[Estado Italiano] Espacios blancos y letras negras. A propósito de la operación represiva «Sibilla»

Traducción recibida el 11/02/2022:

Expresar molestia o decepción delante del poder no es para nosotros. Convencidos como estamos que entre libertad y autoridad no sólo existe un abismo insalvable, sino que la primera es expresión de una irreductible alteridad respecto a la segunda y que las dos son incompatibles e irreconciliables, perseveramos en el creer con firmeza que la única relación posible con el poder es una relación de guerra. O se sufre o se abate. Es por esto que en la indiferencia hacia el Estado y el capital se explícita la resignación, la rendición y, en definitiva la capitulación. Nosotros los anarquistas sostenemos una idea de libertad que es demasiado extensa e incontenible para poder ser «satisfecha». Esta idea nuestra define y -donde la teoría brota en la práctica- pretende expresar la libertad integral y absoluta que se ríe de cualquier indulgencia hacia el poder, que fractura efectivamente las falsas «libertades» democráticas que se nos otorgan, que en un eterno anhelo de revuelta golpea con la acción las figuras y las estructuras del poder, disgregando el espacio y el tiempo de la autoridad.

A veces, especialmente cuando la conciencia es árida de voluntad, la engorrosa presencia del Estado en todas las esferas de la existencia y del cotidiano logra hacer retroceder a sus enérgicos opositores, que de esta manera comienzan a posponer al infinito la realización de los propios proyectos. La hostilidad se convierte en indiferencia. Es así como, poco a poco, el objetivo se convierte en aquello de mantener un antagonismo más o menos amamantado de veleidades radicales. Mejor que destruir el mundo de la autoridad, se prefiere el retraimiento de existencial directo a la construcción de un nuestro «pequeño mundo», dedicándonos a nosotros, a nuestros plazos, a las relaciones, incluso a la «autogestión», a la «autodeterminación» de ambientes y situaciones.

Pero este «mundo», un espacio donde poder encontrar satisfacción al deseo de una existencia sin coerciones de ningún tipo, ¿puede existir? Entonces, ¿puede coexistir con el mundo exterior? En pocas palabras, ¿existe la posibilidad de fuga? Yo no lo creo. De estas convenciones inherentes a una posible «evasión» de la realidad, camuflada con las habituales retóricas radicalistas y alternativistas, el movimiento anarquista de lengua italiana ha estado lleno durante mucho tiempo, en las últimas décadas. En última instancia, se trata de la búsqueda «habitual» de motivaciones – de poner primero frente a uno mismo, después frente a los demás- a la propia casi total inacción en el confronto del poder. Entonces, todo pretexto es bueno y «el incendio de las propias pasiones», como lo habíamos improvisadamente considerado hace un tiempo, ahora lo podemos tranquilamente volver a guardar en el cajón en el cual hemos colocado otras exuberancias más o menos juveniles.

Despejando el terreno de los miserables pretextos que cada uno encuentra para silenciar su propia conciencia y poner un velo de indiferencia entre sí y el mundo «externo», es necesario detenerse en tres aspectos. En primer lugar, nunca ha existido, en los hechos, una posibilidad de fuga de esta realidad: cada pequeño jardín, cada «isla feliz» (ya sea esta un espacio físico o un cónclave de intelectuales), sobrevive solo gracias a la tolerancia del capital. En segundo lugar, de mundos sólo existe uno: aquello en el cual por desgracia nos encontramos a sobrevivir y del cual –por mucho que se diga- no es posible llamarnos fuera, de primeras porque el poder, hoy más que ayer, exige incluso nuestra cotidiana adhesión ideológica a sus razones, cuando no la participación directa a sus exigencias. Y nuestra rechazo, o nuestra deserción en tal sentido, comporta siempre y de todas formas consecuencias, sean esas grandes o pequeñas. Finalmente, una libertad que termina más allá de la puerta de mi casa o se agota fuera de mis seguridades, es ilusoria, falsa: esa no es libertad.

La libertad es un concepto complejo, que escapa a las fáciles categorizaciones y, al mismo tiempo, permanece inmediatamente comprensible a quien está dispuesto a considerar su llamada, a acariciar su significado. Y es por esto que cualquier tipo de «libertad» que nos otorgue cualquiera no solo la desenmascararemos siempre como una estafa, sino que la combatiremos activamente propio porque inevitablemente coparticipe y expresión del principio de autoridad. La libertad no contempla ni la lógica del cálculo (por tanto no admite «gradualismos» de ningún tipo) ni aquella de la conservación: nuestro anhelo a esta agrede con ferocidad todo cálculo encaminado a la revuelta y abandona toda lógica encaminada a la conservación de la vida. Mantenerse alejado del Estado y del capital significa conservar la vida misma, congelarla en la superficial indiferencia que es demasiado cómodo y fácil abrazar. Afrontar al Estado y al capital, afrontar la autoridad, solo esto a mi modo de ver significa empezar a vivir. Es sólo cuando la vida entra en la dimensión del riesgo que entonces ésta adquiere una fuerza propulsora, la fuerza que es propia de la utopía.

En el presente período histórico podemos notar aún más cómo cada vez queda menos margen para una existencia centrada sobre la exclusiva cultivación de las propias tranquilizantes certezas. En todos los ámbitos de la realidad social, siempre hay menos espacio para las mediaciones, para el reformismo. Es más difícil camuflar nuestras elecciones y cada vez es más visible cómo ciertas convicciones o caminos emprendidos, más que llevarnos a un enriquecimiento (incluso a un enriquecimiento de nuestro «bagaje de lucha»), hemos ya desde hace tiempo implicado una rendición delante del poder. Estamos en la época donde el desinterés, la inacción, la desolidarización, la inofensividad vienen elogiadas cuando no además erigidas a verdadera y propias «virtudes». Y todo esto lo vemos bien también en aquellos ambientes que muchos consideraban portadores o defensores de un cierto antagonismo al estado de cosas presentes.

Es inútil subrayar en estas líneas cómo tales elogios y presuntas virtudes sean del todo funcionales al Estado y al capital. A la luz de esta bien triste situación, donde incluso amplios estratos sociales de las masas explotadas reclaman el derecho a ser integrados en la sociedad del control que se está perfilando día tras día en el contexto del atornillamiento represivo operado por las democracias occidentales que – si bien mantienen intacta la propia envoltura formal- están rápidamente «evolucionando», o más bien, mostrando aquello que en realidad siempre han sido; aquí, a la luz de todo esto, creo sea necesario reafirmar una vez más el valor y el significado de nuestras decisiones anarquistas y revolucionarias. Nosotros los anarquistas tenemos un sueño que es expresión irrefrenable de las razones de la vida contra la existencia obediente, las humillaciones, la sumisión que el poder intenta inducir en nuestra conciencia. Es por esto que creemos que la libertad reside ante todo, aquí y ahora, en el desafío a todo poder, en el salvaje deseo de la destrucción práctica y concreta de la autoridad.

Este sueño nos pone incesantemente frente a cuestiones candentes, urgentes, que llaman nuestra atención, nuestro compromiso, por lo tanto nuestra disponibilidad revolucionaria. ¿Qué significa vivir la vida? Nuestros principios, nuestras prácticas, ¿son realmente la expresión de una guerra social permanente que no admite retardos? ¿El anarquismo es igual para nosotros un «pasatiempo»? Se trata de preguntas que, si planteadas en el modo justo, pueden representar un suplicio para quienes les preocupa la anarquía, precisamente porque, incluso antes de plantearse como cuestiones de orden metodológico, tienen la sorprendente capacidad reveladora de ponerse inmediatamente de forma radical a la base de los problemas, iluminando las interrogantes razones del anarquismo y su colocarse inevitable dentro la dimensión del riesgo, la única dimensión donde es posible vislumbrar la libertad a la cual anhelamos.

La operación represiva «Sibilla», surgida el pasado 11 de noviembre con decenas de registros, la detención de dos compañeros (entre los cuales uno ya en prisión, Alfredo Cospito) y otros cuatro sometidos a medidas restrictivas (posteriormente todas anuladas por un tribunal, un poco más de un mes después) -una operación represiva dirigida en particular modo contra el periódico anarquista «Vetriolo», del cual las fuerzas represoras han secuestrado todos los ejemplares que han logrado encontrar-, me consiente de hacer algunas observaciones, por otra parte ni siquiera tan «nuevas», en merito al desinterés, a la inacción, a la desolidarización, a la inofensiva. Estas miserables decisiones y condiciones que han sido, entre otras cosas, aspecto de crítica dura y radical en las páginas de «Vetriolo» desde el primer número, son en los hechos la expresión inmediata de aquello que sucintamente podemos definir como resignación y capitulación ante el Estado y el capital.

Habiendo la investigación realizada por la procura de Perugia asimilado, en sede de la fiscalía nacional antiterrorista, las actas de una precedente y mucho más consistente investigación a obra de la procura de Milán (centrada en el periódico, en los compañeros redactores y otros compañeros), aprovecho la ocasión para pararme -sin «tecnicismos» que me protejan- en una de las dos principales acusaciones que nos han referido, aquella de instigación a delinquir con el agravante de la finalidad de terrorismo, acusación que de hecho ha sido asimilada sucesivamente en la investigación «Sibilla» probablemente por indicación de algún juez o esbirro en el ámbito de la susodicha coordinación que se viene dando desde hace algún tiempo a nivel nacional entre las distintas procuras empeñadas en las «actividades para combatir el fenómeno anarco-insurreccionalista». Mi reflexión no se centra tanto en la acusación especifica -de la que no me interesa defenderme- sino que aprovecha la ocasión de esta operación represiva para adentrarse en algunas reflexiones sobre la naturaleza de la publicistica y de la teoría anarquista.

Entre los aspectos que van a fundar esta acusación de instigación está la presunta «clandestinidad» del periódico, obsesivamente definido como tal por parte de los carabinieri del Reagrupamiento Operativo Especial a partir de las habituales ilaciones y suposiciones que la realidad misma -incluso antes de algún juez más o menos garantista- se encarga de desmentir. Esta definición de «periódico clandestino» es necesaria para avalar la tesis (recalcada sobre la habitual convicción represiva de que los anarquistas se reúnen y se asocian sobre la base de un «doble nivel»: uno explícito, evidente, el otro clandestino, ilegal) que «detrás del periódico se escondería una organización específica dedicada a la realización de ataques explosivos e incendios y así «relanzar» la acción de los anarquistas en territorio italiano.

Ha sido escrito repetidamente por parte de las fuerzas represivas, con particular referencia a la acusación de instigación a delinquir, que en el periódico «venían expresados conceptos estratégicos en la orientación y en el mecanismo de propaganda instigadora teniendo la concreta capacidad de provocar la comisión de específicos delitos no culposos contra la personalidad internacional y interna del Estado, con el fin de subvertir a través de la práctica de la violencia su ordenamiento jurídico, político, económico y social». ¿Por qué los carabinieri se han preocupado de elaborar una didascálica tan enredada como aquella de «conceptos estratégicos en la orientación y en el mecanismo de propaganda instigadora»? Porque «Vetriolo» en los últimos cinco años ha representado para el movimiento anarquista de lengua italiana un importante espacio donde poder encontrar análisis concretos, articulados y profunditos sobre el Estado y el capital, sobre la naturaleza y los orígenes del Estado, sobre las actuales condiciones de explotación, sobre el «giro autoritario de nueva forma» (como hemos pretendido definir al atornillamiento en curso en los últimos años, ya antes de la epidemia del coronavirus), sobre la unión teórico-práctica del anarquismo, sobre la metodología revolucionaria anarquista, sobre el ilegalismo y la propaganda con los hechos, sobre el internacionalismo y la necesidad de la internacional. El ataque contra «Vetriolo» se inserta en particular modo en el surco del hecho que este periódico nunca ha sido ni un contenedor ni el fruto de una redacción cerrada en sí misma: es rico, casi desbordante de análisis, crítica social corrosiva, y para quien en estos años lo ha materialmente redactado, discutido y distribuido no ha sido una medalla, un reconocimiento, una bandera de ondear para hacerse notar en alguna pequeña huerta.

Atacar este periódico era casi imprescindible por parte del aparato represivo del Estado: no estaba en discusión si habría sucedido una operación represiva contra el periódico, sino más bien cuándo habría sucedido. A la luz de los resultados de la operación en términos de detenciones (que, por otro lado, como dicho antes, han sido anulados después de un mes), es razonable decir que se podría haber presentado una situación mucho peor, al haber solicitado también el fiscal la detención para siete compañeros y una compañera. Incluso la intención de agravar la situación de detención del compañero Alfredo Cospito en términos aflictivos y restrictivos parece por el momento haber naufragado (salvo para los proveimientos de censura de la correspondencia de los cuales es periódicamente destinatario).

El preámbulo de «conceptos estratégicos en la orientación y en el mecanismo de propaganda instigadora» se refiere a un triple aspecto. En primer lugar, esta es fruto del hecho que el aparato represivo no ha conseguido atribuir a ningún anarquista buena parte de los ataques incendiarios y explosivos que se han verificado en los años 2017 – ’20, ni a montar algún proceso por muchas de entre estas acciones. A partir de 2017 las fuerzas represivas han efectuado una comparación entre los artículos que venían publicados en los números del periódico y los textos reivindicativos inherentes a al menos una decena de acciones, con la intención de encontrar, además que de las similitudes conceptuales, también similitudes o coincidencias estilísticas y lexicales. La intención, además de mantener una impresionante actividad de seguimiento contra el periódico, era aquella de «vincular» al menos a uno de los investigados a al menos una de las acciones en cuestión, para así poder proceder a una serie de detenciones con acusaciones especificas además de la incitación a delinquir y a la asociación subversiva con fines de terrorismo y subversión del orden democrático. Así, teniendo a su modo de decir constatado que en algunos artículos, en particular modo en las tres partes de la entrevista «¿Qué internacional?» del compañero Alfredo Cospito, subsistían coincidencias conceptuales con algunos textos reivindicativos, les ha parecido bien acuñar esta bella definición de los «conceptos estratégicos en la orientación y en el mecanismo de propaganda instigadora», definición buena sólo -como todos papeles de los esbirros – para limpiarse el culo.

En segundo lugar, existe cada vez más en los últimos años por parte de los órganos del Estado la tendencia a atribuir la insurgencia revoluciona, y por tanto la realización de acciones por parte de compañeros anarquistas, a un preexistente trabajo «instigador» realizado por algunas publicaciones anarquistas. ¿Porque? Seguramente porque se pretende golpear a las publicaciones por sí mismas, en cuanto tales. Pero no solo: la intención es aquella de golpear periódicos y revistas para empujar a una adaptación al rebajo en la elaboración de la teoría e incluso en el léxico utilizado. La teoría debe volverse «despuntada», incapaz de rayar la realidad, de afilarse en las diferencias -dado que es sólo por «división» que se afirman las ideas anarquistas, no por «inclusión» (el anarquismo no es partidario de una especie de pluralismo teórico «omnicomprensivo»). El Estado se mueve en esa dirección porque al fin y al cabo el nivel de choque está desde hace tiempo en los mínimos términos, por lo que -desde su propio punto de vista- sería bueno que los anarquistas provean a moderarse, acabando con publicaciones determinadas y radicales tanto en la teoría como en la intransigencia revolucionaria, aceptando por tanto de buena gana la pasividad, el desistimiento, la inacción.

La casi «obsesiva» definición de «clandestino» metido junto a ciertos periódicos y revistas anarquistas es una expresión de este ajuste a la baja que el Estado pretende estimular en el confronto de los anarquistas: el objetivo es aquello de impulsar a una especie de «clandestinización» de las publicaciones y de las actividades anarquistas en los espacios y en la calle. Este objetivo ciertamente no es nuevo. En los años ’90 era siempre el ROS de los carabinieri a definir «a circulación interna» algunas publicaciones anarquistas como «Anarquismo» y «Provocación». Hoy, «Vetriolo», como ya hecho en los últimos años con la última edición de «Cruz Negra Anarquista» y con la hoja «KNO3″, también se vuelve clandestino, versión actualizada de esa » a circulación interna» que resale a hace treinta años. La intención, casi declarada, es aquella de hacernos esconder en un pequeño agujero, en un rincón donde se pueda ser más fácilmente controlables de cuanto no se es ya.

A la luz de estas consideraciones, sin embargo, es necesario criticar cualquier tipo de oportunismo políticante acto a defenderse de la definición de «periódico clandestino»: como anarquistas rechazamos esta definición no porque consideremos la clandestinidad como algo no deseable o realizable por los compañeros, o porque la deploramos, sino porque tal definición ha sido escrita por las fuerzas represivas, porque no hemos sido nosotros a elegir tal modalidad de distribución (en este caso, para un periódico), porque los compañeros -cuando escriben publicaciones propiamente clandestinas – lo hacen por su propia elección (estratégica, contingente, metodológica) y nunca siguiendo un dictado de las fuerzas represivas, que es algo que va todo a favor de estas últimas. Por tanto, ante esta invitación al adecuamiento a la baja, la respuesta debe ser aquella de siempre: ninguna moderación o acomodación, ni compromisos ni medias tintas.

Finalmente, en tercer lugar, esta definición de «conceptos estratégicos en la orientación y en el mecanismo de propaganda instigadora» expresa la clara incapacidad por parte del Estado de comprender que las acciones realizadas por los anarquistas no pueden ser fruto de una instigación. La relación existente entre la propaganda y la difusión de las ideas y la acción revolucionaria intransigente de los anarquistas no coincide con la relación existente entre un instigador y un instigado. Incitación que, en los hechos, ni siquiera creo que pueda existir, ya que quien actúa -inevitablemente- ciertamente ya han madurado dentro de sí una determinación tal que no necesita ser «instigado» para realizar un hecho, para llevar a cabo una acción. La autonomía de pensamiento y de acción es tal que supera, en la práctica, la «necesidad» de una instigación.

En mi opinión, la instigación remite a un significado que no es congenial ni al anarquismo ni a los anarquistas mismos: ya se ha dicho que instigar es como tirar una piedra y esconderse. Estoy de acuerdo. El pensamiento anarquista, como la acción, nunca puede ser inferido como algo de cobarde. Los anarquistas propagan las propias ideas, ciertamente consideran la precipitación de los eventos como una perspectiva deseable, pretenden endurecer el conflicto, se regocijan cuando las figuras y las estructuras del Estado y del capital vienen golpeadas, pero no son meros «instigadores». Ni siquiera lo son cuando a una genérica «exaltación» de la acción por sí misma contraponen la implicación en la totalidad del enfrentamiento, el ilegalismo, la propaganda con los hechos. Por eso las ideas las afirman con decisión y coherencia, los hechos los realizan con un coraje y una determinación únicos.

También es necesario considerar que el aparato jurídico-legislativo define las propias terminologías y convenciones disminuyendo siempre a los revolucionarios, tergiversando la teoría y la práctica en un intento de hacer pasar la necesidad de la lucha como algo impracticable, inadmisible, como una locura, o como resultado de «cobardía». Esta a nosotros no doblarnos, defendiendo nuestras publicaciones y sobre todo las acciones realizadas por los compañeros.

Por lo tanto para mí eso de la instigación es un problema que no existe y no me interesa ningún razonamiento inherente una posible defensa de estas acusaciones. No reconozco a la justicia ninguna facultad de poder evaluar o decidir sobre nuestras teorías y prácticas, y mucho menos de definirlas. Que mis ideas vengan consideradas como una instigación si algo me hace es sonreír porque mi voluntad de trastornar el orden estatal y el actual orden societario es mucho más grande que una «instigación», va más allá de ella en la práctica, dado que sólo en esta se expresa completamente y en el profundo la unión teórico-práctica propio del anarquismo, que – como es conocido desde hace más de 150 años – prevé una constante inversión del pensamiento en la acción y viceversa. Las palabras pueden ser recibidas por alguien, y en tal caso este alguien hará aquello que crea más conveniente, tal vez haciéndolas propias, conservándolas o dispersándolas, como bien pueden quedar en palabras al viento, inauditas, simples elucubraciones de carácter solamente teórico. La tarea de la teoría anarquista es ante todo aquella del aprofundimiento crítico de los problemas que de vez en vez se presentan ante nuestros ojos o que afrontan nuestra conciencia. A estos problemas damos una respuesta y una crítica que es social, no política. De modo que la profundización crítica es un problema que nunca tiene que ver con una hipotética instigación: esto porque se sitúa directamente dentro del conflicto -sin afrontarlo ni direccionarlo desde el externo-, en la convicción de que profundizar también significa criticar y criticar significa siempre profundizar alguna cosa, excluyendo aquí el significado superficial que la mayoría de las veces viene dada al concepto de crítica. Por tanto es en la crítica, en la profundización de los problemas, donde encontramos algunos de los fundamentos de la teoría anarquista.

Por cuanto reguarda mi experiencia, he tenido la gran fortuna de poder conocer el anarquismo prácticamente desde siempre. Es con los libros y los periódicos de los anarquistas que comprendido hasta qué punto la fuerza de la negación –aquella negación irreductible que se abre paso a través de la práctica- haya sido la fuerza motriz que ha conducido tanto a la insurgencia revolucionaria como a la revuelta individual. En las palabras de tantos anarquistas he encontrado mi misma curiosidad, mi mismo deseo de descubrimiento y profundización, pero mi opción revolucionaria anarquista, emprendida a poco más de veinte años, ha llegado un poco más tarde. Soy hijo de emigrantes y proletarios, pero sobre todo soy anarquista, esto no porque lo haya aprendido de nuestros libros o periódicos, que -no lo olvidemos- es desde cuando existen que vienen metidos bajo acusación (algo lejos de ser «excepcional» pues , a la cara de las bellas almas democráticas asustadas por el ataque a la «libertad de expresión»), sino porque yo mismo estoy hecho de estas experiencias, elecciones y convicciones que, como la solidaridad con los compañeros en prisión, restan todavía hoy intactas. Sin demoras, sin vacilaciones.

Francesco Rota Sulis

Publicado en la web anarkiviu.wordpress.com el 20 enero 2022 y en «Bezmotivny», quincenal anárquico internacionalista, año II, numero 3, 7 febrero 2022