasara nada. Las araucarias de Melipeuco, la inundación en Copiapó o el derrame petrolero en las costas de la Isla Alejandro Selkirk son un ejemplo de ello.
Chile, el país de la explotación, de la desigualdad, de la depredación de los recursos naturales, donde los ricos compran su influencia política. A la muerte de los rebeldes se ha sumado la cárcel para una nueva generación de prisioneros rebeldes y revolucionarios en los últimos años, producto de las tensiones y conflictos que en distintas áreas comienza a enfrentar el sistema.
En este Día de lxs Jovenes Combatientes, a 30 años de la muerte de Eduardo y Rafael, una fecha nacida desde y para los rebeldes, de homenaje a nuestros hermanos y hermanas muertas, decimos una vez más que estamos en resistencia, que no estamos de rodillas, que no hay silencio ni olvido. Y como dice la consigna que creamos en la Coordinadora Revolucionaria del Pedagógico (CRP), en las barricadas de Macul con Grecia y que luego tomaran los presos subversivos del Kolektivo Kamina Libre y que hoy es de todxs y recorre el mundo: ¡Juventud combatiente, insurrección permanente!.
¡En este 29 de Marzo nadie está olvidado!
Un saludo cariñoso,
Hans Felipe Niemeyer Salinas
3o Piso – Módulo H Norte
Cárcel de Alta Seguridad
Santiago, Chile, Sudamérika.