En la noche del martes 26, hemos atacado una comisaría con cócteles Molotov.
No vamos a mentiros por más tiempo.
Estábamos hartos.
Hartos que nos venden que «las cosas serán mejor mañana.»
Hartos de esperar el movimiento social.
Hartos de los «hasta la próxima semana» aburridos y tristes.
Hartos del espectáculo de la contestación donde el miedo pega en el estómago y la renuncia en la cabeza.
Hartos de buscar en Internet «allí donde explota» o masturbarse sobre los enfrentamientos grabados y publicados en YouTube.
Hartos de hacer 600 kilómetros para un disturbio.
Parece a un nuevo deporte. O peor. Una nueva profesión.
Amotinador@s profesional@s de los movimientos sociales.
Es impresionante en el CV militante.
Hartos que de tirar dos latas o poner un cubo de basura en la carretera y conseguir gaseados pasa por un triunfo.
Hartos de pretender ser feliz cuando no sucede nada.
Hartos de fingir que estamos de acuerdo.
Hartos de fingir que nos importa la ley de El-Khomri.
No hemos esperado los indignados 2.0 para pasar las noches de pie.
Hay que decir lo que es.
Estamos impacientes.
No entendemos por qué tuviéramos que dar cita al poder para impugnarle a la vez rodeado de policías y de pacific@s.
Eso lo hicimos por placer.
Lo hicimos para marcar una ruptura.
Porque estamos a la vez felices y enojados.
No queremos más estar allí donde nos esperan.
Nos gustaría enviar un doble abrazo combativo.
Primero para Mónica y Francisco en España.
Luego para los compañeros y las compañeras de Bruselas que también sufren la represión por acusaciones de terrorismo.
Nuestra solidaridad es el ataque, nuestro crimen la libertad.
Hasta pronto.