Recibido el 21/02/2021
Algunas pistas para la reflexión en torno a la entrevista con Alfredo Cospito
«¿Pero qué Internacional?» publicada en tres partes en la revista «Vetriolo» (Nº. 2, 3, 4).*
Este texto surgió del deseo de debate que, inicialmente, pensé limitar a un intercambio epistolar. Pero, después de haberlo redactado, consideré que podía convertirse en un buen instrumento que facilitara la extensión del diálogo a otras individualidades, respecto a las dudas y críticas que expongo.
Estas reflexiones no agotan todo lo que pienso en torno a lo que se sostiene a lo largo de la entrevista. Como me pareció superfluo informar sobre las consideraciones que compartí, opté por escribir el texto a manera de crítica, deteniéndome en algunos aspectos menos cercanos a mi pensamiento. Más que las palmaditas en la espalda, por muy gratificantes que sean, opto por los cuestionamientos y las palabras punzantes de la crítica, lo que me estimula a no estar nunca completamente satisfecho con mis ideas y, me permite seguir perfeccionándolas. Ciertamente, estas pocas páginas son insuficientes para abordar las cuestiones de notable interés que se exponen en la entrevista, por lo que confío en que alguien se esfuerce en llenar las lagunas que seguramente contiene mi texto.
La ilusión tecnocrática
Considero que hay un cambio cualitativo dentro del proceso evolutivo de la dominación. De ser un medio en manos del Estado y el capitalismo, la tecnología ha adquirido autonomía propia. Como todo factor autónomo se convierte en un factor determinante en sí mismo. El buen funcionamiento del sistema mundial hoy se basa, más que nunca, en la adaptación de todas las esferas de la organización social a las necesidades que proporciona el progreso técnico. En la actualidad, la economía y el Estado se caracterizan, cada vez más, por sus funciones técnicas; podría incluso decirse que el Estado actual es esencialmente un Estado técnico. ¿Por qué esta introducción, quizás superflua? Porque estimo que hay algunas consideraciones de fondo en las respuestas de Alfredo que no comparto y que me llevan a conclusiones que, aunque no son radicalmente distintas a las suyas, asumen matices diferentes.
Por ejemplo, en la entrevista se refiere a menudo a la tecnocracia, atribuyéndole a esos «aristócratas del conocimiento humano» un papel de preeminencia, cuando en realidad, no son más que técnicos que desempeñan más o menos un papel dentro del sistema sin iniciativa propia y son, además, fácilmente sustituibles. Las decisiones no son tomadas realmente por los técnicos, éstos sólo cumplen con las obligaciones previstas por el sistema técnico. El desarrollo técnico es autónomo, no en el sentido de qué sea causa en sí, sino en el sentido de que las necesidades materiales que implican su desarrollo, se imponen a las acciones del ser humano que no tiene nada que decir al respecto. Sólo pueden apoyar el desarrollo del sistema u oponerse, pero ciertamente, no pueden determinar su curso arbitrariamente. Con esto, no quiero disminuir las responsabilidades de quienes deciden contribuir conscientemente al desarrollo de este sistema, pero si quiero subrayar hasta qué punto su papel es cada vez más parecido al de cualquier otra pieza intercambiable. Atribuir a los técnicos una importancia que en realidad no tienen, considero que puede desviar la atención de una elección consciente de nuestros propios objetivos. Por ejemplo, hoy en día, en el campo de la investigación, los científicos se ocupan de un sector tan especializado que las operaciones que realizan en su mayoría son minucias si se consideran de forma individual; sólo la colaboración de un gran equipo permite el desarrollo de un proyecto de investigación. Al mismo tiempo, un laboratorio o incluso un solo servidor de éste, puede albergar años de investigación. Entiendo que este razonamiento puede extenderse a la globalidad del sistema: cuanto más pierden las personas sus capacidades, más importancia adquieren algunas técnicas o, mejor aún, algunos subsistemas del sistema técnico, como el sistema energético, las telecomunicaciones, Internet, las bio y nanotecnologías… Evidentemente, no estoy hablando de un proceso acabado, sino en curso, donde las personas siguen teniendo un papel importante en los procesos técnicos, económicos y estatales, pero cada vez más limitado. Por lo que no creo encontrarme al interior de una megamáquina. Si el sistema técnico tiende a imponerse cada vez más en otras esferas sociales, no puede considerarse determinantemente sobrepuesto a la misma sociedad. Hay una diferencia entre sistema técnico y sociedad técnica, el primero crea desorden, irracionalidad y conflicto en la segunda. Si el sistema técnico tiene su propio desarrollo autónomo y racional, la sociedad que se ve influenciada por él no lo tiene, sino que está condicionada por elementos, incluso conflictivos, que hacen que su desarrollo sea imprevisible. El progreso técnico siempre está en marcha y se mejora infinita e indefinidamente. Nunca podrá constituir la totalidad de la existencia humana, pero, como puede verse fácilmente, se está convirtiendo cada vez más en el factor determinante del sistema.
¿Guerra social o guerra a la sociedad?
No me convence esa respuesta que afirma que «la «lucha de clases» sigue siendo el motor de todo», aunque entiendo que con la expresión «lucha de clases» no sólo nos referimos de forma reduccionista a la clase obrera, como hacen algunos anarco-marxistas. Pienso que el rechazo a lo existente puede pasar por el rechazo a una forma de organización económica y social determinada, pero si nuestra crítica se limita a la negación de los privilegios de unos pocos, sin cuestionarnos la propia esencia de la civilización y su reproducción, sólo se barajan las cartas para continuar jugando la misma partida. Por otro lado, la autogestión de la catástrofe no es mejor que las aspiraciones del sistema actual a sobrevivir su propia nocividad. A través de la toma de conciencia de nuestra explotación y el reconocimiento del enemigo de clase, sin duda puede llegarse al rechazo nihilista de la sociedad, pero considero que no es el único camino, ni tampoco el más privilegiado. Pienso que toda individualidad, atrapada en las redes de la supervivencia reproducida en serie, encuentra en sí misma las motivaciones para desear otro mundo y arremeter contra todo lo que se interponga a su instinto de libertad. No creo que la diferencia la marque la condición de explotado, sino la determinación con la que nos propongamos superarla. No es la opresión específica a la que se está sometido, lo que coloca al individuo en estado de conflicto contra este mundo. Están lxs que cuestionan este mundo a partir de las condiciones impuestas por la explotación laboral, también están lxs que cuestionan el supremacismo racial, lxs que cuestionan la imposición del rol de género, o la normatividad sexual, lxs que no aceptan la opresión de los otros animales y de la devastación de la Tierra, o lxs que simplemente desean vivir una vida salvaje irreconciliable con lo existente. Por otra parte, la clase a menudo se transforma en un fantasma que aliena la propia autonomía individual, por lo que considero que hasta que no abandonemos los residuos de la teleología marxista, corremos el riesgo de profetizar el advenimiento de la revolución social, en lugar de tomar conciencia de sí como individuos y atacar el dominio por puro deseo egoísta de libertad.
No creo que lxs anarquistas deban convertirse en un referente para lxs «explotadxs», en todo caso, son las ideas y las prácticas anarquistas las que deben ponerse al alcance de cualquier persona que traiga el fuego en los ojos. Más que plantearme la necesidad de comunicación con lxs «explotadxs», prefiero pensar que mis palabras y acciones pueden cobrar un valor específico para quienes ya desprecian este mundo decadente y, están dispuestos a jugársela para verlo derrumbarse definitivamente.
Pensamiento y acción
«Los teóricos que no viven una vida rebelde no dicen nada que valga la pena decir, y los activistas que se niegan a pensar críticamente no hacen nada que valga la pena hacer» -W. Landstreicher
Concuerdo con la afirmación que postula al pensamiento y la acción como dos elementos intrínsecamente conectados, pero, a diferencia de lo que se sostiene en la entrevista («La teoría para ser efectiva debe surgir de la praxis, no al revés»), no pienso que la acción sea lo que deba guiar al pensamiento. Considero que las ideas guían la acción del mismo modo que la acción pone a discusión a las propias ideas, no identifico una relación de subordinación entre ambas, es más, podríamos considerarlas, dentro de la proyección anárquica, como un todo.
No pienso que las ideas en sí ni la acción en sí sean válidas en base a quien las expresa o realiza. Un texto «repleto de demagogia» (no me refiero a ningún texto específico) sigue siendo un mal texto, independientemente de quién lo haya escrito y bajo qué circunstancias. El diálogo entre el pensamiento y la acción es fundamental en la trayectoria individual de cada quien, pero, al mismo tiempo, va más allá de la responsabilidad directa. Un texto en un periódico que apoya y difunde la continuidad de ciertas prácticas, tiene el mismo valor en el cumplimiento de su propósito de transmitir un mensaje, que un texto, con el mismo contenido, que aparece en una reivindicación. Lo esencial, en mi opinión, es que no cese el diálogo entre las palabras y la acción. De lo contrario, no son más que palabras vacías o acciones incomunicables.
En cuanto a la elección de la acción y el enfoque que se le de a la misma, considero que no existen acciones prioritarias o de mayor eficacia con respecto a otras. Pienso que la eficacia es una característica particularmente oscura. Nadie puede conocer anticipadamente las consecuencias de una acción, a veces un acto que puede parecernos trivial, como saltar los torniquetes del metro, puede desencadenar un motín y provocar que las llamas alcancen edificios de doce pisos de altura. Esto no significa que el efecto destructivo directo de ciertas acciones no sea mayor que el de otras o, que el daño que se le produce a una empresa al golpear uno de sus coches no sea diferente al que se produce si golpeamos a quienes lo conducen. El hecho es que no existe una escala de valor unívoca para evaluar el efecto de una acción determinada; en todo caso, podremos tener más de un aspecto a considerar. Cada quien elige en base a sus propias consideraciones lo que debe tomarse en cuenta. Por tal razón, no veo que exista una cobardía subyacente en la decisión de no golpear a las personas, y menos aún, que haya miedo a perder el «consenso» (puede que para algunos si exista tal miedo), sino que hay una reflexión de fondo que atañe muy diferentes aspectos, como la reproducibilidad de la acción, la relación entre el riesgo y el efecto… A lo largo de la historia anárquica, como dice Alfredo, los ataques contra las máquinas y contra las personas, han coexistido sin ser considerados prácticas separadas y distintas, enriqueciendo el accionar anárquico multiforme.
Tampoco considero que las acciones espectaculares sean cualitativamente mejores, es más, a menudo, las ideas más brillantes ni siquiera son captadas, excepto por unxs pocxs. Las acciones espectaculares la mayoría de las veces, al ser difundidas precisamente por los canales del poder, terminan mutiladas y mitificadas, y concluyen siendo consideradas como algo alejado de nuestras posibilidades. Es más, no me parece que la difusión cuantitativa de una noticia sea en sí misma positiva, máxime si esta difusión se produce a través de los medios de comunicación del poder. Considero que la información difundida mediante medios autónomos, pese a que llega a pocxs individuos, es mucho más congruente con la difusión de las ideas anarquistas que una nota en la primera plana de cualquier periódico destacado. Es más, me parece bastante ingenuo pensar que se puede lograr una difusión mediática a través de medios que están claramente en manos del enemigo. Resulta particularmente evidente, cómo se aplica instrumentalmente el silencio ante cierto tipo de atentados por parte de los medios de comunicación.
En cuanto a la reivindicación, pienso que cada acción tiene su propia especificidad y corresponde a cada quien elegir el modo de actuar. Después de todo, estoy convencido que si las ideas anarquistas se expresaran claramente y se apoyaran abiertamente las prácticas de ataque contra el poder, tanto en periódicos como en textos y debates, toda reivindicación sería superflua (a no ser que sea para destacar una acción), pues no necesitaría palabras para comunicar su potencial, pero, lamentablemente, no siempre es así.
Mito y utopía
«No es suficiente con derribar a los ídolos, para transferir todas las armas y el bagaje a manos del hombre, si éste se ha elevado al nivel que antes ocupaban los ídolos»
«El mito del mundo moderno sigue siendo la religiosidad con que se ve el proceso de liberación…. El bandido es visto desde esa perspectiva. El rebelde tiene doble validez: como individuo que desafía la ley y, por tanto, toma conciencia de este desafío y lo acepta responsabilizándose de las consecuencias, y como símbolo que consolida sus aspiraciones irracionales. Si en el primer aspecto, el bandido es signo de la ruptura del círculo de alienación e integración, en el segundo, puede convertirse en un instrumento a través del cual la alienación y la integración pueden permanecer en la presunta transformación»
«El mito se convierte, en última instancia, en un lugar ajeno a la voluntad del individuo, en una ilusión que aprovecha la debilidad del individuo y lo proyecta hacia un ideal situado fuera del mundo. La metafísica señala ciertos objetivos, la religión otros e, incluso la revolución puede caer en este equívoco y proponer otros. Los mitos se cruzan con otros mitos». -M. Bonanno
En la segunda parte de la entrevista se afirma que han sido abandonados los mitos relativos a la perspectiva liberadora, el mito de la revolución social, del sol del porvenir de la anarquía, que eran tan difundidos a finales del siglo XIX. En el texto, se auspicia el resurgimiento de la sugestión del mito, con el fin de «revivir la anarquía vindicadora». Pero, ¿es cierto que los mitos desaparecieron con el racionalismo científico o esto es un nuevo mito que sustituye a muchos otros?
No entiendo por qué tenemos que sacar del cajón al mito, a estas alturas ya no se habla de él desde la huelga general. Considero que el mito no sólo conlleva un intrínseco inmovilismo, sino también una creencia religiosa de la que hay que alejarse. No es casual que Sorel, mientras profesaba el mito de la acción violenta contra el Estado, al mismo tiempo, fuera un defensor del catecismo revolucionario y de la familia tradicional.
A mi entender, el mito no tiene nada que ver con la utopía. Si el primero es una construcción colectiva definida y estática, a menudo proyectada hacia el pasado y transmitida al presente, a la que el individuo se adhiere; la segunda, es indefinida, ya que se proyecta en un no lugar, en un espacio y un tiempo desconocidos. La utopía se modifica con el tiempo, tiende a asumir una infinidad de formas diferentes, mientras que el mito se cristaliza en una sola forma. Con utopía no me refiero, como sucede comúnmente, a esa construcción colectiva, a esa meta a alcanzar a fin de realizar el «paraíso en la tierra», sino, a ese ideal irrealizable que el individuo hace suyo y moldea sobre la base de sus propios deseos.
Ambos, tienen un carácter que va más allá de la racionalidad y el realismo, pero, mientras que el mito atrae como cualquier otra creencia ya que confiere mayor seguridad del yo que pasa a integrarlo; la utopía es una proyección del yo y, de sus tensiones en el mundo que le rodea.
En cuanto a la acción de Mikhail Zhlobitsky, su acto es de una fuerza increíble, pero no me parece ni un sacrificio ni un acto de heroísmo, sino el acto de un individuo que, consciente de su situación y de su odio, prefiere lanzarse a la muerte golpeando al enemigo, en lugar de continuar viviendo en las condiciones de ver sus compañeros torturados, con la certeza de que podría estar en la misma situación. Mitificar su acción es un gran error. Se han realizado decenas de ataques incendiarios y explosivos contra las oficinas del FSB y otros responsables de la represión estatal ¿por qué no hablamos tambien de ellos? El espíritu de sacrificio no puede ser el criterio que eleve una acción sobre otras. El apoyo a su acción no debe pasar por el elogio a la muerte en acción y el autosacrificio. El acto de Mijail expresa una notable conciencia de sus propias posibilidades, conciencia de que una determinada elección puede implicar también su propia muerte y, es con esta conciencia, que, a pesar de todo, eligió lanzarse contra el enemigo. Muchxs otrxs han actuado de igual manera, aunque esa elección no haya implicado la pérdida de sus vidas. Por qué, más que detenernos en las consecuencias de su acción, no nos detenemos en ese deseo tan fuerte que lo impulsó, al igual que a otrxs, a accionar?
Proyección anárquica y organización informal
«Paradójicamente, no nos hemos adaptado a la realidad, la realidad se adaptó a nosotros».
No puedo estar más de acuerdo con esta afirmación. Si desde el principio la «informalidad» fue para muchxs un enfoque que permitía la confluencia de diferentes aspectos, éticos y prácticos; en la actualidad, el propio desarrollo del sistema pone en duda inequívocamente la validez de cualquier organización de síntesis. Es cierto que el mundo ha cambiado y lxs anarquistas también (afortunadamente) y si no nos cuestionamos nuestra intervención en la realidad, caeremos en la reproducción de un modo de acción circular.
Esto no significa en absoluto transigir con el mundo que nos oprime, sino intentar conocerlo mejor, tener mayor conciencia del desarrollo y del emprendimiento de nuestro camino a la revuelta. Si el método sigue siendo sustancialmente el mismo, la elección de nuestros objetivos, igual que el tipo de prácticas, sí pueden modificarse, dando lugar a infinitas posibilidades diferentes, que hacen imprevisible nuestra acción y, por ende, difícil de contrarrestar por el poder.
No creo que existan «dos caras del anarquismo de acción contemporáneo». Es problemático dividir el anarquismo en corrientes, no sólo porque se presta a ponerse del lado de los viles esquemas de cualquier representante del poder, sino porque además es erróneo y no se verifica en la realidad, siendo reduccionista respecto a todas las individualidades rebeldes y sus vías de lucha que, la mayoría de las veces, no se ajustan a estas categorías. ¿Cómo podemos saber si unxs compañerxs que emprendieron vías de lucha «intermedias», no son lxs mismxs que, al mismo tiempo, atacan al poder mediante la acción directa? Afortunadamente, no podremos saberlo de ninguna manera, porque gracias al anonimato cualquiera (aunque no muchxs) podría haber realizado una determinada acción. No entiendo por qué la acción violenta no puede expresarse en apoyo a luchas específicas; en este sentido, considero que «el insurreccionalista que a fin de facilitar un crecimiento colectivo y cuantitativo está dispuesto a limitar y calibrar su violencia destructiva», más que un insurreccionalista es un politiquero o un oportunista, o ambos. El hecho de que no nos pongamos un límite a nosotros mismos, por nuestras valoraciones y nuestra disposición a jugárnoslo todo, sino por el miedo a perder el consenso de terceros, no tiene nada que ver, desde mi punto de vista, ni con el insurreccionalismo ni con el anarquismo tout court.
Pienso que debemos superar la división entre lxs anarquistas que apoyan las reivindicaciones y aquellxs que no, y cuestionarnos la validez de una práctica contextualizada en circunstancias específicas, así como las intenciones que están detrás de ella, a sabiendas de que la mayoría de las veces solo se pueden intuir, por lo que creo que es mejor abstenerse de juicios y, más bien, pensar en el camino propio.
El internacionalismo es un componente fundamental de toda acción con proyección y perspectiva: incluso la revuelta más radical y destructiva, si se limita a un territorio restringido, quedará circunscrita y será reprimida o, se extinguirá lentamente con el tiempo.
La solidaridad es un rasgo inevitable e irrefrenable del internacionalismo, pero, al mismo tiempo, no es el único. El internacionalismo no solo debe alimentarse desde la perspectiva de respuesta, sino también desde el ataque. Si cada individualidad eligiera atacar al poder de manera proyectiva: esforzándose en reconocer las conexiones de la red internacional de la dominación, captando sus vulnerabilidades y sus momentos de mayor dificultad… mediante la propia acción se podría establecer un diálogo que sirva de trama para realizar nuestro sueño de derrocamiento a nivel internacional. Como ejemplo de lo anterior, me vienen a la mente numerosas acciones que han tenido lugar en todo el mundo entre abril y mayo de este año, en pleno periodo de cuarentena general, contra las estructuras telemáticas y de energía. Un gran número de acciones que se dirigieron a objetivos similares en gran parte del mundo en un mismo periodo, enviándo una señal significativa, aunque la mayoría de estas acciones se realizaron en total anonimato y, en gran medida, fueran desconocidas.
Propaganda y difusión de las ideas
Tengo que reconocer que el término propaganda nunca ha sido particularmente de mi agrado, considero que su utilización en el pasado no es motivo suficiente para que tengamos que continuar usándolo.
Una vez aclarado esto, prefiero limitarme a hablar de «difusión de las ideas» que, como despectivamente advierten los editores de Vetriolo, deja «una sensación de indeterminación»; algo a lo que le atribuyo un gran valor, ya que sólo lo indeterminado deja lugar a la apropiación individual y la transformación de los conceptos y, (algo que me gustaría subrayar), no implica una falta de claridad.
Estoy de acuerdo con que la difusión de las ideas anarquistas siempre vayan de la mano de la acción, porque de esta manera adquieren potencialidad subversiva.
No creo qué si los tiempos cambian deban de actualizarse nuestros medios, por el contrario, deberían ser nuestros medios obsoletos los que cambien los tiempos. Por otra parte, considero que lo expresado anteriormente sobre la organización informal también se aplica para la difusión de las ideas. El tiempo nos ha demostrado el sinsentido y la inutilidad de la miríada de información que se propaga a través de los medios de comunicación, tal vez, en este preciso momento, un texto en la pared, un folio suelto, un periódico, una revista, un libro, puedan romper esta fantasmagoría virtual y devolver a la realidad a lxs que todavía sueñan; o puede que no, pero de todas formas pienso que vale la pena intentarlo. En la última parte de la entrevista, en cierto punto se lee: «…si queremos ser incisivos y eficaces con nuestras acciones no podemos prescindir de ensuciarnos las manos con la tecnología y, por lo tanto, con algo realmente tóxico y peligroso”. ¿Qué significa ser incisivo? Nuestra vara de medir no tiene que ser cuantitativa a la hora de elegir los medios, sino, más bien cualitativa; y, si el problema es la limitada capacidad del material impreso para poder llegar a mucha gente, considero que debemos prestar más atención al compromiso que dedique cada quien a la difusión de estos medios y herramientas que nos permiten ampliar nuestro potencial. Seguramente es más fácil escribir un texto y compartirlo en PDF por Internet, que imprimir muchas copias y distribuirlas personalmente. Si esto nos resulta cada vez más difícil, es por la falta de lugares adecuados para difundirlos y de medios para imprimirlos de forma autónoma y a menor coste.
En lugar de pensar en el potencial que pueda brindarnos la web, me parece mucho más interesante reflexionar sobre la difusión de nuestros periódicos y revistas en papel, sobre la apertura de bibliotecas, librerías, archivos, y sobre la funcionalidad de la tipografía y la impresión autónoma. Aún más, ahora que el Estado amenaza con cerrar toda actividad comercial, de la que, desgraciadamente, somos cada vez más dependientes.
Otra duda que tengo es en referencia al potencial de la web para la difusión internacional de acciones mediante reivindicaciones. La inmediatez del Internet no le resta mérito alguno a los periódicos; las noticias sobre lo que ocurrió del otro lado del mundo siempre han estado ahí; definitivamente, el tiempo de difusión era diferente, quizás veníamos a enterarnos de una acción un mes después, pero eso no cambia la sustancia de las cosas.
Si el internacionalismo estuvo particularmente vivo a principios del siglo XX, no fue porque las noticias viajaran velozmente a todas partes, sino porque lxs propios camaradas se movían de un lugar a otro, creando redes de relaciones dondequiera que vivían. Considero que para revivir el internacionalismo no basta con la comunicación escrita, me parece imprescindible la proliferación de esas relaciones profundas a través de las cuales aspiramos a subvertir este mundo.
*Este texto se publicó originalmente en la revista CALIGINE n.1, enero 2021, en italiano. Para más información: es-contrainfo.espiv.net