[Estado Italiano] Texto: El mejor ataque no es la defensa

Traducción recibida el 19/01/2023:

EL MEJOR ATAQUE NO ES LA DEFENSA
Carta abierta (y desesperada) a quien come nuestro mismo pan [0]

Queridos compañerxs,

Es a vosotros, y sólo a vosotros (saboteadores, no interceptores de consenso; soñadores definitivos, no pragmáticos por caso –absténerse militantes y oportunistas) que nos dirigimos en estos momentos oscuros, cuando todo horizonte parece cerrarse definitivamente a nuestra mirada. A vosotros, conocidos a lo largo de los años en Italia y por todo el mundo, o incluso completamente desconocidos, los únicos que puedan comprender nuestro actual estado de ánimo y nuestras palabras.

Hay muchos que argumentan que quien no tiene una esperanza de transmitir debe guardar silencio. Tambien si eso explicaría el silencio en el cual muchos de nosotros estan deslizando, no estamos de acuerdo. De hecho, en un cierto sentido pensamos exactamente lo contrario: a tener que terminar es quien se empeña en vender encantadoras narraciones (desde el paraíso celestial como premio a la resignación terrenal al comunismo como resultado inevitable del desarrollo del capitalismo, pasando por la insurrección que viene en toda movilización ciudadanista o revuelta de barrio). Sobretodo ahora – con una humanidad en buen camino de la extinción, un planeta al colapso ecológico, una masacre social que empeora día a día, una guerra que exhibe armas nucleares, una servidumbre voluntaria tan generalizada quehaceridícula cualquier aspiración a la más mínima libertad- nos parece más urgente y esencial que nunca mirar profundamente la realidad y no recorrer la superficie de las cosas para traer reconfortantes ilusiones. Por eso esta carta es desesperada, porque surge del desánimo ante una situación que se presenta bajo todos los aspectos sin esperanza, sin salida.

No lo ocultamos. Hemos apostado sobre el encuentro entre pensamiento y acción, estamos asediados de la opinión y de la representación. Hemos invocado el Único y su propiedad, estamos rodeados por el Selfie y su vanidad. Hemos tratado de difundir la utopía, estamos sumergidos en el realismo. Hemos amado las ideas más escesivas y singulares, estamos a merced de la propaganda más homogeneizadora y estandarizadora. Hemos anhelado el despertar de la conciencia, nos encontramos atrapados en el cálculo del algoritmo. Hemos dado prioridaz a la ética, venimos desbordados por la política. La poesía igual habrá sobrevivida a Auschwitz (¿y a la televisión?), pero el pensamiento crítico ha sido aniquilado en la Silicon Valley. Nos hemos convertido como los revolucionarios alemanes con los que se encontró Stig Dagerman en la inmediata posguerra: ruinas vivientes, dignos pero infrecuentables.

¿Y ahora? ¿Qué (nos) queda ahora por decir, cuando las palabras han perdido en todas partes todo significado? En lo alto como en lo bajo, en los palacios como en las plazas, todo se ha transformado en cháchara quejumbrosa, en una gran farsa que nos deja estupefactos y horrorizados. La enésima demostración en este sentido la da en estos días la reacción a la huelga de hambre indefinida emprendida por el detenido anarquista Alfredo Cospito, sobre cuyo anunciado, previsto, temido, por algún auspiciado cadáver se ha abierto un verdadero y propio baile de máscaras.

¿Alguna vez habeis oído hablar de Satanta, es decir, Oso Blanco, jefe-guerrero de los Kiowa, una de las muchas tribus de Nativos Americanos? Alto, de constitución maciza, participó en muchas batallas distinguiendose por su coraje. Fue uno de los primeros jefes indios en ser juzgado por un tribunal blanco. Cumplió un par de años en prisión y luego fue puesto en libertad, pero temiendo que pudiera excitar los instintos guerreros de los indios más jóvenes, poco después fue puesto en prisión. Por algunos años, Oso Blanco pasó innumerables horas mirando a través de los barrotes. Sus ojos miraban hacia el norte, los territorios de caza de su pueblo. Cuando comprendió que nunca más cabalgaría libre en medio de bosques y praderas, cuando comprendió que nunca más volvería a dormir en un tipi (tienda a base circular, símbolo de movimiento e igualdad), cuando entendió que nunca mas habría visto a los otros miembros de su tribu, sino que se habria podrido en una celda rectangular de cemento, decide terminar con esto. Se lanzó desde una ventana del hospital de la prisión en Huntsville, en Texas, el 11 de octubre de 1878. Una elección comprensible, la suya. Una elección humana.

También Alfredo Cospito es alto y hasta hace poco corpulento; no es un piel roja, es un anarquista que acabó en prisión hace más de 10 años por haberle disparado en las piernas al principal responsable de la energía atómica en Italia, el administrador delegado de Ansaldo Nucleare de Génova. Desde el 20 de octubre lleva a cabo una huelga de hambre en señal de protesta contra el régimen penitenciario del 41 bis, al cual está sometido desde el pasado mes de mayo. Su vida está en peligro, pero él no tiene intención de rendirse. Dice que continuará hasta su último aliento y, conociendo su terquedad y determinación, es capaz de hacerlo. Sólo él puede decir que puede y que no entiende aceptar. Solo él puede decidir qué hacer con su cuerpo. Cómo vivir, cómo morir. Y por qué.

Hasta aquí, nada qué decir. A cada uno sus propias decisiones, compartidas o menos que sean. Sin embargo, a diferencia de Orso Bianco, Alfredo Cospito ha hecho una elección política. Está desafiando la muerte para llevar adelante una reivindicación específica. Con su huelga de hambre quiere lograr la abolición del 41 bis, es decir, pretende presionar al Estado para que elimine de sus propias normas la llamada «cárcel dura». Conforme van pasando los días, la difusión de acciones solidarias más o menos eclatantes por todo el mundo y el aproximarse de un desenlace trágico, su batalla suscita cada vez más clamor. Que los reaccionarios se indignen por este «chantaje» a las instituciones por parte de un presidiario está en el orden de las cosas y no vale la pena pararse en ello. Asimismo, no es de extrañar que progresistas o seudo-disidentes de diverso pelo se apresuren a cabalgar esta «protesta civil no-violenta», motivo por el cual sólo queda encogerse de hombros ante la solidaridad expresada por las solitas almas bellas (curas, intelectuales, artistas), y taparse la nariz frente a aquella manifestada por inmundas figuras (cuales magistrados, ex ministros y neofascistas)…Es el juego de las partes, inútil intentar encontrar un sentido.

Dicho esto, sin embargo, no podemos dejar de hacer una pregunta a quien tengan oídos y corazón para escucharla: ¿tanto meloso interesamiento transversal habría sido posible si la reivindicación inicial no fuera en sí misma de carácter político-humanitario? Que cosa entendemos lo hace claramente entender el propio abogado del anarquista, cuando declara que «el gran mérito de Cospito es aquello de haber puesto en el debate público qué es el 41 bis y si es o no compatible con la Constitución». No son simplemente las palabras de un abogado que hace su propio trabajo de la mejor manera posible, es la única perspectiva posible para la cuestión planteada: si la tarea de la cárcel es aquella de reeducar, como pretenden hacernos creer, ¿Que sentido tiene un régimen duro punitivo como el 41 bis? ¿El Estado no debería abolirlo o al menos limitarlo al máximo (a los mafiosos que disuelven niños en el ácido, recita el refrán popular, como si no se supiera que el Estado ha liberado a esos mafiosos una vez que se han arrepentido)? También será objeto de debate público, pero sigue siendo una cuestión puramente institucional. No social, ni popular, ni de clase, ni mucho menos nihilista, sino institucional. Esto queda plasmado y reafirmado en el recurso a favor de Cospito dirigido «a la Administración Penitenciaria, al Ministro de la Justicia y al Gobierno» y firmado por decenas y decenas de juristas, magistrados y académicos a vario titulo: «Configurar como desafío o chantaje la actitud de quien hace del cuerpo el extremo instrumento de protesta y de afirmación de la propia identidad significa traicionar nuestra Constitución que sitúa en cima a los valores, a cuya tutela esta propuesto el Estado, la vida humana y la dignidad de la persona: por su propia legitimidad y credibilidad, no como un concesión a los que se le oponen. Esta aquí la diferencia entre los Estados democráticos y los regímenes autoritarios».

Aquí esta, basta leer frases similares y los nombres de los firmantes para comprender lo que realmente mueve su interés: el intento de salvar lo salvable en el naufragio total en el cual se ha introducido el derecho. En cierto sentido, dice la verdad quien dice querer salvar a Alfredo Cospito para defender la democracia, ya que ésta última se encuentra tan deslegitimada que hace surgir la necesidad de contrarrestar las aberraciones con algún noble gesto. Salvar la vida de un anarquista que nunca ha matado a nadie podría ser la ocasión justa. «Sí, es verdad, hemos matado a los detenidos revoltosos de Módena y masacrado a aquellos de Ivrea, hemos hecho imposible la vida a millones de personas, pero vamos, en el fondo hemos estado clementes con aquel anarquista…». Esto es lo que puede empujar a un Gherardo Colombo a preocuparse por Cospito, el que siempre será recordado como el magistrado que ha matado a Pinelli por segunda vez. Motivación que también puede extenderse a quien, como Adriano Sofri o Donatella Di Cesare, ha participado al linchamiento de los opositores al pase sanitario.

Pero todas las ocasionales expresiones de buenos sentimientos de este mundo ya no son en grado de ocultar el hecho, nudo y crudo: la democracia es un régimen autoritario. Y esta, después de tres años de humillación de la vida humana y de la dignidad de la persona por parte del Estado en nombre de la salud pública, ya no es una crítica radical formulada por unos cuantos exaltados; es una banal constatación.

No hace falta ser anarquista para entender que la Constitución es solo papel para el culo, basta ver el reiterado uso público que han hecho sus propios admiradores en el último período. Incluso aquel que ha construido una sólida erudición y una reputación filosófica sobre la exégesis del derecho se ha visto obligado a admitir recientemente de no poder mas «frente a un jurista o a cualquiera que denuncie el modo en el cual el derecho y la constitución han sido manipuladas y traicionadas, no poner primero de todo en cuestión el derecho y la constitución. ¿Será acaso necesario, por no hablar del presente, que recuerde aquí que ni Mussolini ni Hitler necesitaron cuestionar las constituciones vigentes en Italia y Alemania, sino que encontraron en ellas los artilugios de los cuale necesitaban para establecer sus regímenes? Es decir, es posible que el gesto de quien hoy trata de basar su batalla en la constitución y en los derechos ya está derrotado de entrada… Es como si ciertos procedimientos o ciertos principios en los cuales se creía o, mejor dicho, se fingía creer, ahora habrían mostrado su verdadero rostro, que no podemos dejar de mirar». Es paradójico que cuando hasta un académico como Agamben ha logrado entender, escape a la mayoría de los subversivos que hoy claman a gran voz por el fin del 41 bis. Impulsados ​​por la presión moral de evitar la muerte de un anarquista, no ven el sentido de su movilización.

Baste observar cómo, sobre esta huelga de hambre en curso, el tono se mantiene invariable si desde los palacios y desde las salas de tribunal se baja a la calle. De hecho, te conviertes a decir poco patético. Dejemos de lado el bochornoso panegírico a la santidad del martirio. Pero qué decir de esa continua distinción entre mafiosos malos y anarquistas buenos, o de la lamentable denuncia de la desproporción entre los hechos cometidos y las penas infligidas (ciertamente no es una novedad, considerando los 14 años de prisión impuestos por las jornadas de Génova 2001), llamadas de mérito apropiado en los tribunales, pero decididamente nauseabundo en boca de quien ya no tienen la audacia de apoyar siempre y sólo la destrucción de las prisiones? ¿Qué decir de la habitual «manía cuantitativa», que tanto hace inflar pero nada hace crecer, cultivada por quien registra los ocasionales eructos de conciencia de magistrados e intelectuales cuales testimoniancia de un amplio consenso? Bueno, ciertamente es imposible decir qué es más involuntariamente cómico, si la propuesta hecha por un político noruego de otorgar el Premio Nobel de la Paz a uno de los mayores Señores de la Guerra (el secretario de la OTAN), o la iniciativa de algunos «anarquistas» destinada a romper el «silencio ensordecedor del inquilino del Quirinale», a «despertar la conciencia (y el sueño beato…) de quien deberia velar por la incolumnidad de Alfredo». En el enterarse de quien no deja de declararse «solidarios con Alfredo y sus prácticas» que un jefe de Estado debería velar por la salud de un enemigo del Estado, vienen ganas de parafrasear las palabras de un celebre anarquista francés que salió sobre el patibulo -en la guerra virtual que han declarado a la burguesía, ciertos anarquistas piden protección; ellos no dan la muerte, ellos pretenden no sufrirla.

Contrariamente a quienes se regodean en un espejismo, deduciendo una electrizante debilidad del Estado de las expresiones de algunos periodistas de televisión que comentan la huelga de hambre de Cospito, a nosotros nos parece al revés que son los anarquistas los que se han convertido en más que débiles, auténticas caricaturas, cuando se reducen a convertirse en un megáfono de las batallas políticas constitucionales. El Estado ya ni siquiera necesita liquidar el movimiento anarquista, que se ha liquidado a sí mismo renunciando a sus propias ideas con tal de implementar pragmaticas convergencias tácticas. Si hoy tal izquierda sigue a los anarquistas no es porque este obligada por la fuerza de los acontecimientos, sino porque estos anarquistas son ya ahora casi los únicos que quedan para aceptar la invitación de «decir algo de izquierdas»[1], una cosa también no de izquierdas, de civilización… una cosa… algo» — como pedir la abolición del 41 bis. Entre otras cosas, ¿os habeis preguntado qué espirales de victoria son posibles en una batalla similar? Teniendo en cuenta que dificilmente la agonía de un anarquista en prisión y algunos escaparates destrozados podrán conseguir en el 2023 doblegar al Estado más de lo que hicieron las bombas mafiosas que estallaron hace treinta años, ¿qué más queda sobre la mesa? ¿La desclasificación en su caso de la detención del 41 bis y la no aplicación de la cadena perpetua? Sin embargo, qué gran victoria: solo se enfrentaría a veinte años de prisión bajo el régimen de Alta Seguridad…

Hace cuarenta años hubo quienes criticaron la propuesta de amnistía para los prisioneros políticos siguiendo este razonamiento: la presión moral de cuatro mil cuerpos que están muriendo en soledad no puede justificar el regateo con el Estado, no se debe pedir la liberación de los compañeros para retomar la lucha, se necesita retomar la lucha para imponer la liberación de los compañeros. Aun teniendo en cuenta los diferentes contextos históricos, realmente ha pasado un milenio si hoy hemos llegado a hacer del cambio de régimen penitenciario para un anarquista (más tres estalinistas y unos cientos de supuestos mafiosos) el objetivo de la movilización de un entero movimiento. Se tiene un bello contar mirabilia sobre la extrapotencia anarquista en el conjunto de la situación italiana, imaginándose hoy hordas de burgueses enfadados con el Estado culpable de haber «desatado» a los anarquistas, propio como ayer alguien imaginaba la resurrección de la Comuna de París bajo los cielos de Venaus[2]. La realidad es que el Estado hoy domina de forma totalmente incontrastada de poder permitirse cualquier cosa, desde hacer podrir a los anarquistas en la cárcel como más le plazca, a incriminar por extorsion a los sindicalistas, hasta aplicar la vigilancia especial a activistas ecologistas. ¿Por qué no debería hacerlo? ¿Por qué es anticonstitucional? Se ha encerrado en casa a 60 millones de honestos ciudadanos sin que casi nadie diga una palabra, es más, entre los aplausos de muchos rrr-revolucionarios, bien podrá enterrar vivo o muerto a un anarquista. Sin siquiera tener que justificar sus acciones, no teniendo más necesidad. ¿Ante quién debería rendir cuentas? ¿A los periodistas? ¿A los intelectuales? ¿A los políticos? ¿A los juristas? ¿A la opinión pública? ¿A los subditos que tienen miedo de su propia sombra e incluso de su propia respiración? ¿A aquellos subversivos capaces sólo de exigir que el Estado se comporte de una manera mejor, más equitativa, más justa?

La victoria del Estado es verdaderamente total cuando sus enemigos se reducen a hablar su propia lengua y demuestran de no querer ir ya al asalto del cielo (conformándose con defender alguna madriguera en la tierra).

Alfredo Cospito esta todavía vivo y continua su huelga de hambre. Hace lo que puede y lo que le viene en mente para salir del agujero en el que ha sido encerrado. Pero dado que esta en las manos del Estado, y es exclusivamente sobre el terreno institucional que esta partida se esta jugando, no hay motivos para ser optimistas sobre su suerte. El gobierno tiene un amplio margen para hacer malabarismos con la situación. Puede ignorarlo y seguir recto según la tradición patriótica, puede prolongar el calvario del detenido con la alimentación forzada, puede mostrarse magnánimo hoy para poder ser aún más cruel mañana. También podría mostrar alguna cierta disposición humanitaria para luego desconectar el enchufe («ops, ha ocurrido una complicación, lo sentimos, nosotros hemos hecho de todo, pero ya sabeis cómo es, su físico estaba debilitado»).

«¡Si los Sinopi me han condenado al exilio, yo los condeno a permanecer en patria!» al parecer afirmaba Diógenes el Cínico. ¿Arte de sacar lo mejor de una mala situación o furiosa filosofía de vida? Queridos compañeros, todos nosotros también estamos condenados al exilio, a un exilio perenne porque ya no hay lugar para nosotros en este mundo. Un sueño tras otro, un deseo tras otro, una libertad tras otra, nos están quitando todo. Y el saber que la extinción de los amantes de la libertad precederá por poco a la de los defensores de la autoridad no es de mucho consuelo. Pero aquí, en medio a la soledad y la desesperación, no sólo hay desánimo, amargura, melancolía, náusea. Aquí hay también aquello que viene llamado el coraje de la desesperación, o sea aquella determinación capaz de empujar a intentar el todo por el todo porque ya no hay nada que perder.

Encontremoslo, este coraje. Condenemos a los bípedos domesticados a permanecer en su patria, sin perder más tiempo persiguiendo a sus partidos, sus clases, sus movimientos. Enriquezamos los caminos del exilio. Preparémonos para enfrentar la soledad. Entrenemosnos a sobrevivir en el desierto, a movernos en el desierto, a combatir en el desierto. Sin más dudas, sin más piedad. Por furiosa filosofía de vida, por vengativa filosofía de vida.

Muerte, la vida está al acecho.

Fuente:
//infernourbano.altervista.org/il-miglior-attacco-non-e-la-difesa/

Notas:
[0] compañero: cum panis, que significa «a quel con quien se comparte el pan».
[1] famosa frase en una película del director de cine italiano Nanni Moretti.
[2] Venaus, en Valsusa y sobre la lucha anti Tav, se refiere a la «libre república de Venaus» proclamada poco antes de ser barridos por un ejercito de policías.