[Estado Italiano] Texto: La solidaridad y su fantasma

Traducción recibida el 22/07/2022:

Reeditamos casi en su totalidad un artículo publicado en el número tres (febrero de 2017) de la revista anarquista «los días y las noches» . Nos parecen reflexiones que no han perdido nada, por desgracia, de su actualidad. Es mas. Este es el núcleo en torno al cual se desarrolla el razonamiento : » Las dos formas de represión [ aquella » social » y aquella » selectiva » ] evidentemente se condicionan mutuamente. Al atacar a ciertas minorías, el dominio abre el camino para un ataque más generalizado, que se llama reestructuración. Al mismo tiempo, cuanto más se lleva a cabo el proceso de reestructuración, más la minoria resulta aíslada, más fácil de identificar y de golpear. […] Cuanto más una minoria esta rodeada por la paz social, más debe encontrar en sí misma sus propias fuerzas, preservándolas para la reanudación del conflicto. Solo que la fuerza revolucionaria, a diferencia de aquella del Estado y del capital, no es algo que se acumula y que se guarda celosamente en una caja fuerte para tiempos mejores. Queda tal sólo en funcionamiento » .

Pensemos en los últimos dos años. Cuando se realicen archivamientos y discriminaciones masivas, suspendiendo a miles de trabajadores; cuando se golpean y se arrestan estudiantes que han salido a la calle contra la alternancia escuela-trabajo; cuando inofensivos profesores universitarios pasan a ser objeto de expedientes por ser críticos con el envío de armas a Ucrania, la represión selectiva hacia los anarquistas cumple ella misma saltos cualitativos, abriendo las puertas del 41bis para un anarquista y sepultándo bajo penas desproporcionadas a el y a otros dos compañeros. Solo por poner un ejemplo: el delito de «masacre política»(art. 285), que prevé la condena a cadena perpetua, ni siquiera ha sido impugnado para la masacre de Piazza Fontana, pero ahora es reconocido para un ataque explosivo que no ha dejado ningun herido. Para dar otro ejemplo: incluso cuando cae la acusación de «masacre», el resultado es 28 años de prisión (como en la reciente condena de Juan por la acción contra la sede de la Lega de Treviso). La legislación de emergencia -ese largo texto único de seguridad que comenzó en 1975 y que nunca ha terminado- está lista desde hace tiempo. Un sistema en guerra la empuja hasta donde puede. Es decir, hasta donde el conflicto social y las minorías rebeldes se lo permiten.

La solidaridad y su fantasma

La anarquía es la solidaridad consciente y querida.
Errico Malatesta

En una perspectiva revolucionaria, pero también sólo de emancipación, es fundamental aclararse las ideas sobre la solidaridad. Sin el sentimiento de la solidaridad no hay libre organización de las luchas ni de la vida. Los dos adjetivos utilizados por Malatesta, «consciente» y «deseada», no son elegidos al azar. La solidaridad inconsciente no conduce a la libertad, pero puede generar el espíritu de partido o incluso de cuartel, cayendo en un mero haz de reacciones. «Querida» esta a indicar que el sentimiento de la solidaridad no es una pura necesidad natural o social, la resultante automática de ciertas condiciones objetivas, sino un producto de la voluntad. No hay pacto, no hay método decisiónal, no hay declaración de intenciones que pueda prescindir de la conciencia individual y de la voluntad, de la decisión decidida y obstinada. Sin ese sentimiento intencional y consciente, todo acuerdo se convierte en letra muerta, retórica vacía, corazón que deja de latir. En la forma en la cual se concibe y se practica la solidaridad desde este momento, en el mientras tanto mismo de las luchas, se dibuja la vida por la que luchamos.

Se pueden distinguir dos tipos de solidaridad: aquella entre los explotados y aquella entre los compañeros. Toda minoría subversiva, expuesta por su naturaleza a los embates de la represión, necesita tejer relaciones solidarias como necesita del aire. El pacto, explícito o secreto, que une a los conspiradores es la urdimbre de su aventura, la distinción que les permite repeler la abjuración y la traición. Desde los albores de las revueltas, la ayuda mutua entre los revoltosos es una regla grabada en los corazones.

La represión no es un hecho que golpea sólo a anarquistas y revolucionarios, sino una constante tendencia del dominio, una práctica que acompaña siempre a la producción de la paz social. Leída en tal sentido, esa no se reduce a la porra o a la prisión, sino que es una panoplia de herramientas cuyo objetivo es aislar a los explotados, romper sus redes de solidaridad, debilitar o destruir su combatividad y sus bases materiales, colonizar su imaginario, debilitar o borrar su memoria, fragmentar su experiencia. La represión reemplaza ciertas imágenes con otras, vacía los conceptos, invierte el sentido de los episodios y las palabras, desmantela barrios, reestructura la producción, renueva la Ley, cambia las intervenciones policiales, dicta las narrativas mediáticas. «El progreso nunca destruye tan profundamente como cuando construye», escribió Gómez Dávila. La represión también actúa así: ataca la vida desenfrenada para sustituirla con aquella dócil, de modo que hasta el recuerdo de la primera se pierde. Si es cierto que «la urbanistica prolonga la lucha de clases en el espacio», para entender cuántos golpes se ha llevado nuestra clase, basta con darse una vuelta por los barrios.

Si la represión social es todo esto (es decir, policías, partidos, sindicatos, medios de comunicación, educadores, urbanistas, jueces, carceleros, historiadores, curas, psiquiatras, ladrillos y hormigones…), también existe una represión selectiva , es decir reservada a las minorías de los refractarios y de los subversivos. Las dos formas de represión obviamente se condicionan mutuamente. Al atacar a ciertas minorías, el dominio abre el camino para un ataque más generalizado, que se llama reestructuración. Al mismo tiempo, cuanto más se lleva a cabo el proceso de reestructuración, más la minoría resulta aislada, fácil de identificar y de golpear.

Contrarrestar la represión social es por lo tanto también una cuestión de autodefensa para la minoría rebelde. Enfrentar la represión selectiva es una necesidad para seguir atacando. Cuanto más rodeada esta una minoría por la paz social, más deberá encontrar en sí misma sus propias fuerzas, preservándolas para la reanudación del conflicto. Solo que la fuerza revolucionaria, a diferencia de aquella del Estado y del capital, no es algo que se acumula y se guarda celosamente en una caja fuerte para tiempos mejores. Queda tal sólo en funcionamiento .

La solidaridad es el aliento de ese funcionamiento. Cuando el aliento es corto o largo depende del funcionamiento, que a su vez está profundamente ligado a la fase histórica en la cual se vive. Mantenerte firme contra vientos y mareas es la única cosa que se puede hacer en ciertas fases. Pero para hacerlo, se debe enviar mensajes al mundo, aunque solo sea para encender antorchas alrededor de las cuales podamos reunirnos, idealmente, si no físicamente, algun otro que ha avandonado la tierra firme o que esta tentado a hacerlo. La solidaridad es la mano que enciende la antorcha que la otra sostiene; es la mano que recoge la antorcha que la otra, golpeada, deja caer.

Contrarrestar la represión – social cuanto selectiva- no significa necesariamente compartir ideas y prácticas de quien viene a su vez golpeado. Detenerse en el movimiento espontáneo de simpatía es muy reductivo dada la naturaleza compleja del hecho represivo. Por el contrario, puede llevar a complacer involuntariamente los proyectos del poder, que muy a menudo se encarga de experimentar ciertas prácticas represivas sobre categorías de personas previamente linchadas o éticamente indefendibles. Por esto es necesario saber distinguir la solidaridad-contra de la solidaridad-con .

Uno puede ser solidario contra la represión sin ser solidario con los individuos o los movimientos que la represión golpea. Lo que significa que las modalidades de esa solidaridad serán autónomas. No tener ideas sobre cómo intervenir es a menudo una falta de análisis (a lo que no se puede remediar en un santiamén), que la coartada política viene a cubrir.

Este razonamiento no vale sólo en el confronto de ciertas componentes sociales -los ultras, digamos, o quien viene cusado ​​de delitos de mafia -, sino también para las componentes revolucionarias autoritarias. Desde el momento que el Estado no los ataca ciertamente porque sean autoritarias, sino porque entorpecen sus planes, ese ataque va dirigido también contra nosotros. Solidarios contra la represión que los golpea, debemos tener cuidado a no llevar agua a sus molinos autoritarios, diferenciándonos tanto en los métodos como en los discursos.

Este razonamiento vale igualmente en el plano internacional, porque el plano de la represión es también tal. Cuando faltan informaciones precisas sobre quién y cómo esta resistiendo a determinados proyectos genocidas del capital, existe una forma de ser solidario con la que no se equivoca nunca: atacar los intereses del capital, encontrando las correspondencias entre quienes allí masacran y quienes explotan aquí. Al mismo tiempo, la discusión a fondo sobre si apoyar o no ciertas resistencias (por aquello de los componentes más o menos autoritarios que las dirigen o parecen dirigirlas) deberia darse antes de que tales resistencias ya hayan sido masacradas; y, sobre todo, dudas o críticas sobre los objetivos y formas organizativas de determinados movimientos nunca deberian convertirse en una excusa para callar sobre sus verdugos.

Llegamos al ambito de la solidaridad-con. A veces, sin embargo, se contrasta la represión porque se es solidario con las experiencias de lucha o con los individuos que esta golpea. El ataque a la represión es, por lo tanto, parte del proyecto de ampliación – tanto en un sentido espacial como en un sentido cualitativo- determinadas luchas sociales, cuyo carácter esencial es la autoorganización. Este caracter rara vez se presenta de manera «pura», desde el momento que a menudo se mezclan componentes políticos. El ataque a la represión también tiene el sentido de reforzar la tensión autoorganizativa presente en las luchas. El carácter espurio de ciertas experiencias, por desgracia, se convierte a menudo en una excusa para la inacción por parte de quien quisiera tenerlo todo bien preparado antes de decidirse. El compartir aspiraciones y métodos llega, cuando llega, haciendo camino. Nuestra intervención deberia ser de estímulo.

Aparentemente más simple es la solidaridad entre anarquistas.

Más allá de la banal observación de que la etiqueta no hace el vino, la solidaridad revolucionaria es verdaderamente significativa cuando es parte integrante de la afinidad proyectual, la cual ni siquiera necesita certificados públicos: es continuación del proyecto común.

Dicho esto, afirmar que existan sólo los explotados en general o los afines en particular es cortar el problema con el hacha.

No plantearse el problema de la solidaridad en el confronto de compañeros golpeados por la represión con los que tenemos muy poca afinidad nos parece mal. No tanto en el plano ético (las injusticias que sufren los anarquistas no son ciertamente las peores del mundo), sino en el plano práctico de la autodefensa colectiva. La represión selectiva se profundiza cada vez que no encuentra obstáculos.

Teniendo presente el razonamiento anterior, siempre es posible responder a un ataque represivo sin enfatizar una cercanía que no existe. En este caso, la expresión según la cual la mejor solidaridad es continuar las luchas es genérica y poco operativa. ¿Qué luchas? ¿ Aquellas del compañero golpeado? ¿Y si no las comparto? ¿Las luchas en general? ¿Así que continuo bellamente a hacer aquello que ya estaba haciendo?

Tengamos presente que no siempre se viene arrestados por luchas específicas y que las acusaciones las formula de todas formas el Estado. Podria no compartir la acción de la que este u aquel compañero viene acusado, o puedo compartir plenamente la acción en sí y no compartir lo que dice el acusado.

Sucede que ciertas acciones son incluso arruinadas por los discursos con los cuales se defienden. En la solidaridad cada uno inserta su propio proyecto. Pero hacer coincidir solidaridad y afinidad haría del movimiento específico (y también aquello real) un conjunto de conventículos. A veces se trata también simplemente de garantizar la seguridad física de un compañero.

Esta palabra, «compañero», no va ni disminuida ni sobrecargada.

Haber pensado demasiadas veces sólo en los «propios» compañeros ha hecho si que se haya perdido el sentimiento de la solidaridad, reforzando la represión.

Se trata de problemas complejos, no desconectados del conjunto general del conflicto. Reaccionar a la represión -en realidad, no a palabras – absorbe energías preciosas, que vienen sustraidas a proyectos cuyos tiempos no son inmediato. Demasiadas digresiones llevan fuera del camino. La división de funciones, sin especialismos, puede ayudar a encontrar el justo equilibrio.

Las cosas y las palabras

La represión de la actividad de las aspiraciones subversivas y más en general de cualquier lucha, aunque solo parcial o reivindicativa, nunca es un hecho puramente militar, sino que también tiene un carácter ideológico y político. De lo contrario no se explicaría por qué el Estado no ametralle sistemáticamente cualquier manifestacion, o no encierre a cualquiera que manifieste ideas de rebelion.

Si esto llega a su máximo nivel en las democracias, ni siquiera las peores dictaduras, con su inversión masiva en la propaganda, pueden prescindir de una narración de la vida y de las actividades de los rebeldes, obviamente en un sentido despectivo y peyorativo .

El juego, en todas sus multiples variantes, persigue siempre el mismo objetivo: transformar a los enemigos de la clase dominante en enemigos de todos. Por dar un ejemplo: ¿cuántas veces hemos escuchado la retórica periodística arremeter contra acciones claramente dirigidas a hombres o estructuras del poder, diciendo que incluso simples transeúntes podian resultar heridos?

El hecho de que esto, por elecciones operativas bien específicas, nunca suceda (o casi), no afecta en lo más mínimo el descaro de los escritorzuelos contratados, los cuales ciertamente no tienen el compito de hacer pensar, sino mas bien de desactivar preventivamente cualquier movimiento de solidaridad o de simpatía en el confronto de los rebeldes.

No hay, pues, represión de las luchas que no esté acompañada y no este más o menos preparada por una retórica que las deforme. El uso del lenguaje es una parte integral, porque la elección de las palabras y la determinación de su significado contienen una cierta representación del mundo. Todos apoyarán las guerras si estas seran llamadas misiones humanitarias y de paz. Nadie deseará la anarquía si esta palabra sólo evoca el peligro de ser degollado en la calle por el primer desconocido.

Es en el acto de nombrar ciertos hechos con determinadas palabras, manteniéndolos en un vínculo casi indisoluble, que se construye socialmente el sentido de los hechos y se determinan los movimientos del alma en los seres humanos. Más que a definir conceptos, el lenguaje de madera del dominio apunta a codificar las percepciones sociales. La aplicación sistemática a los revolucionarios de la categoría de terrorismo, por ejemplo, no es tan peligrosa porque sea conceptualmente incorrecta –alli donde por terrorismo entendemos una violencia indiscriminada dirigida a la conquista y al mantenimiento del poder- sino porque adscribe a los revolucionarios al mismo cartel de sus peores enemigos (Servicios Secretos, fascistas, integralistas religiosos…) y evoca imágenes de masacres en el montón.

De este modo, sobre el nivel de la percepción, el regicidio de Gaetano Bresci y la noche del Bataclan, las heridas de Adinolfi y la masacre de Piazza Fontana se confunden en una única cortina de humo que impide distinguir la violencia dirigida de la violencia indiscriminada, la violencia liberadora de las masacres de Estado.

Los rebeldes, por lo tanto, deben tener bien presente que se lucha también sobre este nivel; lo que, desde un cierto punto de vista, también juega a su favor. Si el conflicto con el Estado veria sólo contraponerse solo nosotros y nuestros enemigos, y si esto ocurriera en un plano exclusivamente militar, estos no tardarían mucho tiempo en superarnos, vista la enorme disparidad de hombres y medios.

Si aún podemos luchar y jugarnosla, es porque entorno a nosotros hay un mundo, o sea miles de millones de seres humanos que, en su gran mayoría, sufren la explotación y la opresión, y pueden tener todo el interés en rebelarse a nuestro lado. La percepción de nosotros y de nuestras luchas, desde este punto de vista, es más que importante: es sustancialmente decisiva.

¿Deberíamos, por lo tanto, tratar de representarnos a nosotros mismos como bellos, limpios y buenos, cuando el poder nos pinta como feos, sucios y malos ? Nada de eso.

Nuestra ética no tiene nada que ver con la moral de esta sociedad fundada sobre el dominio. Pero no podemos dejar que sean solo nuestros enemigos a hablar de nosotros y por lo tanto, de hecho, a hablar por nosotros. Más bien entorpecer, resquebrajar, subvertir la narracion del poder, esforzándonos por volcarlo en un discurso nuestro, que nunca pierda de vista lo que nos es querido.

Cuando los esbirros del poder tocan a nuestras puertas para presentarnos la cuenta, la represión no busca «sólo» de privarnos de la libertad, sino sobre todo de arrinconar nuestras perspectivas.

Las relaciones de los esbirros y los dispositivos de las togas de turno, con la indispensable ayuda de la canea mediatica, montan el espectáculo de siempre. Hay para todos los gustos: casas que se transforman en «guaridas», compañeros convertidos en «líderes» y «gregarios», acciones dirigidas que se convierten en intentos de provocar masacres indiscriminadas… Saber restablecer algunas verdades y reafirmar con fuerza algunos principios, teniendo esta urgencia bien distinta de un facil inocentismo, deberia ser el mínimo. Pero a veces podemos hacer más y mejor: se puede salir del rincón en el cual la represión nos intenta relegar, eligiendo con inteligencia el propio ángulo de contraataque.

Puede ser, por ejemplo, que el enemigo opte por atacarnos también por algunas acciones vinculadas a caminos de lucha que consideramos particularmente significativos, o particularmente «incómodos» para la contraparte. Quizá es precisamente desde ahí, entonces, que conviene empezar. De este modo, si nuestra contraofensiva va por el buen camino, no sólo el enemigo tendrá que pagar un precio, sino que se aclarará cada vez más el sentido del dicho por el cual «combatir la represión significa continuar la lucha».

Una respuesta dirigida a la represión no solo ayudaría al grupo o al «círculo» de compañeros golpeados a continuar por su propio camino, sino que también daría una indicación inteligible a todos los demás compañeros sobre cómo y hacia dónde dirigir la propia colera, dando a la solidaridad más precisión y concreción.

Que quede claro, aquí no se pretende preparar un buen recetario para todas las estaciones, sino mas bien poner en la mesa algunas sugerencias para empezar a razonar de verdad.

Si bien, como decia un poeta anarquista, quien lucha por la libertad habla mejor de quien construye prisiones, contrastar la narrativa represiva no significa vencer al poder sobre el plano de las palabras: se trata al contrario de una actividad principalmente práctica, que encuentra sin embargo las propias bases en un análisis lúcido.

Tratar de comprender qué pretende el dominio con una operación represiva es la premisa necesaria a una acción mirada, eficaz, inquietante, que entrelaza pensamiento y dinamita, iniciativa individual y encuentros, poesía y rabia.

La represión se necesita antes que nada saberla leer.

Quien ahoga cada debate en el lodazal de las frases hechas, diciendo por ejemplo que no es de extrañar si el poder reprime a quien lo combate, no presta una buena ayuda a la lucha por la libertad.

[…]

Mutar de signo

La fuerza del Estado deriva de la unión y de la coordinación, en un sentido jerárquico y autoritario, de una amplia gama de fuerzas diferentes. El Estado es la porra del gendarme y el centone del jurista, el fusil del soldado y la lección del educador, la retórica del político y el dinero de la empresa, el allanamiento fascista y la pluma del periodista que lo prepara y justifica, el bulldozer que destruye un barrio popular y el proyecto del arquitecto que plantea su recalificacion…

Si nos remitimos a la etimología de la palabra solidaridad – del latín solidus: compacto y coheso – la clase dominante puede parecernos bien «solidaria» en el propio interior. Especularmente, la debilidad de nuestro campo frente a los ataques del poder pueder ser en gran medida reconducida a la disgregación de un sentimiento de pertenencia que, para existir, no puede hacer a menos de solidificarse en la materialidad de la acción y de la organización. Pero si en el campo enemigo la «solidaridad» tiene el carácter frío e impersonal de ese monstruo frío que es el Estado, en nuestro campo la solidaridad sólo puede mutar de signo, haciéndose consciente y querida. Desde este punto de vista, la resignación y la inacción con la cual a veces acogemos el encarcelamiento de nuestros compañeros, como si fueran parte de una ineluctable y necesaria normalidad que introyectamos como tal, no hace mucho honor a nuestras ideas, ni nos hace particularmente credibles en el interior de nuestro campo – aquello de los explotados que quieren terminar con la explotacion.

¿Quién puede tener interés o deseo de volverse a nuestro lado, si no nos ve mover un dedo por los que estan más cercanos en términos de afecto, ideas, proyectos? ¿Quién nos acompañaría a dar un paseo en un bosque peligroso, sabiendo que hemos dejado a nuestros amigos en las fauces de un oso? ¿Y con qué espíritu volveremos sobre los senderos?

Movimiento anarquista específico y «ligas de resistencia» deberian reforzarse y complementarse mutuamente. Es difícil relanzar una transformación revolucionaria y atacar, si a luchar quedan pocos grupos de mohicanos en una pradera donde el enemigo ya ha hecho tierra quemada. Es imposible que de la simple resistencia se llege a la revolución, y es difícil a la larga tambien resistir, sin el respiro largo y las «fugas en adelante» de los revolucionarios. La solidaridad consciente y querida deberia ser la linfa de ambos, dotando una solidez de diferente genero, por lo tanto de un diferente genero de fuerza: la horizontalidad y la multiformidad de quien lucha por una «sociedad de individuos», contra la sociedad que encadena a los individuos asociándolos contra su voluntad.

Insistir exclusivamente en las luchas sociales, dejando atrás a quien, golpeado por la represión, no puede ser reconducido a aquellas luchas; o, viceversa, entender aquella contra la represión como lucha «más radical que las otras» por estatuto -una especie de equivalente de la lucha al Estado- son dos enfoques especularmente deficientes, hijos de una misma indiferencia en materia de movimiento. El ser movimiento específico no puede no cuidar de la suerte de los propios compañeros de ideas y de luchas, tratando de arrebatárlos al enemigo. Pero este enfoque, en retrospectiva, tiene muchas veces un carácter reivindicativo que de un ataque frontal.

Pensemos un momento. ¿Por qué el Estado no deberia reprimir? Si la represión es inherente a la idea misma de Estado, ¿qué sentido tiene contrastar la represión sin derrocar al Estado? Pero con estas tautologías no avanzamos ni un paso. La «cosa» Estado siempre reprime sobre la base de las relaciones de poder existentes. La lucha contra la represión, por más radicales que sean sus formas, tendrá siempre indirectamente un carácter reivindicativo: la defensa de ciertos espacios y de ciertas prácticas, la conquista de una mayor libertad y la resistencia contra los intentos de coartarla. Que es lo que sucede en todas las luchas de emancipación, hasta que no se desencadena un proceso insurreccional, cuando aquello que venia contrastado separadamente viene atacado en bloque. Entre el 2003 y el 2004, en Grecia, una campaña de solidaridad anarquista -que vio meter en marcha manifestaciones, ocupaciones de edificios institucionales, bombas y ataques nocturnos- logró meter en libertad a «los siete de Tesalónica», detenidos durante una violenta manifestación contra una cumbre de la Unión Europea. La Grecia, donde desde hace años actua un movimiento anarquista batallero y históricamente solidario en su interior, proporciona muchos ejemplos de este tipo. En tiempos más recientes, una movilización de prisioneros mayoritariamente revolucionarios, apoyada externamente por la acción del movimiento anarquista, ha logrado arrebatar al Estado la abolición del delito de encapuchamiento -que era penalmente «pesado» en aquellos lugares- así como una serie de conquistas dentro de las prisiones. Pensemos en cambio a que cosa no se ha hecho aquí en Italia por los detenidos en Génova 2001, y a los largos encarcelamientos que han seguido. Pensamos a lo poco que se ha hecho por el 15 de octubre, o por la operación Ardire, o… la lista sería larga. Pensemos entonces a las luchas de los presos, donde casi siempre falta un apoyo externo que pueda considerarse adecuado. Uno de las rara luchas que ha producido efectos significativos (por citar los mas evidentes: abierta reivindicacion del sabotaje, penas historicamente bajas por el delito de porto de armas de guerra, aretramiento del Estado sobre el agrabante de terrorismo) ha sido la solidaridad por los «siete del compresor» [1]. Son cosas que nos hacen reflexionar, y a las que debemos volver. ¿Somos capaces de producir una solidaridad concreta, que arranque algun resultado, fuera de los contextos más amplios y «sociales»? ¿Qué consecuencias tiene esto sobre nuestra percepción de nuestra potencialidad? ¿No corremos el riesgo de «refugiarnos» dentro de los contextos más «ampliados» no por una evaluación y una elección autónomas, sino por la simple incapacidad de avanzar en modo significativo (incluso contra la represión) solos? ¿Y no corremos asi también el riesgo contrario, aquello de anunciar una solidaridad muy radical a palabras, pero muy poco consecuente en los hechos? Si no queremos «rebajarnos» a batallas parciales, ¿estamos en condiciones de desplegar la única alternativa posible: atacar los cuarteles y las prisiones, liberar materialmente a los compañeros? Tenemos en mente que incluso el tiempo es un tirano: cuanto más pospongamos un debate serio y completo, más difícil será intervenir.

Hacer si que la solidaridad no sea solo un fantasma implica prepararse desde diferentes puntos de vista: volver a pensar en la relación entre las palabras y las cosas; conocer bien al enemigo, tener bien presente a sus hombres así como su logística, su retórica así como sus infraestructuras; aprender a oler el aire antes de que llegue la represión, y cuando esta llega, tener una idea de dónde ir a chocar; armonizar las diferencias a partir de la profundización de los problemas que nos conciernen a todos ; encontrar una consecuencialidad entre lo que se dice y aquello que se hace; redescubrir la inteligencia, la imaginación y el coraje.

Atacar para defenderse, defenderse para continuar atacando.

Nota:

[1] Referencia a siete compañeros anarquistas (primero cuatro y luego otros tres) arrestados en el 2014 con la acusacion ​​de haber participado en un ataque incendiario contra las obras de construcción del TAV en Chiomonte, en Valsusa, durante el cual fue destruido, entre otros equipos, un compresor. El cargo inicial de » atentado con fines terroristas» -delito por el cual el tribunal de Treviso ha recientemente condenado al anarquista Juan Sorroche a 28 años de prisión- ha sido recalificado en » daños por medio de incendio «, con penas que no han llegado a los 4 años .No cabe duda de que la enorme solidaridad con los imputados ha tenido su peso.

Fuente:
//ilrovescio.info/2022/07/19/la-solidarieta-e-il-suo-fantasma/