Este mundo es una mierda. No será ni la primera ni la última vez que se diga. Abajo el Estado, el trabajo, el ciudadanismo, el espectáculo, el embrutecimiento de las masas, la vigilancia de los espacios y pensamientos, la estandarización de todo, los comportamientos, las relaciones, los encierros, la generalización de los medios de control, de vigilancia, de represión (etc., etc.) Si estamos así es porque existe, entre muchos de los horrores estatales, la ESCUELA, la educación nacional, la institución escolar. La escuela, con la familia, la base del mejor de nuestros mundos.
La escuela, tránsito obligatorio. La escuela, de hecho, es obligatoria. Casi todxs hemos ido. Durante más o menos tiempo, en centros diferentes, pero casi todxs hemos ido. Institutos gueto, institutos de élites. Los fundamentos de la escuela son bellos. El Estado de bienestar dispensando de forma gratuita, para todxs de forma igualitaria, prudencia y conocimiento universal. El conocimiento básico para todxs y cada unx de nosotrxs, las bases del saber, el conocimiento necesario para vivir en la ciudad, los conocimientos útiles, las cosas que es mejor saber hacer, decir, callar si quieres librarte. Las cosas concretas que te interesa saber si no quieres morir demasiado solx, demasiado pobre y no del todo deprimidx. Los trucos esenciales para una vida en sociedad, para una vida como la de lxs que te la enseñan a ti, todo lo que debes saber para gestionar mejor la forma en que te van a joder. Leer – el veredicto- Escribir – dentro del recuadro- Contar – el número de años que te quedan por soportar. Las formas de ser, de aguantar con la mayor serenidad del mundo tu esclavitud. Las maneras de (no) pensamiento adaptado a esta estúpida broma que es tu podrida condición.
Las escuelas, moldes para hordas de ciudadanxs neuróticxs y devotxs que, como aquellxs que fueron antes, aseguran y defienden con pasión y convicción la supervivencia y la perennidad (de aquellxs que han hecho lo que es) de este mundo. La escuela da el trabajo mascado a los polis, publicistas y otros crápulas cínicos. Los valores de la escuela son los de la odiosa sociedad: trabajo, competetitividad, resultado, orgullo, ambición, sumisión, obediencia, colaboración, delación… (etc., etc.) Zanahoria, palo, resultados eficaces.
Lo que se hace instintivo es no entender nada. La principal función de la escuela es la destrucción moral de todo individuo que pasa por sus manos.
En la escuela, unx trabaja para nada en absoluto, todo el tiempo. En la escuela unx aprende a trabajar y lo que es más, a falta de otra cosa, a encontrar una razón para existir… Cuando tu objetivo en la vida se convierte en pasar al siguiente curso. Trabajar duro y pedir más. Aprender de memoria, pensar de memoria. Aprender a aprender.
Empezando desde la temprana infancia, mediante violentos y eficaces métodos, lo individual se destroza, de forma lenta pero segura: levántate demasiado temprano, demasiado frío, demasiado oscuro fuera. Seis, ocho horas al día encerradx, sentadx, atentx, calladx. En filas de dos en dos o condensadxs en los pasillos. Asistencia obligatoria. Timbres cada hora. Programa inmutable, repetitivo. Pruebas de conocimiento, media general, «podría hacerlo mejor», examen sorpresa, pánico, retraso no tolerado, castigos, los vicios de profesorxs, monitorxs, otrxs. Estudiantes modelo elogiadxs, recompensadxs todos los días. Rebeldes, inadaptadxs, desinteresadxs u otrxs, seguidxs de cerca, día tras día.
Después del parvulario, antes de las casas, oficinas, comisarías, bases militares, hospitales, cementerios, residencias, prisiones, hospitales psiquiátricos… la escuela es el encarcelamiento. Como niñx, el/la estudiante, pequeñx ciudadanx, no es “libre”. Obviamente, no existe la libertad, (ni siquiera en la cabeza, estamos de acuerdo) pero en cualquier caso, allí es la limitación de movimiento (entre otras cosas) lo que importa. Cada mañana, una vez pasada la puerta, estás detenidx durante el día bajo la responsabilidad de la administración educativa.
Tus padres están obligados por el Estado a meterte en la escuela. Chaval(a), te das cuenta de la existencia de una autoridad superior a la de tus padres que se apodera de ti y de lxs demás. Si la autoridad de tus padres es a menudo aplastante, la de la escuela parece insuperable, imposible de desafiar. Te angustias, gritas. Sientes miedo porque tienes que rendir cuentas. Como un perro, empiezas a temer la reacción de tus amos más que a cualquier otra cosa. Más fuerte que el padre, el último bastardo, el presidente, el patrón: el director, poseedor del poder absoluto, que no te conoce (inmediatamente) pero que todo el mundo conoce, temible. Prefieres tirarte cinco veces seguidas por las escaleras antes que tener que pasar tres minutos en su despacho.
La escuela enseña miedo. A materializarlo en unx mismx. Miedo a no conformarse, a desobedecer. Miedo a ser castigadx, a decepcionar a los referentes (profes y padres). Miedo, una vez integrado, imborrable, inscrito para siempre en la parte más profunda de cada unx de nosotrxs: Miedo al madero, a robar, a desobedecer, a exceder los límites establecidos. En las garras del miedo. Miedo para aceptarlo todo porque estás desarmadx, neutralizadx. Estar asustadx y al mismo tiempo dar el visto bueno a aquellos que son la fuente de él y los que dicen que tienen el antídoto contra él.
La escuela fabrica en cada unx la ilusión de la democracia enseñando a la gente a votar, elegir delegados que se supone que les defienden y representan ante las altas autoridades. Supuestamente, el único camino para ser «escuchadx». La farsa habitual, para que te integres con más docilidad en tu podrida condición: no sabes nada, no eres nada, nada más que un elemento, un cargamento de chavalxs de la misma edad. “Y tienes la suerte de dejar de ser nada, tienes la suerte de ir a la escuela”. Lo arbitrario como principio. La resistencia, un componente electrónico.
La escuela, mundo sobrerreglamentado, habitúa a la gente a engañarse a sí misma, a controlarse, vigilarse, contarse, clasificarse, encerrarse y a pedir más. A pesar de ti, te sometes a una multitud de formalidades que te hacen inclinarte, y que llegues a encontrarlas casi justificadas. Esas costumbres que han determinado tu forma de pensar, de resignarte.
Recuerda, la vuelta al colegio, las primeras clases del año. En las asignaturas, cada profe bastardx te hacía rellenar tu ficha. Información sobre ti, tus padres. Como todo el mundo, te sometes al ritual. Revelas a desconocidos información, a veces, vergonzosa, personal en todo caso. En todos los casos, te rindes al empezar.
Te parece normal responder a la llamada al inicio de cada clase, estar constantemente vigiladx, sin poder circular por cierto lugar en cierto momento, tener que llevar encima obligatoriamente el parte de faltas. Te encuentras de nuevo haciendo de enlace entre los dos polos de la autoridad, la administración escolar y la familia. Estás obligadx a informar a tu familia de las tonterías que hiciste el día anterior y del castigo que te has ganado. Te ponen en una situación de chivarte de ti mismx.
Eso es porque no hay una mierda más que hacer, porque no hay una jodida cosa interesante que hacer en la escuela, en lo que te proponen. Una hora de recreo por 4 horas de clase. Lo interesante en el hecho de sentirse constantemente bajo vigilancia, es intentar tan pronto como sea posible desbaratar esa vigilancia, de actuar de un modo inconformista, en todo momento. Y aturdirse al volverse dependiente. Que le den a la salvación. 10, 15, 20, 25 años de dejarse estafar. Eso, más todo lo demás.
Luego vino la terrible jornada del 3 de abril, se descubrió una cantidad colosal de keroseno en la mochila de mi hermana.
El texto fue publicado en el número 0 del periódico francófono VIDANGE y su version inglesa la podéis leer aquí