Traducción recibida el 05/06/2022:
Con las primeras luces del alba, un camión de 40 toneladas se pone en marcha bajo una ligera lluvia. Sin embargo, no es uno de los miles de camiones que transportan mercancías por carretera, y su misión es mucho menos trivial. Con los faros encendidos, el camión atraviesa los suburbios de la capital bávara, Múnich. A su paso aparece la tenebrosa silueta de una grúa que parece dispuesta a clavar sus garras mecanizadas sobre alguna presa. Es un auténtico convoy: el camión va escoltado por coches de policía con las luces apagadas. Cuando llegan a su destino, los agentes de policía saltan de sus vehículos, derriban una puerta y se apresuran a entrar en las habitaciones. La operación no consiste en descubrir algo, están ahí para requisar. En contra de lo que se podría imaginar, no ponen sus manos sobre ningún sospechoso. Tampoco encuentran botes herméticos de explosivos ni armas bien escondidas, cuya ausencia no es en absoluto prueba de una inocencia poco recomendable en este mundo mortal. Ni siquiera alguna garrafa de gasolina por ahí. De todos modos eso no era lo que la policía buscaba. Habían venido para hacerse con un arma completamente diferente, una que agudiza la mente y fortalece el espíritu. En Munich, el 22 de abril de 2022, la policía vino a confiscar… una imprenta dedicada a escritos anarquistas.
Según relataron posteriormente compañeros de allí, los policías se llevaron toda la imprenta: «Desde el Risograph (una máquina de impresión) con los correspondientes tambores hasta la guillotina, desde la compaginadora hasta la encoladora, e incluso una histórica tipografía con sus juegos de plomo, todo acabó en la sala de pruebas de la policía». También se han secuestrado decenas de miles de hojas de papel en blanco, litros de tinta y otros consumibles de impresión, así como miles de libros, folletos y periódicos. Un transporte considerable, lo que explica la presencia del camión y la grúa en este detestable convoy matutino.
En otros lugares de la ciudad, otros equipos policiales coordinados por el Servicio de Protección del Estado (Sección K43, «Delitos de motivación política») echaron abajo las puertas de cuatro pisos, registraron varios sótanos y la biblioteca anarquista Frevel. El pretexto judicial para toda la operación no es muy original: se trata del sulfuroso §129, el artículo del código penal alemán que persigue «la creación de una organización criminal». Desde tiempos inmemoriales, los anarquistas, los proscritos por excelencia – al menos en idea (pues sus filas no se han librado de la enfermedad del legalismo y del miedo paralizante o calculado a cualquier transgresión de la ley) –, han sido perseguidos por los Estados utilizando dichos artículos del código penal. A día de hoy, vemos cómo los Estados recurren a estos instrumentos legales para reprimir a los grupos anarquistas, para atacar la informalidad organizativa y las constelaciones de afinidad que huyen de los esquemas demasiado rígidos de una Organización capitalizada, para limitar el margen siempre precario de las iniciativas públicas y los espacios de encuentro y difusión, para disuadir a quienes escriben y distribuyen escritos anarquistas, como el semanario anarquista Zundlumpen, que está en el punto de mira de la policía bávara y que parece ser uno de los bastidores en los que la policía pretende colgar otros elementos de su investigación.
Contrariamente a cierta retórica, desgraciadamente todavía en boga entre compañerxs, que parece tratarse más bien de una terapia de autoconsuelo, no pensamos que el Estado esté atacando nuestros espacios, publicaciones e imprentas porque tenga miedo del discurso anarquista, o se sienta amenazado por nuestra distribución de libros y periódicos. Simplemente, para él, es una de esas cosas que se han vuelto tan fáciles de hacer. El «movimiento» anarquista y antiautoritario de hoy en día no es capaz de sacar a miles de personas a la calle cuando se incauta una de sus imprentas (aunque sí lo ha hecho en momentos puntuales de la historia), ni es capaz de levantarse cuando sus iniciativas públicas son sofocadas por el ensañamiento policial. Y esto no sólo tiene que ver con una reducción cuantitativa -muy importante- de las filas anarquistas, sino también con la profunda transformación de las relaciones sociales de las últimas décadas. La reestructuración tecnológica de la explotación capitalista, la inclusión de casi todos los ámbitos de la vida en la gestión estatal y la esfera capitalista, la erradicación de cualquier comunidad que no sea la (múltiple, es cierto) producida por la hidra tecnológica, por no hablar del atroz asalto al lenguaje, de su terrible empobrecimiento y sustitución por las imágenes transmitidas en las omnipresentes pantallas, o del abismo de inconsciencia y embrutecimiento al que se está arrojando (o empujando, al fin y al cabo, da igual) una buena parte de la humanidad: todo esto no está exento de consecuencias para la acción y la difusión de las ideas anarquistas. En la misma línea, los anarquistas tampoco permanecen indemnes: ellos también se ven afectados, incluso absorbidos, por la avalancha de las nuevas tecnologías, de la comunicación mediada instantánea, por la dificultad de proyectarse más allá del mañana, o por la incapacidad de distinguir entre lo que sería importante publicar y difundir hoy, y lo que sólo es un triste testimonio del vacío existencial que se apodera de ellos y de sus contemporáneos.
En resumen, el hecho de que el Estado ataque regularmente y con una despreocupación cada vez más temeraria los pocos espacios anarquistas que aún son visibles no es un testimonio de nuestra fuerza, sino de nuestra debilidad. Sinceramente, todo lo demás parece ser mera verborrea que no hace avanzar la necesaria reflexión, un juego retórico para no tener que enfrentarse a la cuestión que se hace ineludible con cada incautación de un periódico, con cada persecución de anarquistas con el pobre pretexto de la organización ilícita (con la variante de «criminal», «terrorista», «subversivo», «ilegal»…): ¿Cómo seguir actuando en esta época de oscuridad tecnológica en la que la conciencia se extingue y nuestros bosques mentales son arrasados?
¿Con qué metodología, con qué formas de organización, con qué intentos para cometer los mismos errores? Si sólo podemos compartir la orgullosa afirmación de que nos negaremos a adaptar nuestras ideas hasta el final, de que nos resistiremos al sometimiento, aunque eso signifique convertirnos en el último de los mohicanos para defender la idea de una libertad total, creemos que debemos aprehender las condiciones en las que actuamos y no ignorarlas.
Una operación tan burdamente totalitaria como la incautación de las máquinas de impresión (recordemos que en la época de la censura sistemática de las publicaciones anarquistas, el Estado se limitaba sobre todo a tachar los pasajes considerados demasiado virulentos o que iban más allá de la «libertad de expresión» para convertirse en «incitación al crimen», y en los casos más extremos a la incautación del material impreso — no de las herramientas de impresión) es algo que concierne a todxs lxs anarquistas, independientemente de las actividades a las que se dediquen o de los caminos que elijan seguir. No porque ofrezca pruebas de que el discurso anarquista sigue siendo una amenaza para la estabilidad del Estado, ni porque actualice la vieja creencia que imagina el advenimiento de la revolución como el resultado del despertar de las conciencias dormidas gracias a los incansables esfuerzos de los propagandistas anarquistas que nunca duermen. No, nos concierne a todxs porque es indicativo del estado del mundo, del estado de las relaciones sociales y del futuro próximo en el que nos veremos abocados a actuar – o a renunciar. Sin sumarse al coro de la indignación legalista, puede decirse que la incautación de imprentas, el cierre de locales públicos, la disolución de grupos relativamente abiertos, nos transportan a otra dimensión distinta a la de la represión, en última instancia «normal» o «lógica», que pretende dejar fuera de juego a quienes atacan físicamente las estructuras y las personas de la dominación. Aunque estas dos dimensiones siempre van juntas y no están tan separadas como algunos quieren creer, traer un camión de 40 toneladas para incautar una guillotina y una imprenta tipográfica de plomo recuerda bastante a las medidas habituales en otros regímenes. Y en esta época de carrera hacia adelante industrial y tecnológica abiertamente pluralista pero profundamente totalitaria, una práctica que parecía obsoleta bien podría sorprendernos de nuevo, sobre todo porque la mejor manera de desactivar cualquier posible peligro de la difusión de textos anarquistas es, por supuesto, su continua virtualización, su desrealización tecnológica. Pero nada desaparece para siempre y todo permanece potencialmente presente.
La generalización del trabajo asalariado no ha abolido definitivamente la esclavitud, la creación de centrales nucleares no ha hecho desaparecer las minas de carbón, la racionalización de la producción no ha enviado las minas artesanales al basurero de la historia. Este mito del progreso parece sufrir ahora los reveses de la realidad, que desgarra el velo de la desrealización. Muchas de las cosas que este mito había relegado a un pasado que nunca volvería ocupan ahora su lugar en una realidad de la que, al fin y al cabo, nunca habían desaparecido del todo. La guerra vuelve a estallar en el continente europeo, la escasez se hace visible incluso en los estantes de los supermercados, la amenaza de aniquilación nuclear se suma a las prácticas genocidas que acompañan a los conflictos, el cambio climático agita el espectro del hambre y el exterminio para cada vez más habitantes de este planeta que agoniza. En este escenario, la incautación de una imprenta anarquista no debería sorprender. La época en la que había que ocultar las imprentas, en la que había que conseguir discretas reservas de papel, en la que había que organizar las noticias de la lucha y de la profundización del pensamiento de forma clandestina y a través de una red capilar, no ha desaparecido definitivamente de la escena de la historia. Las condiciones para estos escenarios, incluso a la sombra de las tolerantes democracias occidentales, son cada vez más comunes y se acentuarán a medida que aumenten las presiones sociales y se extiendan los desequilibrios.
Por eso, la incautación de una imprenta anarquista en Múnich es un asunto que nos concierne a todas y todos.
Avis de Tempetes, n. 53, mayo 2022