Pero el significado que le damos al término nocividad, supera al de la pura capacidad de interferir en la salud de un organismo o de un ecosistema. Tenemos antes nuestros ojos nocividad cultural, política, social, pero lo que nos interesa identificar y atacar en este momento son los procesos que caracterizan la relación entre poder, tecnología y manipulación-destrucción de lo viviente, los intereses de la herencia, recibida por la industria científica, de miles de años de pensamiento autoritario y antropocéntrico. Algo que va más allá de un problema sanitario, que implica los aspectos fundamentales de una civilización tecnológica que se nutre del tiempo y de la vida de millones de individuos, humanos y no humanos, que filtra y subdivide a lxs seres vivxs en razas, especies, categorías incrustadas en una escala jerárquica ordenada en base a sus necesidades.
En un contexto de crisis global, es fundamental observar cómo este sistema recurre a la tecnología para prolongar su propia existencia. Después de haber consumido un planeta, de haber reducido los recursos debido al voraz apetito de una pequeña élite humana, después de haberlo excavado, destripado y envenenado, se sigue recurriendo a la ciencia, principal fuerza capaz de mantener intactas las actuales corrientes del dominio, además de incluso ofrecer en sacrificio las partes íntimas que hacen biológicamente posible la vida.
La lucha contra la nocividad no puede prescindir del contexto social que la produce y la hace necesaria. Esto significa llevar una crítica radical a la economía mortífera y al proceso tecno-científico, sin detenerse en sus aspectos parcialmente técnicos, sino en su totalidad, partiendo de la producción de bienes como producción de nocividad, pasando por la producción de necesidades impuestas, en una cada vez mayor mercantilización y cosificación de la vida, para llegar al mismo sistema como nocividad absoluta que controla tal producción, programando los umbrales de tolerancia y regulando la percepción y la aceptación.
Extraído del “Manifesto della coalizione contro ogni nocività”, en “Nanotecnologie: la pietra filosofale del dominio” (Il Silvestre, 2011).
El 15 de abril del 2010 por la tarde, fui arrestado junto a Silvia Guerini y Costantino Ragusa porque en un puesto de control nos encontraron en posesión de una discreta cantidad de explosivos, material inflamable y una serie de reivindicaciones de sabotaje contra el Centro Europeo de Investigación Nanotegnológica (aun en construcción) fruto de la colaboración entre la multinacional IBM y la Escuela Politécnica Federal de Zúrich. Después de 15 meses de investigaciones y profundas deducciones por parte del Fiscal Federal, el 23 de julio de 2011, vuelve el proceso contra nosotrxs, del cual salimos con una condena de 3 años y 4 meses y de 3 años y 8 meses, mientras aun en Italia una investigación de la Fiscalía de Turín investiga ahora los hechos. Durante las investigaciones al igual que durante el proceso nos hemos negado a participar en el juego de roles previstos en el ritual contra aquellxs que infringen la ley: el rol de culpable que crea atenuantes, justificaciones, que reconoce su culpa, o el rol de inocente, que se indigna por la acusación, que apela a un presunto sentido de la justicia de la jueza, que se reclama en la legalidad. En el espectáculo de “¡Se ha hecho justicia!” no hay rol para quienes rechazan los roles, ni tampoco hay autoridad competente para quienes desprecian toda autoridad.
La legalidad, mísera protectora de las peores injusticias, es una exaltación del Poder y un haz de luz apuntando a los ojos para mantener la vista encandilada de todxs aquellxs que han hecho de la aceptación del estado actual de las cosas, la fe y la resignación como primer mandamiento. A través de la legalidad, el Poder absorbe todas las tensiones y luchas por un cambio profundo, y desactiva cualquier posible y eventual alcance revolucionario o radical para restituirlos bajo la forma de un “derecho” o de un “deber”, de una concesión o de una obligación que no mellará al Poder mismo ni le hará cambiar ni una sola coma del contexto contra el cual dicha lucha surge. Un recordatorio de esto es que todos los días pensamos en las “grandes cuestiones” del planeta como el hambre en el mundo, donde la lucha contra este “efecto colateral” de nuestra sociedad occidental seguirá siendo una triste farsa. Mientras se la siga “combatiendo” (teniendo en cuenta las indudables ventajas que ofrece mantenerla, hay que preguntarse cuánto se la combate de verdad) dentro de los límites concedidos por la propiedad privada de industrias y empresas, del deseo economicista y de la legitimidad de poderes y gobiernos cómplices, sobre todo al sur del ecuador de este saqueo y aniquilamiento o recordemos también las luchas del pasado, como la feminista con la que las mujeres que hoy disponen de toneladas de papeles repletos de derechos a su favor mientras ni el patriarcado ni el machismo han dado un paso atrás, y el rol principal de la mujer en la sociedad ha dejado de ser suministrar hijos a la patria para ofrecer sonrisas, tetas y culos que estimulen el comercio. De forma similar, podríamos hablar también de los animales, que en los países occidentales reciben más respeto del que reciben lxs extranjerxs “ilegales”, con un despropósito de leyes para garantizar los derechos pero que en el fondo su posibilidad de sobrevivir depende siempre de ser objeto de compañía o entretenimiento en circos y zoos, de aventura en los parques o de comida y productos derivados. Luchas que la legalidad ha permitido que el sistema absorba y las transforme en su fortalecimiento.
En primer lugar, Poder significa apropiarse de los privilegios a costa de lxs demás y hay una ingenuidad cautivadora al pensar que aquellos que se han apropiado de los privilegios sobre los que han construido y fundado todo su ser renunciarían a ellos voluntariamente, convencidos por las bellas manifestaciones en las formas consentidas (cada vez más restringidas). Lo tenemos antes los ojos constantemente. Quien posee un privilegio hace todo lo posible para conservarlo, empezando primero por hacer creer que ha renunciado a él, mistificando la realidad. Este es el rol de la democracia: producir mistificaciones para garantizar que nada cambie, garantizar mediante un juego político – actores secundarios, todos iguales excepto el logo sobre el que marcar la ‘X’ en el momento de votarles – que todas las tensiones por un cambio sean reconducidas a la legalidad. A esta palabrita mágica que en la cabeza de sus secuaces puede transformar todo la indignación que nos rodea y que reduce a cada ser vivo y elemento de la tierra a convertirse en recurso explotable por el sistema capitalista, en algo bueno y justo. El nivel de mistificación producido por la democracia lo conocemos: desde los campos de concentración de expulsión para extranjerxs que se convierten en “centros de acogida” hasta los bombardeos transformados en “operaciones de paz”, desde los desastres fruto de la expansión urbana y de las infraestructuras que venden como “catástrofes naturales” hasta la videovigilancia, las clasificaciones, las palizas en las comisarías, la militarización tras el estado de emergencia, definidos como “medidas de seguridad”, distorsionando el significado etimológico de este término que debería significar exactamente lo contrario: sin necesidad de preocuparse por ello. No obstante, en lugar de generar en la gente la sospecha de que nos están engañando, de que en todas estas luces y celebraciones pomposas de la democracia solo existe el vacío vertiginoso de todo lo que nos expoliaron dentro de nosotrxs y en nuestras relaciones interpersonales, el vacío de los (no) lugares en que tenemos que vivir, de la cultura mercantilizada, de nuestras vidas al servicio de la economía. Por el contrario, en la mente de la gente la reacción es un nuevo empujón a seguir resignándose y, todavía más, en sus manis y en sus redes, piden siempre más mistificaciones: más equidad en la economía, más trabajo para más dignidad, más responsabilidad en la producción y en el consumo de mercancías basura, metrópolis más humanas, desarrollo más ecológico… no hay límites para la patraña.
La madre de todas las mistificaciones es hoy el desarrollo tecnocientífico. Si la fe en esta doctrina del “progreso” y el “desarrollo” es casi total, totalizador es el engaño que se extiende sobre todxs nosotrxs a través de una “libertad de elección” que se transforma en marginalización y exclusión cuando la elección no es la adecuada: obedecer incondicionalmente. Las dinámicas que llevan al reafirmamiento de determinados aparatos tecnológicos reflejan muchas de las dinámicas que mueven el conjunto de la “sociedad libre”: donde no llega el conformismo voluntario, poco a poco entran en acción las ataduras de necesidades creadas y de imaginarios funcionales y el desvalijamiento de las alternativas, así que no queda otra que convencerse de haber hecho una elección autónoma y evaluada, por tanto, la adecuada y la mejor.
Detrás del desarrollo tecnocientífico, no solo se encuentra el sueño casi romántico de los modernos pioneros y visionarios de la sociedad del futuro (o, más bien, la ambición egoísta de investigadores y científicos en busca de fama, carrera y riqueza), sino que se trata de un proceso continuo al que estas personas sirven, una transformación de la realidad que afectará a todo y a todxs, sin excepciones, no será una simple mejora de lo existente actual, sino un cambio tan profundo de las condiciones para generar algo nuevo, de un «aumento» tal que se convierta en otra cosa. De este cambio en proceso, a modo de estímulo para el hambre del imaginario prefabricado, solo nos llegan veloces bocetos ficticios; de lo que está en fase de producción en continuo desarrollo e interacción entre los campos de investigación nano y biotecnológicos, en la neurociencia y la informática no se sabe nada. Probablemente, ni siquiera los propios defensores son conscientes de qué están poniendo en marcha. Cierto, pero la dirección que se tomará a partir de ahora es previsible, es decir, un agravamiento de la presente artificialización y su nocividad. Quizá consigan realizar las promesas con las que nos embaucan hoy: reducirán los niveles de CO2, limitarán el consumo de animales de laboratorio y matadero, nos permitirán continuar e interactuar en discusiones sobre el poder a través de las redes sociales, pero nunca cambiarán los fundamentos del sistema: los privilegios de una minoría sobre la explotación de todxs y todo lo demás.
Por eso, una vez más, el compromiso de quien no quiere engrasar los mecanismos del sistema, sino obstruirlos, quien tiene en el corazón la rabia por todas las veces que al mirar a su alrededor observa las infames formas de explotación, opresión y devastación, y no quieren contener esa rabia, no puede dejarse contaminar el espíritu por los límites de la protesta pacífica y permitida casi a modo de estímulo a la autocrítica de los poderosos; no puede conformarse con los valores, la ética y una moral dominante e hipócrita de la sociedad, de todxs lxs bienpensantxs que se lanzan contra lxs violentxs y la violencia, para después ni siquiera (querer) conseguir reconocer la violencia en la base de sus tranquilas vidas, la violencia de la opulencia que llaman “bienestar”, de quien la produce, de quien la consume y de quien, de civil o uniforme, la defiende; no puede asumir los límites de una indignación que fracasa al reivindicar las migajas de un pastel cuyos ingredientes son nuestras alienadas y pasivas vidas y el despojo de los pueblos, las tierras y los mares de este planeta. El hecho de que los defensores de este mundo nos condenen y persigan lo debemos interpretar como la confirmación de estar en el camino correcto. Si nos hubiéramos propuesto el reconocimiento, entonces habría que hacerse un par de preguntas más…
Termino enviando un saludo y mucha fuerza a vosotrxs, compas griegxs, más allá de los muros y fronteras que nos dividen, más allá de los Alpes y el mar que nos separa y más allá de las distintas sensibilidades que nos diferencian (y no se deben eliminar de las categorizaciones) y más allá de los caminos, la planificación y los senderos de las diferentes luchas que hemos entablado pero que ascienden por la misma colina y se dirigen a la misma meta, el ataque a las raíces de este presente nocivo, la destrucción de toda expresión de dominio, ¡la liberación total!
La solidaridad es un arma mucho más afilada que la represión.
Desde una cárcel de la paz social
Billy (liberado el 19 de agosto de 2012)