Traducción recibida el 04/06/2020:
Una considerable parte de la antropología actual (ej: Sahalius, R.B.Lee) ha eliminado virtualmente aquella vieja y dominante concepción que definía a la prehistoria de la humanidad en términos de escasez y brutalidad. Como si las implicaciones de esto no fueran ampliamente entendidas, pareciera que esta creciendo una percepción de lo vasto de esa época como una de plenitud y gracia. Nuestro actual momento en la tierra, caracterizado por algo muy opuesto a esas cualidades, se encuentra en la profunda necesidad de revertir la dialéctica que arrancó esa plenitud de nuestra vida como especie.
La vida en la naturaleza, antes de que la abstrajéramos, debió haber envuelto una variedad de contactos y percepciones que apenas y podemos comprender debido a nuestros altos niveles de angustia y alienación. La comunicación con todo lo existente debió haber sido un exquisito juego de todos nuestros sentidos, reflejando las incontables e innombrables variedades de placeres y emociones a las que alguna vez tuvimos acceso.
Para Levy-Bruhí, Durkheim y otros, la diferencia cardinal y cualitativa entre la “mente primitiva” y la nuestra es su falta de separación al momento de la experiencia; “la mente salvaje totaliza”, como Levi-Strauss señaló. Desde luego se nos ha enseñado por mucho tiempo que esta unidad original estaba destinada a desmoronarse, que la alienación es la provincia del ser humano: la conciencia depende de eso.
En el mismo sentido, se ha considerado que el tiempo cosificado es esencial para la conciencia —Hegel la llamaba “la alienación necesaria”—, de la misma manera que el lenguaje y su vez igual de falso. El lenguaje tal vez pueda ser codificado propiamente como la ideología fundamental, quizás una separación tan profunda del mundo natural que podría ser considerado como un tiempo auto-existente. Y si la ausencia de tiempo resuelve la separación entre espontaneidad y conciencia, la ausencia del lenguaje tal vez sea igualmente necesaria.
Adorno, en Minima Moralia escribió: “tanto para la felicidad como para la verdad aplica lo mismo: una nunca la tiene, pero está ahí”. Esto podría considerarse como una excelente descripción de la humanidad anterior a la emergencia del tiempo y el lenguaje, anterior a la división y distanciamiento de esa exhaustiva autenticidad.
El lenguaje es el sujeto en ésta exploración, queremos entenderlo en su más virulento sentido. Una cita de Nietzche introduce su perspectiva central: “las palabras diluyen y brutalizan; las palabras despersonalizan; las palabras hacen de lo no común algo común.”
Por otro lado el lenguaje puede seguir siendo descrito por los estudiantes en frases como “el trabajo más colosal y significante que el espíritu humano ha desarrollado,” esta caracterización ocurre ahora en un contexto de extremismo, en el cual nos vemos forzados a cuestionar el conjunto de la obra del “espíritu humano”. De manera similar, tenemos la estimación de Coward y Ellis, el “rasgo más significativo del desarrollo intelectual del siglo XX” ha sido la luz que arroja la lingüística sobre la realidad social. Este enfoque apunta a qué tan fundamental debe ser nuestro escrutinio para comprender nuestra moderna y mutilada vida. Tal vez suene positivista afirmar que el lenguaje debe, de alguna manera, apoderarse de todos los “avances” de la sociedad, pero en la civilización parece ser que todo significado es en última instancia lingüístico; la cuestión sobre el significado del lenguaje, considerado en su totalidad, se ha convertido inevitablemente en el siguiente paso.
Los escritores antiguos podrían definir la conciencia de una manera muy simple, como aquello que puede ser verbalizado, e incluso argumentar que el pensamiento sin palabras es imposible (a pesar de los contra argumentos sobre la creación musical y el jugar ajedrez). Pero en nuestro estrecho presente, tenemos que reconsiderar el significado del nacimiento y carácter del lenguaje, en vez de asumirlo como un hecho meramente neutral, si no es benigno, es algo inevitablemente presente. Los filósofos ahora están forzados a reconocer el cuestionamiento con un interés intenso; Gadamer, por ejemplo: “Absolutamente, la naturaleza del lenguaje es una de las interrogantes más misteriosas que tiene el hombre por reflexionar”
La ideología, esa mirada blindada de la alienación, es una forma de dominación incrustada a través de un falso sistema de conciencia. Es más fácil localizar el lenguaje en estos términos, si uno toma otra definición común tanto para la ideología como para el lenguaje: encontraremos que ambos son un sistema de comunicación distorsionada entre dos polos y que cada uno está basado en la simbolización.
Al igual que la ideología, el lenguaje crea falsas separaciones y cosificaciones a través de su poder simbolizante. Esta falsificación es posible gracias al acuerdo, y en última instancia, actúa viciando la participación del sujeto en el mundo físico. Los lenguajes modernos, por ejemplo, emplean la palabra “mente” para describir esa cosa que reside independientemente en nuestros cuerpos, a comparación del sanscrito donde significa “trabajar en conjunto”, implicando un abrazo activo entre sensación, percepción y cognición. La lógica de la ideología que va de lo activo a lo pasivo, de lo unitario a la separación, se ve reflejada de manera muy similar en la decadencia de la percepción del verbo. Es digno de mencionar que las culturas cazadoras-recolectoras más libres y sensoriales, dieron paso a la imposición neolítica de la propiedad, el trabajo y la civilización, al mismo tiempo que se redujeron los verbos a, aproximadamente, la mitad del total de las palabras que componían su lenguaje; en el inglés moderno, los verbos son menores al 10% de las palabras.
A pesar de que las características definitivas del lenguaje parecieran estar completas desde su nacimiento, su progreso está marcado por un constante proceso de degradación. El proceso de abstracción de la naturaleza, su reducción a conceptos y equivalencias, ocurre a lo largo de las líneas establecidas por los patrones del lenguaje. Y mientras más se sujeta la existencia a la maquinaria del lenguaje, al igual que a la ideología, más imperceptible se vuelve su rol en la reproducción de la sociedad de la subyugación.
El navajo ha sido catalogado como un lenguaje “excesivamente literal”, a partir de la tendencia característica de nuestro tiempo hacia lo general y lo abstracto. En un tiempo mucho más remoto, se nos recuerda la directa y concreta inclinación que tomamos; existió una “gran cantidad de términos para lo que se puede tocar y ver.” (Mellers 1960). Toynbee observó la “increíble riqueza de las inflexiones” en los lenguajes tempranos y la posterior tendencia hacia la simplificación del lenguaje a través del abandono de las inflexiones. Cassirer notó la “asombrosa variedad de términos para acción específica” entre las tribus Amerindias y entendió que tales términos guardan una relación de yuxtaposición entre ellos, en lugar que una de subordinación. Pero es importante repetir una vez más, que si bien desde el principio se obtuvo una magnifica prodiga de símbolos, esto fue un confinamiento de los mismos, un acotamiento en convenciones abstractas, que incluso a este punto, podría ser interpretado como una ideología adolescente.
Considerado como el paradigma de la ideología, el lenguaje también debe ser reconocido como el factor determinante que organiza la cognición. Como bien lo notó el lingüista pionero Sapir, los humanos están muy a merced del lenguaje afectando la concepción de lo que constituye la “realidad social”. Whorf, otro prolífico lingüista antropológico, llevo estas aseveraciones más allá al proponer que el lenguaje determina por completo la forma de la vida del sujeto, incluyendo el pensamiento y todas las otras formas de actividad mental. Utilizar el lenguaje es limitarse a los modos de percepción concebidos por cada lenguaje. El hecho de que el lenguaje sea solo forma y que además moldea todo lo que nos rodea apunta al núcleo de lo que es la ideología.
La realidad se revela ideológicamente como un estrato separado de nosotros. De esta manera el lenguaje crea y degrada el mundo. “El habla humana oculta mucho más de lo que comunica; enturbia más de lo que clarifica; distancia más de lo que conecta,” esa fue la conclusión de George Steiner.
Más concretamente, la esencia de aprender un lenguaje es la de aprender un sistema, un modelo que delimita y controla el habla. A este punto es aún más fácil reconocer el carácter ideológico del lenguaje, dado a las arbitrariedades esenciales de las reglas fonológicas, sintácticas y semánticas que se imponen para aprender cada lenguaje humano. Lo innatural es impuesto como una fase necesaria para la reproducción del mundo innatural.
Incluso en los lenguajes más primitivos, raramente las palabras guardan una similaridad reconocible a lo que denotan; son claramente convenciones. Por supuesto que esto es parte de la tendencia a observar la realidad de manera simbólica, a lo que Cioran se refería como “la pegajosa red simbólica” del lenguaje, una regresión infinita que nos cercena del mundo. La arbitraria naturaleza auto contenida del lenguaje simbólico, genera un creciente espectro de falsas certezas donde la duda, la multiplicidad y la no equivalencia deben prevalecer. La descripción de Barthes sobre el lenguaje como algo “absolutamente terrorista” viene mucho al caso; él observo que la naturaleza sistemática del lenguaje “para estar completa solo necesita ser válida, y no necesariamente verdadera.” El lenguaje afecta la separación original entre método y conocimiento.
A lo largos de estas líneas, en términos estructurales, se hace evidente que la “libertad de expresión” no existe; la gramática es aquel “policía invisible del pensamiento” en nuestra prisión inmaterial. Con el lenguaje nos hemos adaptado a un mundo que no es libre.
La reificación, esa tendencia de tomar lo conceptual como lo que se percibe, y de tratar los conceptos como algo tangible, es algo tan básico para el lenguaje como lo es parta la ideología. El lenguaje representa la reificación de las experiencias de la mente, esto es, un análisis en partes que al igual que los conceptos, pueden ser manipulados como si fueran objetos. Horkheimer señaló que la ideología consiste más concretamente en cómo es la gente —sus constricciones mentales, y su completa dependencia a esquemas impuestos— que en lo que realmente cree. En una declaración que parece pertinente tanto para el lenguaje como para la ideología, agregó que la gente experimenta todo a través de un marco convencional de conceptos dados.
Se ha asegurado que la reificación es necesaria para el funcionamiento mental, que la formación de conceptos, los cuales pueden confundirse con relaciones y propiedades vivas, eliminan por otro lado la casi intolerable experiencia de relacionar una experiencia con otra.
Cassirer agrega en torno al distanciamiento de la experiencia que, “la realidad física se reduce en proporción del avance en la actividad simbólica humana”. Con el lenguaje inicia la representación y la uniformidad, recordándonos la insistencia de Heidegger de que algo extraordinariamente importante ha sido olvidado por la civilización.
La civilización es a menudo percibida no como un olvido sino como un recuerdo en donde el lenguaje activa el conocimiento acumulado listo para ser transmitido, permitiéndonos tomar beneficio de las experiencias de otros mientras pensamos que fueron nuestras. Tal vez lo que ha sido olvidado es simplemente que las experiencias de otros no son las propias, y que el proceso civilizatorio es por lo tanto, vicario e inauténtico. Cuando el lenguaje, por una buena razón, se toma como algo virtualmente equiparable con la vida, estamos tratando con otra forma de decir que la vida se ha alejado progresivamente de la experiencia vivida directamente.
Tanto el lenguaje como la ideología median el aquí y el ahora, atacando directamente las conexiones espontaneas. Un ejemplo descriptivo fue provisto por una madre que se resistía la presión de aprender a leer: “Una vez que un niño ha sido alfabetizado, ya no hay vuelta atrás. Camina por los pasillos de un museo de arte. Mira a los estudiantes ya alfabetizados leer los títulos de las obras antes de ver las pinturas para asegurarse que saben lo que están viendo. O míralos leer los títulos de las obras e ignorar las pinturas por completo…Como los cuadernillos lo señalan, leer abre puertas. Pero una vez que esas puertas se abren, es muy difícil observar el mundo sin asomarse a través de ellas.”
El proceso de transformar todas las experiencias directas en una expresión simbólica suprema, es decir en el lenguaje, monopoliza la vida. Al igual que la ideología, el lenguaje concilia y justifica, convenciéndonos de suspender nuestras dudas sobre la validez. El código dinámico de la naturaleza alienada de la civilización, se encuentra en sus raíces. Siendo el paradigma de la ideología, el lenguaje se posiciona detrás de todas legitimaciones necesarias que sirven para dar sustento a la civilización. A nosotros nos queda clarificar que formas nacientes de dominación engendraron esta justificación, creando la necesidad de lenguaje como un instrumento básico de represión.
Antes que nada, se debe aclarar que la arbitraria y decisiva asociación de un sonido particular con una cosa específica es difícilmente inevitable o accidental. El lenguaje es una invención por la razón de que el proceso cognitivo debe proceder su expresión en lenguaje. Asegurar que la humanidad es solamente humana por el uso del lenguaje generalmente olvida el corolario de qué, ser humano es la precondición para inventar el lenguaje.
La pregunta aquí es ¿Cómo es que las palabras llegaron a ser aceptadas como signos? ¿Cómo se originó el primer símbolo? Los lingüistas contemporáneos encuentran esto como un “problema muy serio en el que uno podría caer en la desesperación de encontrar una salida para sus dificultades”. De entre los más de diez mil trabajos sobre el origen del lenguaje, incluso los más recientes, admiten que las discrepancias teoréticas se están tambaleando. La pregunta a cuando comenzó el lenguaje, ha traído una diversidad extrema de opiniones. No hay fenómeno cultural tan trascendental como éste, pero ninguna otra investigación ofrece siquiera algunos datos sobre sus orígenes.
No es de sorprender que Bernard Campbell esté muy lejos de encontrarse aislado por haber declarado que “simplemente no sabemos y nunca sabremos, como y cuando inicio el lenguaje.”
Muchas de las teorías puestas en marcha sobre el origen del lenguaje son triviales: no explican nada sobre lo cualitativo ni los cambios intencionales introducidos por el lenguaje. La teoría del “ding-dong” sostiene que de alguna manera existe una conexión innata entre sonido y significado; la teoría del “pooh-pooh” dice que en un inicio el lenguaje consistió en eyaculaciones de sorpresa, miedo, placer, dolor, etc.; la teoría del “ta-ta” posiciona la imitación de los movimientos corporales como la génesis del lenguaje, y así un montón de explicaciones que solo excusan la pregunta. La hipótesis de que los requerimientos de la caza hicieron necesario el lenguaje, por la otra mano se refuta fácilmente; los animales cazan en conjunto sin la necesidad de lenguaje, y para los humanos, es frecuentemente necesario mantenerse en silencio para poder cazar.
Algo más cercano a la raíz del problema, creo yo, es el acercamiento que nos proporciona el lingüista contemporáneo E. H. Sturtevant: desde el momento que todas nuestras intenciones y emociones son involuntariamente expresadas por los gestos, la mirada o los sonidos; la comunicación voluntaria, como el lenguaje, debe haber sido inventada con el propósito de mentir o engañar. En una vena más circunspecta, el filósofo Caws insistió en que “la verdad… es un comparativo recién llegado a la escena lingüística, y es ciertamente un error el suponer que el lenguaje fue inventado con el propósito de decirla.”
Pero es en contexto social específico de nuestra exploración, dentro de los términos y preferencias de actividades y relaciones concretas, donde debemos encontrar una mayor comprensión de la génesis del lenguaje. Olivia Vlahos sentenció que “el poder de las palabras” debe haber aparecido muy tempranamente; “tal vez… no mucho tiempo después de que el hombre empezó a confeccionar herramientas moldeadas a partir de un patrón especificó. “No obstante, parece ser mucho más apropiado afirmar que las técnicas de tallado o astillamiento de herramientas de piedra, durante los uno o dos millones de años que duro la vida paleolítica, fueron compartidas directamente a través de demostraciones intimas, en vez que por instrucciones verbales.
Sin embargo, desde mi punto de vista, la propuesta de que el lenguaje apareció con los comienzos de la tecnología —Esto es, en el sentido de la división del trabajo y sus concomitantes, tales como la estandarización de cosas y eventos, y el poder efectivo de los especialistas sobre otros— se encuentra en la matriz del problema. Sería muy difícil desvincular la división del trabajo —“La fuente de la civilización,” en palabras de Durkheim— del lenguaje en cualquiera de sus fases, quizás al menos en el principio. La división del trabajo necesita controlar la acción grupal de una manera relativamente compleja; en efecto demanda que toda comunidad sea organizada y dirigida. Esto ocurre a través del quiebre de las funciones previamente desarrolladas por la comunidad, dirigiéndolas progresivamente a una diferenciación de tareas más grande, y por lo tanto a la aparición de roles y distinciones.
Mientras que Vlahos sintió que el habla surgió muy tempranamente gracias a la confección de herramientas de piedra sencillas y su reproducción, quizás Julian Jaynes haya leventado una pregunta mucho más interesante, la cual es asumida en una opinión contraria donde afirma que el lenguaje apareció mucho después. Él pregunta, ¿Porque, si la humanidad tuvo lenguaje por un par de millones de años, cómo es que prácticamente no hubo un virtual desarrollo tecnológico? La pregunta de Jaynes implica un valor utilitario inherente al lenguaje, una supuesta emanación de las potencialidades latentes de una naturaleza positiva. Pero dado a la dinámica destructiva de la división del trabajo, a la que nos referimos anteriormente, puede ser que mientras el lenguaje y la tecnología están estrechamente ligadas, ambas fueron resistidas exitosamente por miles de generaciones.
En sus orígenes el lenguaje tuvo que encontrarse con los requerimientos de un problema que existió fuera del lenguaje. A la luz de la congruencia del lenguaje y la ideología, se hace evidente que tan pronto como el humano habló, él o ella fueron separados. Esta ruptura es el momento de la disolución de la unidad original entre humanidad y naturaleza; y esto coincide con el inicio de la división del trabajo. Marx reconoció que la llegada de la conciencia ideológica fue establecida por la división del trabajo; el lenguaje para él fue el paradigma primario del “trabajo productivo”. Todo paso dado en el avance de la civilización ha significado añadir más trabajo, en ese sentido la realidad alienada al trabajo productivo es realizada y desarrollada a través del lenguaje.
Engels, valorizando el trabajo mucho más explícitamente que Marx, explicó el origen del lenguaje desde y con el trabajo, el “dominio de la naturaleza.” Él expresó esta conexión esencial con la frase, “primero con el trabajo, después y luego con el lenguaje.” Para ponerla más críticamente, el lenguaje, esa comunicación artificial fue y es la voz de la separación artificial que es (la división) del trabajo. (En la usual y represiva comunicación hablada, esto se piensa de manera positiva, desde luego, en los términos de esa invaluable característica del lenguaje para organizar las “responsabilidades individuales.”)
El lenguaje fue elaborado para la supresión de los sentimientos; como código de la civilización, expresa la sublimación del Eros, la represión del instinto que está en las raíces de la civilización. En un párrafo que dedicó al origen del lenguaje, Freud conectó el origen del habla a un vínculo sexual, instrumentalizado para hacer del trabajo algo aceptable como “una equivalencia y sustituto de la actividad sexual.” Esta transferencia de sexualidad libre al trabajo, es la sublimación original y Freud vio en la constitución del lenguaje, el establecimiento del nexo entre los llamados de apareamiento y el proceso laboral.
El neo-freudiano Lacan lleva este análisis aún más lejos, aseverado que el inconsciente está formado por la represión primaria derivada de la adquisición del lenguaje. Para Lacan el inconsciente está por lo tanto “estructurado como el lenguaje” y funciona lingüísticamente, no instintiva o simbólicamente como lo decía el freudianismo tradicional.
Para mirar el problema del origen en un plano figurado, es interesante considerar el mito de la Torre de Babel. La historia de la confusión del lenguaje, al igual que la historia de La caída del Edén, vertida en el Génesis, es un intento de llegar a un acuerdo sobre el origen del mal.
Yo he argumentado por todos lados, que La Caída puede ser entendida como la caída al tiempo. Del mismo modo, el fracaso de la Torre de Babel sugiere, como Russell Fraser lo escribió, “el aislamiento del hombre en el tiempo histórico.” Pero la Caída también tiene un significado en términos del origen del lenguaje. Benjamín la descubrió en la mediación, que es el lenguaje, y en el origen de la abstracción también, como una facultad del lenguaje-mente.” “La Caída es al lenguaje.” Según Norman O. Brown.
Otra parte del Génesis nos provee de un comentario bíblico sobre la esencia del lenguaje, los nombres, y sobre la noción de que nombrar algo es un acto de dominación. Hago referencia al mito de la creación, que incluye “y en absoluto, Adán llamó a toda criatura viviente, y a partir de eso ese fue su nombre.” Esto se sostiene directamente del componente lingüístico necesario para la dominación de la naturaleza: el hombre se convirtió en el amo de las cosas solo porque fue el primero que las nombró, según la formulación de Dufrenne. Como Spengler lo entendía, “llamar algo con un nombre es ganar poder sobre ello.”
Por lo tanto, el origen de la separación y conquista del mundo por parte de la especie humana, se encuentra localizado en el nombramiento del mundo. El mismo Logos como dios, está involucrado en el primer nombramiento de las cosas, lo que representa la dominación de la deidad. El conocido pasaje esta vertido en el Evangelio de Juan: “Al principio fue la Palabra, y la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios.”
Volviendo a la cuestión del origen del lenguaje en términos reales, regresamos a la noción de que el problema del lenguaje es el problema de la civilización. El antropólogo Lizot notó que el modo de vida cazador-recolector exhibió esa falta de tecnología y división del trabajo que Jynes sintió, debió haber sido hablada en ausencia de lenguaje; “el desprecio (de la gente primitiva) por el trabajo y su desinterés en el progreso tecnológico, en sí están más allá de la interrogante. Lo que es más, “la mayoría de los estudios recientes,” según Lee en 1981, muestran que los cazadores-recolectores estaban “bien alimentados y abrían tenido tiempo libre en abundancia.”
La humanidad temprana no fue disuadida del lenguaje por las constantes presiones de la supervivencia; el tiempo para la reflexión y el desarrollo lingüístico estaba disponible, pero aparentemente este camino fue rechazado por muchos miles de años. Ni la concluyente victoria de la agricultura, la piedra angular de la civilización, tuvo lugar (en la forma de la revolución Neolítica) por la escases de comida y las presiones poblacionales. De hecho, como Lewis Binford concluyó, “la cuestión que debemos preguntarnos no es porque la agricultura y las técnicas de almacenamiento de comida no fueron desarrolladas en ningún lado, sino porqué se tuvieron que desarrollar.”
El dominio de la agricultura, incluidos la propiedad privada, las leyes, las ciudades, las matemáticas, los excesos, la jerarquía permanente, la especialización y la escritura, solo por mencionar algunos de sus elementos, no eran un paso obligatorio en el “progreso” humano; ni siquiera el lenguaje mismo. La realidad de la vida pre-Neolítica demuestra la degradación y la derrota ocurrida en lo que ha sido generalmente visto como un paso enorme, una admirable transcendencia de la naturaleza, etc. A la luz de esto, muchas de las intuiciones de Horkheimer y Adorno en Dialectic Of Enlightment [Dialéctica de la Iluminación] (tales como conectar el progreso en el control instrumental como una regresión en las experiencias afectivas) se hacen dudosas por su falsa conclusión de que “El hombre siempre ha tenido que elegir entre su subyugación a la naturaleza o la subyugación de la naturaleza así mismo.”
“En ningún lugar la civilización se refleja tan perfectamente como en el lenguaje,” comenta Pei, y de muchas maneras muy significativas, el lenguaje no solo ha reflejado, sino que incluso ha determinado cambios en la vida humana. El profundo y poderoso quiebre anunciado por el nacimiento del lenguaje, prefiguro y eclipsó la llegada de la civilización y la historia a no más de 10,000 años atrás. Con la llegada del lenguaje, “toda la Historia se unifica y completa a la manera de un Orden Natural,” dice Barthes.
La mitología, que como lo notó Cassirer, “es desde sus inicios una religión en potencia,” puede ser entendida como una función del lenguaje sujeta a sus requerimientos, justo como cualquier producto ideológico. En el siglo XIX el lingüista Miller describió la mitología como una “enfermedad del lenguaje”; el lenguaje deforma el pensamiento por su incapacidad de describir las cosas directamente. “La mitología es inevitable, es natural, es una necesidad inherente al lenguaje… (es) la sombra oscura que se arroja sobre el pensamiento, y que nunca puede desaparecer hasta que el lenguaje se vuelva enteramente equivalente al pensamiento, algo que nunca pasará.”
Genera cierta sorpresa entonces, que el viejo sueño de una lingua Adamica, un lenguaje “real”, consistente no en signos convencionales sino en uno que exprese el significado directo y sin mediaciones de las cosas, ha sido una parte integral en la vida de la humanidad durante un estado primitivo perdido. Como se remarcó anteriormente, la Torre de Babel es uno de los significados más perdurables de este anhelo de comunicarse verdaderamente entre sí y con la naturaleza.
En esa temprana (y duradera) condición, naturaleza y sociedad formaron un todo coherente, interconectado por los vínculos más cercanos. El paso para la participación en la totalidad de la naturaleza a la religión implico una desconexión de las fuerzas y los seres hacia lo exterior, invirtiendo las existencias. Esta separación tomo la forma de deidades, y quien estaba facultado para la religión, el chamán, fue el primer especialista.
Las mediaciones decisivas de la mitología y la religión no son, sin embargo, los únicos desarrollos culturales profundos subalternando nuestro moderno extrañamiento. También, en la era del Paleolítico Superior, mientras las especies Neandertal dieron paso al Cromañón (y a la disminución del tamaño cerebral), nació el arte. En las celebradas pinturas rupestres de aproximadamente 30,000 mil años, se encontró una amplia variedad de signos abstractos; el simbolismo en el arte del Paleolítico tardío lentamente da pie a las formas mucho más estilizadas del Neolítico agricultural. Durante este período, que es también sinónimo de los inicios del lenguaje o en donde se registra su dominio primigenio, es cuando surge un malestar creciente. John Pfeiffer describió esto en términos de la erosión de las tradiciones igualitarias de los cazadores-recolectores, a la vez que el Cromañón establecía su hegemonía. Considerando que “no había pistas de esta línea hasta el Paleolitico Superior, la emergente división del trabajo y sus inmediatas consecuencias sociales, demandaron el disciplinamiento de aquellos que se resistían al gradual acercamiento de la civilización. Como un dispositivo de formalización y adoctrinamiento, el dramático poder del arte vino a llenar esta necesidad de coherencia cultural y continuidad de la autoridad. Por lo tanto, el lenguaje, el mito, la religión y el arte, avanzaron como condiciones profundamente “políticas” de la vida social, por las cuales el medio artificial de las formas simbólicas, remplazó la calidad de la vida sin mediaciones que existía antes de la división del trabajo. A partir de este momento, la humanidad no pudo volver a ver la realidad cara a cara; la lógica de la dominación dibujo un velo sobre el juego, la libertad y la abundancia.
Al término de la Era Paleolítica, mientras el decrecimiento en la proporción de verbos reflejaba el declive de actos únicos y libremente elegidos, a consecuencia de la división del trabajo, el lenguaje aún no poseía tiempos verbales. Aunque la creación de un mundo simbólico fue la condición para la existencia del tiempo, no se habían desarrollado diferenciaciones fijas antes de que el modelo de vida cazador-recolector fuera desplazado por la agricultura del Neolítico. Pero cuando un verbo se conjuga, el lenguaje “exige un servicio labial al tiempo, incluso cuando el tiempo es lo más alejado de nuestros pensamientos.” (Van Orman Quine, 1960). En este punto uno puede preguntarse si el tiempo existe aparte de la gramática. Una vez que la estructura del lenguaje incorpora el tiempo y por lo tanto está animado por él en cada expresión, la división del trabajo destruye concluyentemente una realidad temprana. Con Derrida, uno puede referirse con precisión al “lenguaje como el origen de la historia.” El lenguaje es en sí mismo una represión, y a lo largo de su progreso la represión se acumula –al igual que con la ideología y el trabajo- para generar tiempo histórico. Sin el lenguaje toda la historia desaparecería.
La prehistoria es el momento previo a la escritura; escribir alguna letra es la clara señal de que la civilización ha comenzado. “Se llega a la impresión,” escribe Freud en The Future of an Ilution [El Futuro de una Ilusión], “que la civilización es algo que fue impuesto a una mayoría renegada, por un grupo minoritario que comprendió la manera de obtener la posesión del significado del poder y la coerción.” Si la cuestión del tiempo y del lenguaje pueden parecer problemáticos, la escritura como parte de un estadio del lenguaje, hace su aparición contribuyendo la subyugación de una manera bastante desnuda. Freud pudo haber señalado legítimamente al lenguaje escrito, como la palanca con la cual la civilización fue impuesta y consolidada.
Alrededor de 10,000 a.C., la extensiva división del trabajo había producido un tipo de control social que se veía reflejado por ciudades y templos. Los escritos más antiguos son registros de impuestos, leyes y términos del servilismo laboral. Esta cosificación de la dominación se originó, por lo tanto, desde las necesidades prácticas de la economía política. Prontamente, el incremento del uso de cartas y tablillas permitió a los mandatarios alcanzar nuevos niveles de poder y conquista, tal como se ejemplifica en la nueva forma de gobierno comandada por Hammurabi de Babilonia. Como bien dijo Levi- Strauss, “parece que (la escritura) ha favorecido más a la explotación que a la iluminación de la humanidad… la escritura en su primera aparición entre nosotros, se alió con la falsedad.”
El lenguaje, en este punto se vuelve la representación de la representación, primero en la escritura jeroglífica e ideográfica y luego en la fonética-alfabética. El progreso de la simbolización, desde las palabras simbólicas, pasando por las silabas y finalmente las letras del alfabeto, impuso un creciente e irresistible sentido de orden y control. Y luego con la reificación que la escritura permite, el lenguaje deja de estar atado a un sujeto o a una comunidad discursiva, sino que crea un campo autónomo en el que cualquier sujeto puede estar ausente.
En el mundo contemporáneo, la vanguardia del arte, ha preformado de manera notable actos de rechazo a la prisión del lenguaje. Desde Mallarme, una considerable cantidad de poesía y prosa modernista se ha rebelado contra lo que se ha considerado como el lenguaje normal. Al cuestionamiento de “¿Quién está hablando?” Mallarme contestó, “el lenguaje está hablando.” Después de esta respuesta, y especialmente desde el explosivo periodo de la Primera Guerra Mundial cuando Joice, Stein y otros procuraron una nueva sintaxis así como un nuevo vocabulario, las restituciones y distorsiones del lenguaje han asaltado toda la literatura. Los futuristas rusos, Dada (ejemplo: los esfuerzos de Hugo Ball en la época de 1920 de crear “una poesía sin palabras”), Artaud, los surrealistas y letristas se encontraban entre los elementos más exóticos de una resistencia general contra el lenguaje.
Los poetas Simbolistas y muchos de los que podían ser considerados sus descendientes, tomaron ese desafío contra la sociedad que al mismo tiempo llevaba consigo el desafío hacia su lenguaje. Pero la construcción de un cimiento inadecuado impidió el éxito de la escalera, llevando a uno a preguntarse si los esfuerzos de los vanguardistas pueden llegar a ser algo más que un gesto abstracto y hermético. El lenguaje, que en cualquier momento dado encarna la ideología de una cultura en particular, debe terminarse para poder abolir ambas categorías de extrañamiento; déjennos decir que estos serían un proyecto de dimensiones colosales. Esos textos literarios (ejemplo: Finnegans Wake, la poesía de los e.e. cummings) rompen con las reglas de un lenguaje que parece tener el efecto paradójico de evocar las mismas reglas. Al permitir el libre juego de ideas sobre el lenguaje, la sociedad no hace más que tratar estas ideas como eso, un juego.
Esa gigantesca cantidad de mentiras —oficiales, comerciales o de otro tipo— es quizás suficiente para explicar por qué Johnny No Puede Leer o Escribir, porqué el analfabetismo está creciendo en la metrópoli. En cualquiera de los casos no es solo que “la presión sobre el lenguaje se ha vuelto muy grande” como lo dice Canetti, sino que “desaprender” se ha convertido “en una fuerza en casi cada campo del pensamiento,” como lo estima Robert Harbison.
En la actualidad palabras como “increíble” y “sorprendente” son aplicadas para lo más trivial y aburrido, no es accidental que palabras poderosas e impactantes apenas y existan. El deterioro del lenguaje refleja un extrañamiento más general; se ha convertido en algo casi totalmente externo a nosotros. Desde Kafka hasta Pinter el silencio en sí, es la voz adecuada para nuestros tiempos. “Pocos libros son perdonables. El negro en los lienzos, el silencio en las pantallas, una hoja blanca sin contenido, son quizás factibles,” como bien lo dijo R. D. Laing. Mientras tanto, los estructuralistas —Levi- Strauss, Barthes, Foucault, Lacan, Derrida— han estado casi enteramente ocupados con la duplicidad del lenguaje en sus interminables excavaciones exegéticas hacia su interior. Han renunciado virtualmente al proyecto de extraer el significado del lenguaje.
Yo estoy escribiendo (obviamente) dentro de los límites del lenguaje, consciente de que el lenguaje reifica la resistencia a la reificación. Como T. S. Eliots Sweeney explica, “Tengo que usar palabras cuando te hablo.” Uno puede imaginarse el sustituir el aprisionamiento del tiempo por un presente brillante —Solo imaginando un mundo sin división del trabajo, sin ese divorcio de la naturaleza por el cual toda ideología y autoridad se acumula. No podríamos vivir en este mundo sin el lenguaje y esto significa qué debemos transformar este mundo con tal profundidad.
Las palabras revelan una tristeza; son usadas para humedecer el vacío de un tiempo que se erige con desdén. Todos hemos tenido el deseo de ir más allá, más profundo que las palabras, el sentimiento de querer terminar con todo el parloteo, sabiendo que el permitirnos vivir coherentemente elimina la necesidad de formular coherencia.
Hay una profunda verdad en la noción de que “los amantes no necesitan palabras.” El punto es que debemos tener un mundo de amantes, un mundo cara a cara, en donde incluso los nombres pueden ser olvidados, un mundo que sepa que la magia es lo opuesto a la ignorancia. Solo una política que deshaga el lenguaje y el tiempo, y que por lo tanto sea visionaria al punto de comprender la importancia del placer de los sentidos, tendría sentido para nosotros.
Traducción terminada el 9 de septiembre del 2019.
Traducido por Juan de la Tierra
Tomado del libro “El Reverdecer Anárquico” escritos de John Zerzan editado en México 2019 por Editorial Revuelta Rústica