Traducción recibia el 02/02/2022:
Llevamos dos años viviendo en un estado de emergencia sin fin, tras el avance de un virus que se ha convertido en una pandemia mundial. Tarde o temprano tenía que suceder en un mundo globalizado y capitalista que destruye el entorno natural por el mero beneficio, donde las mercancías y las personas se mueven rápidamente de un extremo al otro del planeta (y sólo los pobres son empujados de vuelta a las fronteras) y donde más de la mitad de la población mundial vive amasada en ciudades mega-urbanizadas.
La emergencia proclamada, sin embargo, ha sido aprovechada por el Estado no para echarle una mano al comparto sanitario, diezmado por los continuos recortes que han hecho los gobiernos a lo largo de los años y que han causado tantas muertes evitables (no solo por culpa del virus), sino para acelerar todos aquellos mecanismos autoritarios y coercitivos del cual es capaz el régimen democrático.
No estamos hablando solo de la obligación de vacunación para algunas categorías (trabajadores sanitarios, maestros, mayores de 50 años) de la que mucho habría que discutir, sino sobre todo del control social puesto en marcha, no ultimo la herramienta del Pasaporte Verde, que es, en cualquier caso, solo una etapa hacia la carrera por la digitalización forzada de todos los datos que nos conciernen. El control y el comercio de los datos digitales, como sabemos, es la nueva frontera del «capitalismo de la vigilancia», que a través de la gestión de la emergencia va ganando cada vez más terreno.
Desde las aplicaciones de rastreo hasta cámaras de reconocimiento facial, desde el internet de las cosas hasta la inteligencia artificial, la tecnología al servicio de los patrones y de los Estados, que no nace para simplificarnos la existencia sino para vigilarnos, estará cada vez más presente en nuestras vidas, pero es solo con la digitalización de los datos y su transmisión (5G, banda ultra-ancha) y interconexiones (domótica, smart-city) que esto será posible. No es casualidad que el PNRR del gobierno Draghi, es decir el Fondo de Recuperación italiano financiado con dinero europeo, sirva en gran parte para canalizar cifras astronómicas hacia las tecnologías de vigilancia y la modernización digital de todos los sectores esenciales: escuela, trabajo, redes para las telecomunicaciones, movilidad y salud (como la telemedicina). No es casualidad ni siquiera que el gobierno Draghi haya hecho más simple para los entes e instituciones de la administración pública la recogida y el tratamiento de los datos personales, a través de un artículo del Decreto Capienza que el octubre pasado ha abrogado el artículo 2 del Código sobre la privacidad, reduciendo también el rol del Garante propuesto a la protección de los datos
Para muchas personas, quizás no es un problema que sus propios datos sean utilizados por empresas privadas, multinacionales e instituciones estatales, a través de una vigilancia masiva. Todavía se piensa que, al no hacer nada malo, los propios datos no son un secreto. Pero el control social nunca es algo que atañe únicamente al ámbito de las libertades personales y de la privacidad; hay varios motivos para oponerse a la digitalización de los datos y a instrumentos invasivos como el Green pass, entre los más inmediatos: desde la facilidad del empleador para vigilar a su empleado (¡y los riders y los empleados de Amazon saben algo de esto!) a quien viviendo una situación de ilegalidad forzada (ver las personas inmigrantes sin documentos) ve su vida continuamente amenazada por el aumento de dispositivos de control cada vez más sofisticados. No olvidamos después la discriminación de quien ya hoy no tienen acceso a las nuevas tecnologías o sea muchas veces las personas más pobres de la sociedad, que ven socavado el acceso a los derechos y servicios sociales conquistados años atrás a costa de duras luchas.
Nosotros no nos sorprendemos que las instituciones, en lugar de garantizar el acceso de todas las personas a los mismos beneficios, prefieran gastar millones de euros en dispositivos de vigilancia digital, que automáticamente producirán de una parte la domesticación y por la otra parte la marginación social.
Tampoco nos sorprende saber que las leyes pueden ser injustas y afectar la libertad de unos pocos o de muchos. Sin embargo, la cuestión del pase verde ha cobrado hoy un interés que, anteriormente, no se había registrado con otras tecnologías de vigilancia. Esto sucede porque personas antes bien integradas ahora se encuentran en la tesitura de no poder moverse libremente en trenes, autobuses y comercios o de no poder trabajar o tener servicios básicos sin un determinado documento… propio como siempre ha sucedido para las personas migrantes o para aquellas más desfavorecidas económicamente, a las cuales casi nunca antes prestaban atención (y a las cuales continúan a no prestarla).
Estas personas se encuentran, en resumen, a ser marginadas de «su» sociedad, y por desgracia es también verdad que hay tantas personas egoístas (también entre aquellas que se reputan altruistas) que contribuyen a las injusticias pidiendo cada vez más normas y prohibiciones contra cualquier categoría que no sea la propia.
¡Pero atención! No es cuestión de fascismo o de democracia: todo Estado, desde siempre, republicano, monárquico o fascista que sea, ha dividido la sociedad entre quien de una parte está integrado, con todos los derechos garantizados, y quien de otra parte debe ser marginado porque señalado como enemigo.
Para dividir a la sociedad, el poder siempre nos ha repetido que, si no tenemos nada que ocultar, no debemos temer que nos controle, pero en realidad es precisamente a través de ese control suyo que este puede operar la clasificación entre incluidos y excluidos, integrados y no integrados, premiados y castigados.
Si bien es cierto que nuestra vida nos pertenecen y que ningún decisor político o económico debería decretar lo que es justo o no en nuestro lugar, el hecho de que el Estado o cualquier otra institución, que sea pública o privada, nos controle cada vez más a través de los datos personales no pueden conducir a nada de bueno, hoy como siempre (y ciertamente no es fuente de menor preocupaciones el hecho de que ya estamos sujetos a una increíble cantidad de documentos, certificados y, no por último, instrumentos tecnológicos).
Dicho esto, es para nosotros bastante inútil apelar continuamente a las libertades democráticas o a la constitución traicionada y gritar «¡al fascismo!». Por que en realidad los que gobiernan siempre se han hecho sus propias comodidades en cada época, a no ser de ser obstaculizados en sus propósitos por revueltas y revoluciones sociales.
Lo que debería hacernos reflexionar, si acaso, es que algunas personas en los países occidentales, después de pasar en un instante de pertenecer a categorías privilegiadas a ser señaladas como los nuevos chivos expiatorios, repudiadas por la llamada «sociedad civil», más bien que tender a una autoorganización solidaria y horizontal entre ellos, cuando han expresado la necesidad de instaurar una lucha se han encomendado nuevamente, aunque no siempre, a «líderes» y figuras turbias. Hay personas que lamentablemente creen acríticamente, casi en un gesto de fe, a personajes ambiguos, muchas veces provenientes de ámbitos de áreas soberanistas-identitarias fácilmente reconducibles a la derecha más radical o al catolicismo reaccionario. ¿Qué está mal? Desde nuestro punto de vista todo: nos debe repugnar ya sea quien proviene de los partidos de gobierno (que sea la izquierda legalista-estatalista o la derecha liberista), ya sea aquellos que aparentemente se oponen al gobierno pero sostienen de todas formas soluciones autoritarias y discriminantes de todo similares (pensamos por ejemplo a los racistas que quieren excluir a las personas extranjeras o a los fundamentalistas religiosos que quieren hacer lo mismo con las personas gay y queer)
Una lucha que quiera ser eficaz debe tener claro cuál es el enemigo contra el cual dirigir el ataque, no hoy sino siempre: el principio de autoridad, en todas sus variadas formas.
Además, dado que la tecnología hoy ya no es una elección o solamente un privilegio sino que se convierte también en una imposición, debemos redescubrir cuanto antes la solidaridad y la dimensión humana tratando de oponernos a la alienación y a las divisiones creadas artificialmente por el poder entre las masas de las personas explotadas. Cuanto antes lo comprendamos, menos complicado será el luchar contra quien, tras la pantalla de la ciencia, o más bien del cientificismo, nos obliga a someternos a los imperativos del Estado, de la economía capitalista y de la tecnología a su servicio, que a nuestros tiempos no libera ciertamente a la humanidad del cansancio del trabajo (como pensaban los positivistas a mediados del siglo XIX) pero parece encadenarla a nuevas formas de esclavitud.
¡No buscamos soluciones desde arriba sino que damos vida a 10, 100, 1000 caminos solidarios y autogestionados desde abajo!
Anarquistas del Espacio Libertario «Sole e Baleno»
Subborgo Valzania 27, Cesena, Enero Duemilaventidue
Fuente:
//infernourbano.altervista.org/la-democrazia-e-laltra-faccia-del-fascismo/