Traducción recibida el 30/03/2021:
Algunas palabras, pero indelebles. Hubo un tiempo – y fue largo, y fue intenso – en el cual la experiencia de la explotación, la rabia por la vida incluida, la necesidad de salvación y de venganza acumulaban en los cuerpos un vasto material explosivo. Las palabras – un libro, un panfleto, el paso de un mitin— actuaban como detonadores. Eran palabras prohibidas, vigiladas, clandestinas y en fuga. Aún no transformadas en un flujo de frases entrecortadas, ni en doctos análisis separados de su impaciente, y aproximativo, y vivo, y ingenuo modo de uso.
Ciertamente no podemos decir que conocimos a Sante Notarnicola, quien falleció hace unos días. Esto sólo lo pueden decir quienes con él enfrentaron los días y las noches de la revuelta, las porras, las golpizas, el aislamiento carcelario, el odio por la cadena de montaje, el lanzamiento de piedras en Plaza Statuto. Después de la muerte, todos parecen convertirse en compañeros de todos. Ni siquiera somos «comunistas», por lo menos no en el sentido predominante que esta palabra ha tenido en la historia. De Sante nos quedan sobre todo algunas palabras, pero son imborrables.
Aquellas que ha pronunciado en Turín durante un encuentro organizado por los compañeros y las compañeras del Asilo ocupado, en un parque no lejos de aquella Calle Cuneo inmortalizada por una de sus poesías más conocidas y más bellas. Si os tendría que pasar de terminar en la cárcel, decía Sante, recordaros que para conseguir cada singular objeto que podéis tener en la celda -un libro, un bolígrafo, el espejo, el cortaúñas, la cocinilla a gas…- ha habido muertes. Existe un pacto subterráneo que une a los rebeldes y las rebeldes, las compañeras y los compañeros, tanto en las luchas como en la encarcelación. La «memoria» no es un ejercicio intelectual. Cuesta sudor y sangre.
Algún tiempo después, habrá sido hace siete u ocho años – lo hemos invitado al espacio anarquista «El Tavan» en Trento. Sante comenzó diciendo que estaba bastante sorprendido del hecho que de algún tiempo, a invitarlo a hablar fueran sobre todo anarquistas. «Yo soy un estalinista», agregó, provocando un comprensible hielo en la sala. Luego explicó lo que quería decir. Y en aquella explicación había un trozo importante de la historia del movimiento obrero -de sus mitos, de sus contradicciones, de sus rupturas- de este país. Relató este episodio. Cuando, todavía un niño, trabajaba en la Fiat, un día se puso a discutir sobre las luchas en curso con un trabajador católico que criticaba las posiciones de los comunistas. Entonces Sante le preguntó: «Pero si odias así tanto a los comunistas, ¿por qué guardas el retrato de Stalin en tu casillero?» «¿Qué tiene que ver esto?», Respondió el otro, «ese es el jefe de los obreros». No era cierto, evidentemente, que Sante fuera un estalinista. La evasión posible que da título a su libro más importante es una expresión cambiada de las Memorias de un revolucionario de Victor Serge. Toda su experiencia ha sido un catálogo viviente de aquello que para el estalinismo real era el aventurerismo, la huida en adelante, la provocación… El abandono del Partido tras el editorial en el periodico «L’Unità» de Pajetta, el mismo Pajetta con el que Sante y otros jóvenes militantes habían compartido codo con codo la revuelta en Plaza Statuto – sobre los pequeños-burgueses, provocadores, fascistas responsables de los enfrentamientos del día anterior… el camino del atracador, las batallas comunes carcelarias con aquellos que el Partido llamaba provocadores, aliados de la burguesía, si no llamados a contrato para los servicios secretos (el Paolo Braschi y Riccardo d’Este incluso antes de los «comunistas combatientes»).
Sante el bandido, el revoltoso, el poeta.
Contaba que cuando se encontró en aislamiento – y la prisión, en la época, era realmente un agujero infectado – después de las detenciones de la «banda Cavallero» [0], pensó que nunca habría sobrevivido. Pero luego recordó que era la misma impresión que tuvo cuando entro a la Fiat cuando era muy joven. Las cadenas, incluso las aparentemente más implacables, pueden ser observadas, estudiadas y destruidas. Con los otros, pero empezando, si es necesario, solo.
Pocas palabras. Indelebles.
Adios Sante.
La nostalgia y la memoria
Algunas veces
Me gustaría volver sobre
las calles de mi barrio.
Y me gustaría volver a encontrar
aquella generación
que se formó
sobre el testamento
de Julius Fucik,
el que bajo la horca
escribió a nostros, para nosotros.
La generación
que compacta corria
hacia Papá Cervi [1], a consolarlo,
a consolarse.
Aquella generación
que, desarmada,
recogió la bandera
de la Resistencia
antes que la burguesía
la agitara, obscena…
Me gustaría encontrarme
con los obreros perseguidos
por Scelba y Valletta [2],
aquellos del taller Estrella Roja [3],
los licenciados que supieron resistir,
y recordar aquí me gustaria,
los años ’50.
Todos. Uno a uno.
Día tras día.
Recordar los problemas
Recordar el hambre
Recordar el frio
el carbón
comprado a 5 kilos a la vez,
y la cabaña
con la pasta demasiado cocida
y nada más.
Luego los enfrentamientos:
Julio de 1960
y los conmovedores chicos
de Plaza Statuto,
con el pavimento en sus manos.
recorrer me gustaría
toda la calle Cuneo,
cruzar la Stura, la Dora
y todo mi barrio.
Mirar me gustaría
por una vez mas
la vieja casa
con el baño en el balcón [4],
encontrar de nuevo solo por un momento
mis veinte años,
aquel que primero
me llamó terrone [5]
y luego me enseñó
que hacer el esquirol
era el mayor crimen.
Finalmente me gustaría agacharme
absorbido
sobre la lista angustiosa
de quien no está mas
y esconderme querría
en la calle Chiusella
la más fea de las calles
de mi barrio.
Recuerdar también la despedida
violento, feroz. La rabia…
Pero también
encontrar las raíces
en este barrio,
plano como el alma,
vasto como el orgullo,
amado y vivido
de aquella generación,
la mas infeliz
la más dura
la más querida.
Cuneo 28 de agosto de 1985
Otro saludo a Sante en italiano, para ver pincha aquí.
Notas:
[0] Todo comenzó en la década de 1950 en un suburbio de clase trabajadora de Turín. En aquellos días la Barrera era un barrio proletario donde llamarse compañero tenía un significado profundo. Cuando Sante Notarnicola llegó de Puglia tenía apenas catorce años y en ese suburbio encontró una comunidad de ex partisanos y jóvenes militantes muy decididos y populares, entre ellos Danilo Crepaldi, Adriano Rovoletto y Pietro Cavallero. Comunistas muy activos y críticos con la línea oficial del Partido, a quienes pronto se les ocurrió la idea de realizar robos para financiar la revolución.
[1] Los siete hermanos Cervi, campesinos católicos y antifascistas del pueblo de Campegine (Emilia Romagna), organizaron con su padre Alcide la lucha partisana y llevaron a cabo acciones guerrilleras contra fascistas y tropas alemanas. En 1943 fueron capturados y fusilados en la ciudad de Reggio Emilia
[2] Valletta en aqueños años presidente de la Fiat, financio en el 1953, cogiendo como modelo Paix et Liberte, Paz y Libertad, oficialmente una asociación privada de ciudadanos que coordina las acciones de propaganda anticomunista, de hecho, empeñada en acciones de campo. Esto incluye el fichar a los activistas del Pci y de las maestranzas obreras comunistas y la constitución de grupos anti huelgas. Todo esto con el favor del entonces primer ministro Italiano Scelba
[3] La historia de represiones y provocaciones en Fiat es la historia de cientos, miles de trabajadores: comunistas y no comunistas, militantes del partido, sindicalistas, ex partisanos, jóvenes sureños. Es la historia de sus luchas y las luchas de sus familias. También es la historia del OSR, el Taller Subsidiario de Repuestos que comenzó el 15 de diciembre de 1952, en Turín, cuando Fiat de La Valeta envió al electricista Pietro Baldini a instalar una pequeña fábrica, en Via Peschiera, para preparar la apertura de un nuevo taller.
La apertura de la nueva sección se explicó con razones técnicas genéricas, pero pronto quedó claro que la dirección no tenía un interés real en el equipamiento y la productividad de la nueva planta: Fiat en La Valeta asignó 130 trabajadores allí por razones políticas y sindicales. Casi todos eran comunistas, más algunos socialistas. En la jerga de la empresa habían sido catalogados como «alborotadores» y todos eran militantes del único sindicato que se oponía al poder excesivo de la empresa de Turín.
Fiat, en la lucha contra la organización obrera, intentó decapitar el movimiento de clases en sus fábricas concentrando a los activistas más comprometidos en un gueto real, y se preparaba para eliminar a todos aquellos que no habían cedido a la discriminación y los abusos, apuntando a la rectos como vagabundos por el menor rendimiento debido a las lamentables condiciones de la maquinaria.
Fueron los años más oscuros de la reacción antiobrera, pero los de la OSR (rebautizada por los trabajadores como la Officina Stella Rossa) no se rindieron, desenmascarando las maniobras del monopolio de Turín ante la opinión pública italiana, tanto que la comisión de investigación parlamentaria de las fábricas visitó el OSR y habló con los trabajadores durante todo un día. El intento de romper la compacidad de los trabajadores con la introducción de una veintena de elementos provocadores también fracasó, y cuando en diciembre de 1957 se despidió a todos los trabajadores y se cerró el taller, incluso el ayuntamiento de Turín, que también era de mayoría centrista. , condenó unánimemente el comportamiento de Fiat: la tenaz resistencia de los trabajadores de la OSR había hecho imposible que nadie cerrara los ojos ante el carácter discriminatorio de los despidos.
Este es el testimonio del trabajador Cecchetto Giovanni: «Me trasladaron a pesar de realizar un trabajo donde mis conocimientos técnicos eran necesarios. Los despidos de la OSR el 10 de diciembre de 1957, en los que se me entendió, fueron inequívocamente despidos por motivos políticos y sindicales. La OSR se había convertido en una especie de encierro donde FIAT concentraba a los activistas de la FIOM-CGII. declarado indeseable por la dirección de las distintas secciones de Turín. La mayoría de los confinados eran trabajadores calificados y especializados que se utilizaban para trabajadores no calificados y casi siempre para trabajos sin necesidad».
Cecchetto está muy interesado en describir esta experiencia y resume las características y propósitos del nuevo taller en la declaración:
«Las máquinas-herramienta de la OSR estaban desactualizadas y algunas incluso eran inútiles y fueron los propios trabajadores confinados quienes las volvieron a poner en eficiencia. Todo esto demostró claramente que nos habían transferido no para hacer otro trabajo en otra sección de FIAT sino porque queríamos salir de los departamentos de producción donde estábamos en contacto con otros trabajadores. Esta situación nos dijo que un día seguramente nos despedirían, lo que sucedió el 10 de septiembre de 1957. En cuanto recibimos las cartas de despido nos pusimos en huelga, luchamos larga y duramente, al final la dirección convirtió los despidos en suspensión. Pero pronto esta medida resultó ser una maniobra, de hecho el 10 de diciembre de 1957 fuimos de nuevo y definitivamente despedidos».
Emilio Crosciti, Valter Zanoni y Giovanni Pautasso también pasaron por el taller de Stella Rossa.
Emilio Crosciti, partidista muy joven, activista sindical, recaudador de FIOM y locutor de prensa de CGIL, activista político del PCI: «Me vigilaban y seguían continuamente en todos mis movimientos, me trasladaron de departamento y taller, advertencias antisindicales hasta FIAT me despidió con el pretexto de una injusticia hacia un supervisor, queriendo en cambio golpear a los que estaban al frente de las luchas sindicales y las huelgas convocadas por la FIOM-CGIL».
Valter Zanoni, nacido en 1926, ya un joven antifascista en los años anteriores a la Segunda Guerra Mundial, fue entonces enmarcado en el SAP de Oltrepo Pavese partidista a partir de los días siguientes al 8 de septiembre de 1943. Tras el final de la guerra regresó a Turín, encontró trabajo en Fiat y fue trasladado al departamento de confinamiento de la OSR, solo para ser despedido.
Giovanni Pautasso, comunista, afiliado al partido desde su fundación, partidista, veintiocho años de Fiat. Como muchos camaradas, ya no encuentra trabajo; Expulsado del Fiat, todas las puertas están cerradas para él. Dura diez meses. Una mañana de octubre, después de haber ganado quinientas liras trabajando toda la noche con los trabajadores no calificados de un circo, se arroja a un canal. L’Unità escribe: ‘Enfermo sin trabajo, con su mujer y su hijo que mantener, se dejó vencer por la desesperación. Condenado por un tribunal sin jueces «. Al día siguiente, el periódico publicó una breve carta: «Me enteré con horror de que Giovanni Pautasso se suicidó. Yo, que también fui despedido en el acto por FIAT, puedo comprender toda la desesperación que lo llevó a suicidarse».
En Italia todavía existen los departamentos de confinamiento, al igual que en el Fiat de los años cincuenta, el de Vittorio Valletta. Estos son los departamentos donde los empleados considerados «alborotadores», «ingobernables», «inmanejables» son relegados, a menudo después de haber sido degradados. Toman la forma de edificios sin restaurar, o almacenes vacíos, u oficinas que antes estaban sin adornos y que siguen siéndolo. A los trabajadores «confinados» no se les pide que produzcan, sino que pasen sus días sin hacer nada, mirando al techo o girando los pulgares, hasta que ese lento y prolongado estado de inacción se convierta en una forma extrema de violencia contra su propia mente y su cuerpo. El confinado vive en una condición de perenne suspensión en la que la fábrica acaba apareciendo ante él como un mundo aparte, que solo se puede observar a través de una mirilla. En definitiva, el confinado se convierte en una advertencia para todos los demás, es decir, para todos los que siguen trabajando en la cadena. Si no te portas bien, esto es lo que te espera… Al mismo tiempo, alguien que es enviado a una sala de confinamiento está constantemente expuesto al chantaje de pasar del encierro al fuego, de caer de la sartén a las brasas.
Uno de ellos es el departamento de confinamiento del Fiat Nola Interport, un desolado almacén a veinte kilómetros de la planta de Pomigliano d’Arco, totalmente desvinculado del corazón de la producción. A partir de finales de 2008 se trasladaron aquí todos aquellos trabajadores que por militancia sindical o «reducida capacidad de trabajo» (es decir, incluso enfermos) no pudieron o no quisieron seguir el ritmo de la innovación tecnológica.
Otro está en Tarento: en 1997, dos años después de la privatización de Italsider en Taranto, Riva tenía 79 empleados confinados en Palazzina Laf (laminador en frío) que no habían aceptado ser degradados de empleados a trabajadores. Muchos de ellos eran miembros de sindicatos. Otros no, se acercaron más tarde, después de terminar en lo que llamaron «una especie de asilo».
Ornella Bellucci y Danilo Licciardello han realizado un documental, «Boundless Democracy», en el que intentan identificar las huellas del pasado de la Officina Stella
Rossa en el presente del hub logístico de Nola.
[4] Las casas de los obreros (a ringhiera) no tenían baño propio, en cada altura había (y en algunos hay) un baño para todos los vecinos y vecinas. Osea, un baño para cada altura de piso.
[5] literalmente sin tierra. Termino despreciativo que se utilizaba en Italia desde tiempos pretéritos a los migrantes del sur que iban a trabajar al norte.
Más información:
Canción del grupo romano de rap Assalti Frontali: la nostalgia y la memoria, letra de Sante Notarnicola.
Hijos de la fabrica, homenaje a Sante.
Otra versión de la canción…
Adelante, somos rebeldes en un mundo de hermanxs…
La revuelta de Plaza Statuto (1962) Pincha aquí para leer en italiano.
Huelgas en Turin, 1962.
Cuando la clase obrera se mueve, el capital se para…
Huelga de la Lancia de Turín. Década 1960-1970.
Protestas antifascistas y obreras…
Disturbios de la época en Milan.
Empieza el otoño caliente, 1969.
Luchas por la casa años 1970.
«La Fabrica», película documental sobre el tema. 1969.
El patrón parece gordo, pero se convierte en pequeños cuando los trabajadores se unen…