Al pueblo en general
Antes que nada, un saludo fraterno, lleno de salud y anarquía, un abrazo combativo lleno de pasión activa, de ternura subversiva. Hoy comienza un nuevo panorama, y aunque el horizonte no es claro, debemos afrontar con audacia y con valor todo lo que habrá de acontecer.
Son tiempos difíciles de lucha y guerra social, ha llegado la hora de forjar un mundo nuevo, pues las circunstancias son propicias para la revolución social; sabemos que vivimos condenados a la inmunda codicia de los mismos privilegiados que han optado por la dominación y la conspiración para sostener la gobernabilidad y la sumisión de las mayorías.
Actuemos juntos, insurjamos de la nada como el mismo terror de la naturaleza que se desata violenta y repentinamente asustando a los grandes y pequeños propietarios, demostrando la feroz energía con la misma intensidad que la del esclavo que ha roto las cadenas.
A 14 meses de prisión he aprendido a mirar con odio, pero con serenidad, al aparato dominante, he aprendido realmente la aberración de las instituciones y sus propósitos viles e inhumanos que han llegado a degradar la humanidad y la significación de libertad. Sin embargo, el presidio es el lugar que el Estado ofrece a sus espíritus más libres y menos sumisos, son las prisiones los lugares donde encontramos criminalidad, disidencia y dignidad, conjuntados simultáneamente en este lugar obscuro y separado de la sociedad, pero más libre y honorable, donde el Estado sitúa a los que no están con él, sino contra él, y esta es la única casa dentro de un Estado represor y criminal en donde el hombre libre permanece con honor.
Y si alguien piensa que nuestra influencia se perdería dentro de la cárcel, si alguien se atreviera a pensar que nuestras voces dejarían de afligir el oído del Estado y que ya no seriamos un enemigo dentro de sus murallas, es porque no saben cuánto más fuerte, eficiente y elocuente es combatir la injusticia cuando se ha vivido en carne propia. Por mi parte, he dejado de ver al Estado como un coloso indestructible y fuerte, y he pasado a mirarlo como un absurdo autoritario, que al no poder dotarse de honradez e inteligencia, termina por recurrir al castigo físico y violento, como un necio solitario que temiese por sus alhajas de oro y plata, es entonces cuando más que miedo, he sentido lástima por él y perdí por completo el poco respeto que alguna vez tuve hacia él.
No he nacido para ser violentado, soy de estirpe demasiado elevada para convertirme en un esclavo, en un subalterno sometido a tutela, en un servidor dócil, en instrumento de cualquier Estado soberano del mundo.
¡Presos a la calle o que todo estalle!
Salud, anarkía y revolución social
Fernando Bárcenas Castillo