Cartel encontrado en los muros de París en marzo de 2013.
Querrían hacernos creer que la ciudad es el progreso, pero jamás el progreso nos ha destruido tan profundamente como cuando construye. Las ciudades en las que vivimos son la imagen de nuestras vidas civilizadas: aburridas, frías, vacías de sentido, tan grandes que nos aplastan, tan faltas de aire que nos sofocan. Para llenar el vacío de nuestras existencias urbanizadas, dimos identidad a las ciudades, para creer que son únicas, que pueda haber alguna razón para estar orgullosxs de vivir en ellas. Pero, de todas formas, todas las ciudades se parecen. ¿Quién puede todavía distinguir, entre una ciudad y otra, un supermercado, un centro comercial, una estación, un aeropuerto o una cárcel?
¿Quién quiere todavía reapropiarse de la ciudad, gestionarla o incluso autogestionarla, en vez de destruirla?
Entonces, para qué sirven esos bancos en los que nunca se está cómodx, para qué sirven esos tejados en pendiente en los que no podemos amasar piedras que lanzar a los maderos, esas luces que nos deslumbran para hacernos más visibles a los ojos amenazantes de las cada vez más numerosas cámaras de videovigilancia, las patrullas de maderos que nos prohíben reunirnos aquí o ahí, ese alambre de espino en el que nos dejaremos las piernas cuando saltemos los muros que nos encierran, esas calles tan inmensas que nos sentimos demasiado pequeñxs para bloquearlas con barricadas, esos bomberos que por todos lados intentar apagar nuestros fuegos de alegría y de cólera, esos mediadores que intentan orientar nuestra revuelta al servicio de este mundo sin sabor y esos políticos que ven en la ciudad el espacio ideal para contenernos, aparcarnos y esterilizar nuestra rabia. Pero el urbanismo es solo uno de los mecanismos de esta sociedad de la dominación, que funciona en sintonía con el sistema judicial, el mantenimiento del orden público, la caza de lxs indeseables, el sistema educativo y carcelario y todas las demás instituciones del poder y de la autoridad. Su objetivo es el de construir ciudades optimizadas para el control ejercido por los maderos y los ciudadanos. Non hay un urbanismo emancipador, solo ciudades que destruir con mil fuegos.
La ciudad tiende solamente a la masificación y a la estandardización de lxs individuos, su reestructuración apunta solamente a prevenir todo exceso o revuelta y a asegurar esa pacificación que garantiza el buen funcionamiento social y las relaciones de dominación.
La más mínima esquina de toda ciudad solo responde a dos necesidades: el control social y el beneficio.
Por eso, no queremos reapropiarnos de las ciudades, ni gestionarlas nosotrxs, porque no nos pertenecieron nunca, nunca han sido más que instrumentos de nuestra dominación, no más que prisiones a cielo abierto y ya tenemos bastante. La única cosa que podemos hacer con las ciudades es transformarlas en terrenos de juego en los que liberar nuestros deseos insurrectos.
A lxs que nos quieren civilizar, respondemos con nuestras pasiones salvajes y destructoras, hasta el final de toda dominación. La ciudad, no queremos ni huir de ella, ni reapropiarnos de ella, la queremos destruir, intensamente y con alegría y, junto a ella, el mundo que la produce.
Por la insurrección.
Algunxs salvajes.