«Se respiraba un ácido olor a muerte y élite protegida, un picante olor que hacía acumular gargajos en la garganta. Autoridades y uniformadxs sin uniforme habitaban en las húmedas células y deambulaban por los pestilentes pasillos. Cuando levantaban el cráneo con vista en dirección a las nubes, no era con la intención de desplegar alas, era para dar rienda suelta a una esquizofrénica conversación con el vigilante invisible; el incuestionable argumento que predican aquellxs que tienen un panóptico localizado en las paredes del inconsciente… (…) El cautiverio era algo que no le desearía a ningún ser vivo, antes de eso, preferiría un puñal en el corazón.
Aquella noche no se entregaba a olfatear el arrepentimiento de lxs reclusxs y no divisaba murallas alrededor de su cuerpo. Habían quedado obsoletas las distancias, los golpes y el frío. Esa noche, con los ojos abiertos o cerrados, podía ver los indescriptibles matices del atardecer costero, o si quería, le refrescaba una brisa araucana con gusto a leña húmeda incinerándose. Era capaz de viajar en menos de un minuto a su secreto refugio, un lugar rodeado de bosque eucalipto, donde se recordaba jugando y conspirando con su compañera de vida. El contexto, en cierta forma, no pudo clavar sus espinas en él. Él y una manada infinita, -y anónima, físicamente- era el peor cortocircuito que podía sufrir el contexto.»
Ha pasado un mes de encierro y aquí se respira una monotonía inconciliable a ratos. Por los muros del módulo 34 caen gotas de arrepentimiento y forman en el cemento una poza que hiede a la búsqueda del olvido y el perdón.
Sumergirse en el océano inmenso que se muestra cuando optamos por el escape mental es indispensable para afrontar con serenidad y rabia el tedioso encierro.
He sentido la necesidad de compartir algunas palabras; no hablaré esta vez del contexto de mi detención. Sobre la prensa, decir que siempre se encargará de dar una versión concerniente para el poder y, en mi caso, no ha sido la excepción.
A través de este comunicado, quiero dejar en claro que asumo mi cautiverio como consecuencia(s) de un posicionamiento bélico. No poseo una cobardía que permita declararme como víctima, tampoco le entrego esperanza a las reformas ni a un mundo nuevo después de destruir éste. Lxs humanxs dejamos, con cada movimiento que ejecutamos, consecuencias pertenecientes a una plaga. Es por por esto que veo inviable, incluso, una nueva sociedad anarquizada. Tampoco reinvindicaré mis impulsos encasillándome en un «ista» o «ismo», aunque haya logrado escarbar hasta tal punto de encontrar una hermosa relación de afinidad/amistad/complicidad con hermanitxs declaradxs anarquistas y/o nihilistas. Y, situándome en la cotidianidad, reconozco las actitudes autoritarias -y las personas que las reproducen- como un enemigo explosable, pero no el único.
No son motivaciones de venganza las que me llevan a reconocerme como enemigo de cualquier sociedad. Quizás, alguien lo podría haber interpretado así debido a la propaganda que se me incautó, pero creo que está de más profundizar sobre que mi posición de ataque está asumida desde tiempo atrás. Son impulsos violentos que no esperan ser atacados para responder, siempre van por delante y confrontacionales, con ansias de clavar los colmillos.
Por último, mandando un abrazo enorme a todxs quienes han ayudado y mostrado su preocupación mediante cartas, libros o aportando algún artículo para la encomienda, se agradecen infinitamente los detalles.
Este saludo afectuoso se extiende también a quienes, de forma anónima, aceleran la desestabilización de esta realidad monótona, a quienes la mente incendiaria no les permite tener las manos quietas.
Ignacio Muñoz
Prisionero de Guerra
Módulo 34
Laboratorio/cárcel Santiago uno.