[Estado Italiano] Saboteemos la guerra

Traducción recibida el 25/02/2022:

SABOTEEMOS LA GUERRA – ACTIVANDO LA INTERNACIONAL

Cuando los lectores tendrán en sus manos estas líneas, la crisis en Ucrania podría haber llegado al paroxismo y haberse desencadenado en su dramática precipitación. O tal vez no. Algunos pasajes pueden haber sido superados o desmentidos por los hechos, o aún en espera de verificación. No estamos preocupados por una eventual inactualidad de lo que estamos escribiendo, ya que estas palabras sólo pueden estar desactualizadas. Frente a la guerra, el anarquismo siempre ha mantenido la misma posición que la de Bakunin desde los tiempos del conflicto franco-prusiano y de la Comuna. Por lo tanto, es conveniente partir de la obviedad.

Nuestro internacionalismo se traduce en un sentimiento absolutamente simple: las explotadas y los explotados, en Rusia como en los Estados Unidos, en Ucrania como en Italia, son nuestras hermanas y nuestros hermanos, su sangre es nuestra sangre; los industriales y los jefes de las finanzas, los generales y los señores oficiales, todos los gobiernos, son nuestros eternos enemigos. Siendo movidos por sentimientos de odio y de amor eternos, nuestras pasiones no pueden que huir de la actualidad, de sus oportunismos, de una evaluación protectora sobre las condiciones y la propaganda del momento.

Sin embargo, para evitar que estos altos sentimientos se resuelvan en intenciones abstractas e inofensivas, buenas para poner en paz la conciencia y, en el fondo, para encontrar por un camino menos tortuoso, pero propio por esto todavía más hipócrita, la propia ocasión, el acomodarse en una posición oportunista, a estos propósitos se añade otro: la sola practica compatible con el discurso internacionalista es aquella que pone como principal enemigo al propio gobierno, al propio Estado, al propio bloque imperialista.

Huyamos, pues, de cualquier tentación frentista, rechazando tanto las posiciones de quienes en nombre del pluralismo y de los derechos humanos se ven tentados a cerrar filas bajo la liberales insignias occidentales, como aquellas de aquellos que en el nombre de un anti-americanismo y de un sovietismo nostálgico, se sienten tentados por el partidismo pro-ruso.

El precio de la guerra como siempre lo pagan los proletarios y desde hace meses ya lo estamos pagando, por adelantado, con el aumento de las tarifas de las facturas, de los combustibles y, a cascada, con la dinámica inflacionaria que está involucrando a todas las mercancías. Un proceso que se entrelaza con la dinámica especulativa puesta en marcha por la reactivación económica tras la crisis provocada por la pandemia. Este es el precio de la especulación, es el precio de las represalias de Putin, es el precio del aventurerismo de Biden, es el precio del servilismo de Draghi. Estos señores son los que nos hacen pasar hambre, ninguno de ellos es nuestro amigo.

Suponiendo que la crisis actual no se resuelva en un holocausto nuclear (hipótesis muy improbable, pero en todo caso no imposible), en la «mejor» de las hipótesis, en nuestras «privilegiadas» latitudes, el precio que pagaremos con la guerra de Ucrania será aquello de un empobrecimiento hasta hace pocos años inimaginable en el algodón europeo al cual estábamos acostumbrados: los aumentos actuales del combustibles y de la energía, y con ellos de todos los bienes, podrían representar un indicio ni siquiera comparable con aquello con el cual tendremos que tratar. La misma continuidad energética, con las condiciones de confort dadas por hecho desde hace medio siglo por las personas de esta región del planeta, podría no estar garantizada, más aún en una condición en la cual la energía que hay debe ser utilizada para fines superiores de la industria bélica.

Quizás la mayor lección, generalmente pasada por alto, del evento pandémico ha estado en el declive de la llamada «sociedad de consumo». En aquellos días de la primavera de 2020 con los supermercados parcialmente cerrados, con enteros productos de los cuales estaba prohibida la venta, ha sucedido un fenómeno inédito para quien, como quien escribe, siempre han vivido en una sociedad donde el consumismo era casi una religión. El gobierno ha querido lanzar un mensaje que evidentemente nada tenía que ver con la salud pública: un mensaje de austeridad moral. Es un momento difícil, los ciudadanos lo deben comprender también a través de un sacrificio cuaresmal. Por otro lado, ya entonces nos decían «estamos en guerra», anticipando los nuevos sacrificios por venir.

Un año después, el presidente de Confindustria[1] ha propuesto un análisis muy interesante. Hablando en la asamblea nacional de la organización patronal el pasado 23 de septiembre, más lúcido que muchos empresarios que invocan el distópico «regreso al mundo de antes», Carlo Bonomi ha aclarado que «pasará mucho tiempo, por desgracia, antes de que la demanda interna de consumos pueda volver a ser un potente motor de crecimiento». El gran capital sabe bien que en este período histórico no es sobre los consumos internos que debe basarse el crecimiento. Más recientemente, el 12 de febrero, el director del Banco de Italia, Ignazio Visco, ha declarado que es absolutamente necesario evitar una espiral de precios-salarios: «la inflación no se puede vencer aumentando los salarios», si los precios aumentan, los explotados se deben empobrecer, de lo contrario, ¿dónde está el truco? Los señores saben que, guerra o no guerra, la proletarización es la cifra de los fenómenos sociales de los próximos años.

Volviendo a la guerra, por tanto, aquello que parece más probable, descartando las hipótesis más dramáticas de una verdadera y propia escalada nuclear entre las potencias (que, sin embargo, hay que reiterar, no puede excluirse), es que el precio que los explotados de esta parte del planeta pagaran será una ulterior atornillamiento en sentido de austeridad y autoritario. Todo esto sucede en el mientras, como una víbora, acecha la venenosa hipótesis del nuclear, panacea para todos los males de nuestra industria. Una sirena, aquella nuclear, que no hay que subestimar en absoluto: sobre todo si las cosas se ponen realmente feas con Rusia que cierra definitivamente los grifos del metano (o los USA que obligan a Europa a renunciar a el), ante las necesidades militares, industriales y a los mismos inconvenientes sobre la población ya obsesionada frente a la coacción a repetir del sueño reaccionario del «volver a la vida de antes» (imaginémonos cuanto se hará potente esta represión si la gente se encontrase sin luz y gas), por esto que la hipótesis nuclear se hará todavía irresistible.

Por el contrario, un elemento de contratendencia frente a lo ocurrido en los últimos años es el retorno de la «política» sobre el dominio indiscutible de la técnica de la cual nos hablan los hechos ucranianos. La guerra en Ucrania por una vez no parece una guerra económica, sino una guerra de dominación política y militar. La misma cuestión del metano no es el fenómeno, sino un fenómeno consecuente, una represalia en las elecciones del risiko políticomilitar. Provocada por una constante y agresiva expansión hacia el este de la OTAN, la reacción de Rusia apunta no tanto a la conquista de yacimientos y recursos, sino que está motivada por la pretensa toda militar de no tener que soportar la presencia de bases militares estadounidenses en su frontera, así como de un orgullo y una nostalgia totalmente ideológica por los buenos tiempos imperiales andados. Los recursos energéticos son si acaso una clava con la cual amenazarse entre ambos.

Dejando pues a los anarquistas rusos, ucranianos, bielorrusos la crónica y los análisis de lo que ocurre en su lado del frente, de sus batallas contra el autoritarismo de sus respectivos gobiernos, contra los cuales luchan al precio de detenciones, torturas y muertos, con aquel espíritu internacionalista por el cual el principal enemigo es para mí siempre encarnado por mi gobierno y por sus aliados, nos gustaría detenernos brevemente en aquello que sucede en «nuestra» parte del frente de guerra.

La victoria de Biden ha representado una clara aceleración de los peligros militaristas. La apuesta geopolítica de Trump se basaba en la posibilidad, si no de una alianza, al menos de mantener buenas relaciones con Putin en clave anti-china. En este sentido, el temible Trump ha acabó convirtiéndose en el primer presidente de los Estados Unidos que, tras muchas décadas, no ha abierto nuevos frentes de guerra. Increíble, en este sentido, el golpe político pillado casi unánimemente por la extrema izquierda norteamericana. Cuando una histórica militante comunista, feminista y negra como Angela Davis lanza su respaldo para Biden y Harris, esto no indica solo la traición individual de una burócrata del movimiento, sino una desbandada colectiva de toda un área política (demostrada por ejemplo del hecho de que Davis no sea expulsada a patadas de los contextos militantes). No es solo una traición al rechazo anarquista a las elecciones (de los politicantes comunistas nos esperamos esto y más), sino que es erróneo el análisis específico, ya que Biden y Harris para la paz en el mundo eran evidentemente el «mal mayor».

Uno de los errores que se le atribuye a Biden incluso por parte de la izquierda mainstream (en este sentido hemos leído recientemente artículos sobre el manifiesto y en Fanpage) es aquello de «regalar» Rusia a China. Presionando de forma agresiva al régimen de Putin, los norteamericanos lo están empujando a aliarse con aquello de Xi. La alianza de la segunda potencia militar del mundo con el país que representa la primera potencia tecnológica y -por unos años más- la segunda potencia económica, puede de verdad convertirse en el efecto detonante para una catástrofe militar mundial. Ante la eventualidad de que las armas rusas comiencen a montar tecnología china, podría de verdad saltar a la mente a algún carnicero del Pentágono la idea de que un ataque nuclear preventivo pueda ser una hipótesis mejor respecto a la posibilidad de largos años de integración militar de sus temibles adversarios.

Viniendo a Italia, desde siempre a la vanguardia en la experimentación de nuevos regímenes políticos, parece que el gobierno de Unidad Nacional resiste y se confirma a mediano plazo como la cifra de las intrigas políticas del país, quizás de emular en otras naciones europeas en caso de un recrudecimiento de la crisis. La Unidad Nacional es un concepto que debe entenderse bien. Esta forma de gobierno puede parecerse, pero difiere esencialmente del gobierno técnico clásico apoyado por la unanimidad de las fuerzas políticas. La Unidad Nacional es un gobierno eminentemente político, un gobierno de frente político y social: en este sentido, a la Unidad Nacional también se suma el sindicato en el momento en el cual obra por la más completa colaboración y pacificación interna; en este mismo sentido se adhieren a este incluso los técnicos, en cuanto la Técnica es hoy una potencia socio-política. En una palabra, el gobierno de Unidad Nacional es un gobierno de guerra.

Como internacionalistas que han sido condenados o privilegiados -depende del punto de vista- a vivir en estas latitudes, la tarea que se nos impone es aquella del sabotaje, del descarrilamiento, del desmantelamiento por todos los medios de la Unidad Nacional y del clima mortífero de paz social que esto genera. Es la cita de los próximos meses a la que absolutamente no podemos faltar. En otras palabras, la Unidad Nacional prepara a la paz interna entre las clases y a la guerra externa entre las naciones. Nuestro internacionalismo siempre ha gritado lo contrario: ninguna guerra entre los pueblos y ninguna paz entre las clases. Con Galleani nosotros repetimos de estar contra la guerra y contra la paz, pero por la revolución social.

Sin embargo, el internacionalismo sigue siendo sólo un sentimiento. Por cuanto correcto por el principio según el cual mi gobierno es mi principal enemigo, como todo sentimiento, el internacionalismo también tiene algo de inefable. El paso valiente que debemos dar es aquello de pasar del internacionalismo a la internacional. Es decir, razonar y difundir concretamente una conspiración histórica, informal, pero real, de los revolucionarios de todo el mundo. Una «organización», por cuanto este término nos asuste y atraiga las miradas de la represión. Sino ¿cuáles son las alternativas? El hambre, la guerra y la muerte. La organización de la vida humana asociada fundada en la jerarquía y en el beneficio ha demostrado ya que no puede gobernar la complejidad que ha generado y nos está arrastrando a todos hacia la catástrofe –sanitaria, ecológica y militar. Sólo una revolución mundial nos puede salvar. Metámonos a la obra.

Fuente:
//infernourbano.altervista.org/sabotiamo-la-guerra-innescando-linternazionale/

Publicamos el editorial del número 4 de la revista BEZMOTIVNY, «Saboteemos la guerra – Activando la Internacional», dedicado a la crisis de Ucrania.

Nota:
[1] Los patrones.